Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 17 de marzo de 2017

Orar con san José


Les comparto un artículo del padre Miguel Márquez Calle, o.c.d., en el que habla de la vida de José, compuesta de oración, trabajo y ternura. Está tomado de su libro "El riesgo de la confianza". Dice así:

EL HOMBRE DEL SILENCIO

El silencio envuelve la vida de José. Entre lo pocos datos que nos dan los evangelistas de él no se encuentra ninguna palabra. Este es el primer dato significativo cuando nos acercamos a él; y, tal vez, por eso, su silencio sea su mejor palabra.

Es la primera actitud que recogemos para hablar de cómo nos enseña san José a orar. Hay un silencio que espera, escucha, acoge, observa... El silencio que excluye la precipitación y deja a Dios manifestarse con libertad de movimientos.

El silencio de José es respeto del designio de Dios. Él permanece atento a la voz de Dios, como los mejores hombres de su pueblo, a la escucha de un Dios que habla, ha hablado y hablará.

El silencio de José centra la atención en el misterio que los evangelistas nos relatan: el Mesías que va a nacer y ha nacido. José sabrá estar discretamente en segundo plano alentando desde lo oculto, sin otro protagonismo que su amor callado, sin quedarse al margen, comprometiendo su persona en atención silenciosa y decidida, cuando se trata de dar pasos concretos.

Si la concepción virginal de Jesús es expresión de la gratuidad de Dios, que se comunica sin necesidad del poder humano, representado en el varón. Si el hecho de que Jesús naciera de una virgen significa, teológicamente, que Dios se regala a nosotros, se desborda en amor sin esperar nuestro esfuerzo, el silencio y la actitud de José es también virginidad y respeto del paso de Dios. Con suma delicadeza acoge y saluda gozoso el modo misterioso como Dios hace las cosas.

El silencio de José, una vez más, es ausencia de dominio, ausencia de poder, permite a Dios manifestarse con libertad. Se convierte con toda su persona en adorador, que acoge el misterio nuevo de Dios, sin autosuficiencia, sin afán de ser señalado, deja paso a Dios.

José no habla; hace, obra el querer de Dios con prontitud. No se adorna de palabras que le defiendan o justifiquen, que le distraigan, simplemente se pone en marcha y hace aquello que se le va pidiendo. Su oración se convierte en vida.

José permanecerá atento en la noche del no entender, para descubrir el sentido de su historia personal y del querer de Dios, aguardando, como los mejores hijos de su pueblo, la voz de Dios.


ATENTO EN LA NOCHE

"Habla Dios una vez y otra vez, sin que se le haga caso. En sueños, en visión nocturna, cuando un letargo cae sobre los hombres, mientras están dormidos en su lecho, entonces abre él el oído del hombre y con apariciones le estremece" (Job 33,14-16). Así expresa en el libro de Job la manera que tiene Dios de comunicarse también en sueños, para hacerse entender, como lo hiciera con tantos otros antiguamente: Abraham, Abimelek, Jacob, José, Faraón, Samuel, Salomón, etc.

"La noche no interrumpe tu historia con el hombre; la noche es tiempo de salvación. (...) de noche eran los sueños tu lengua más profunda", dice un bello himno vísperas, señalando la noche como un momento privilegiado de manifestarse Dios a su pueblo a lo largo de toda la historia de Israel.

Dios estremece a José, que busca en medio de la noche saber qué ha de hacer. Permanece, como centinela, vigilante en la noche, como buen padre que ha de ser, velando, cuidando la vida que se le encomienda.

Su actitud estaría reflejada en el salmo 62: "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. (..) En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti..." 

En el lecho, en la noche del no saber, acoge José la irrupción de Dios que va siempre iluminando su camino. Él permanece atento, sin comprender del todo, sin pedir explicaciones, y en lo más doloroso y difícil de la noche, cuando se siente solo y nadie puede ayudarle, ni puede consolarse con nadie, Dios habla, una vez más, a aquel que sabe esperar atento.

El ángel del Señor, esto es, Dios mismo, se comunica a José en varias ocasiones, nos dice el evangelio de Mateo: "El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo" (1,20). Esta fórmula se repite en dos ocasiones (2,13 y 2,19). Y en 3,22: "Avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea".

Lo ha expresado bellamente G. Bessiere: "Se vigila en nombre de la ley, se vela en nombre de la ternura". José vela, no por ley, no por miedo, no por mandato, vela en nombre de la ternura el misterio que está siendo alumbrado. Nos invita a vivir la noche material y espiritual con espíritu de centinelas, auscultando la luz de Dios, los guiños de su amistad.

Orar significa, también, velar en nombre de la ternura la vida de nuestros hermanos, la vida que está para nacer y que hay que cuidar, con sumo respeto al Dios que pasa. La noche, todas las noches de nuestra vida, las oscuridades y soledades dolorosas, el no entender, se convierten, así, en espera vigilante del querer de Dios sobre nosotros y nuestros hermanos, una vez más, hablará, privilegiadamente, en la noche, a quien sabe esperar.


