La ermita de san Saturio está construida sobre las cuevas que habitó el santo en el siglo VI. En aquella época, cuando en España reinaban los visigodos, antes de la invasión musulmana, fueron muchos los que se retiraron a vivir como ermitaños en parajes agrestes y despoblados, dedicados a la oración silenciosa y a los trabajos humildes, cultivando verduras para alimentar los cuerpos y flores para alegrar los espíritus.
De esta raza de gente cantó fray Luis de León:
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido! ...
¡Oh monte, oh fuente, oh río,
oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre, quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas sin testigo,
libre de amor de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo...
Muchas veces, junto a la cueva de un maestro distinguido por su sabiduría, se establecían discípulos, que vivían cada uno en su cueva o cabaña y se juntaban para escuchar sus enseñanzas y para la celebración de la misa.
Surgieron así las iglesias y monasterios rupestres que hay en tierras de Burgos, Palencia y Cantabria, por ejemplo.
Lo mismo sucede en las afueras de Soria: en torno a una gruta central, que es la capilla, hay otras cuevas, que en tiempos pasados habitaron ermitaños, siguiendo el ejemplo de san Saturio.
Al final de un sugestivo camino junto al río Duero, muchas veces cantado por los poetas, se llega a la entrada de las cuevas, que se extienden por las entrañas de la montaña, por debajo de la ermita.
A este camino dedicamos ayer una entrada, recogiendo poemas variados de distintas épocas. De él, Fernando Sánchez Dragó escribió en su obra "Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España":
«Conozco al dedillo la curva