DISPONIBLE PARA OBRAR 
EL QUERER INESPERADO DE DIOS

El núcleo esencial de toda oración consiste en la apertura a su querer, en el discernimiento de su voluntad, manifestada en lo cotidiano, no solo en su Palabra. La oración no es, por tanto, un deseo personal, una búsqueda, una súplica.., antes que todo eso es misericordia entrañable, don de Dios. Y el deseo de Dios busca ser cumplido en nosotros. Se produce una sintonía entre Dios y el orante, que va conformando su vida con la música de Dios.

José se muestra como un hombre libre para aceptar un comienzo sorprendente. Ahí reside también la frescura de su relación con Dios, en su capacidad de aceptar con prontitud la novedad insospechada, cuando se presenta con la firma de Dios. Está claro que ninguna realidad humana tiene nítida la garantía de Dios, con lo cual entra en juego la fe, la confianza, el saber esperar...

A José le basta intuir que lo que se le pide es de Dios, para levantarse con prontitud, una prontitud que sobrecoge, como la mejor fe de Abrahán:

El ángel le dice: "No temas tomar contigo a María, tu esposa" (Mt 1,20). "Despertó José del sueño, e hizo como el ángel del Señor le había mandado" (Mt 1,24).

En Mt 2,13: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto" y 2,14: "Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto".

Casi reproducida la palabra del ángel para volver a Israel y la actitud decidida de José para regresar: Mt 2,20-21.

La oración es, así, superación del miedo al querer de Dios, siempre desconcertante y, en muchas ocasiones, difícil de entender. Orar es avanzar en la libertad interior de la apertura a un Dios desconocido, que entra en nuestra vida, en la historia por caminos originales. 

Si la oración no nos hace libres incluso de la idea, de la imagen aprendida que tenemos de Dios, nuestra oración puede convertirse en un cumplimiento de nosotros mismos, y de nuestra disfrazada voluntad.

Orar como José es estar disponible para él. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", libres de todo afán de protagonismo, liberados del fruto de nuestras propias obras. Despiertos, atentos a los sorprendentes comienzos de Dios, para alentarlos unidos al Espíritu.


UN HOMBRE EN CAMINO

José aparece en el evangelio como un hombre en camino, no se detiene por nada. Entronca con la raíz de un pueblo peregrino, nómada, en busca de la patria, del hogar.

Camina de Nazaret a Belén con María a punto de dar a luz, para empadronarse (Lc 2,1-5). Huye a Egipto (Mt 2,13-15) y vuelve a Nazaret (Mt 2,19-23). Sube a Jerusalén para la fiesta de la Pascua (Lc 2,41-42).

Peregrino, nómada, pobre, desprotegido, viviendo al descubierto... aprende José la sabiduría de la confianza de los pobres de Yahvé, que encuentran solo en Dios su refugio. El camino otorga a José el regalo de la acogida, del saber acoger. 

Todo el que ha vivido lejos del hogar y ha vagado esperando la patria sabe ponerse en lugar del otro que no tiene hogar. No puede, en adelante, dormirse en su comodidad, sin que le duelan los pies en cada caminante.

La huida a Egipto y la vuelta a Nazaret reproducen los pasos del pueblo de Israel, y su libertad. La venida del Mesías es un nuevo éxodo para Israel.

Orar es caminar, no detenerse en el pasado, en la comodidad. Orar es levantarse continuamente hacia una tierra prometida que está más allá, saltar continuamente de Egipto, de nuestras esclavitudes, a la libertad de los hijos de Dios. Es subir a Jerusalén, la celestial, la de arriba, tener los ojos fijos en aquella definitiva patria, para dar a cada cosa su justo valor.

Orar como los peregrinos es aprender a vivir en la precariedad, para solo confiar en él.


JUDÍO CUMPLIDOR DE LA LEY

El término "justo" que se le da a José en Mt 1,19, se refiere a aquel que tiene una actitud conforme con la religión y cumple sus obligaciones. 

José, fiel a la alianza, cumpliría con las principales oraciones judías, fundamentalmente el "sabbat", y las oraciones diarias. En el evangelio aparece cumpliendo anualmente la peregrinación a Jerusalén para la fiesta de la Pascua (Lc 2,42).

José oraría tres veces al día (Sal 55,18; Dan 6,11) o, incluso, siete veces (Sal 119,164). Oraría en la sinagoga y en casa, con la Escritura santa y en silencio. Son datos que nos ocultan los evangelistas.

La oración de Israel tiene un sentido profundo de diálogo entre Dios y su pueblo, entre Dios y el hombre. Esa relación, marcada por la alianza, revela la comunión y cercanía de Dios a su pueblo. Yahvé ha empeñado su palabra en la promesa de un amor fiel y eterno a su pueblo, y el pueblo da gracias, bendice, alaba, suplica...


EN EL TRABAJO DE CADA DÍA

"Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles (...). Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!".

Con el espíritu del salmo 126, que conocería san José, se da la actitud que suponemos en su labor cotidiana, creyendo, ante todo, en la eficacia del poder de Dios, más que en el trabajo de sus manos. Un trabajo no medido por el fruto en sí, sino por el amor escondido con que se realiza. José, como nadie, comprendía las palabras del salmo: "Dios lo regala a sus amigos".

Él había aprendido a valorar la absoluta y sorprendente generosidad de Dios, y su trabajo era una prolongación de su poder creador. En el trabajo cotidiano vivía la silenciosa comunión.

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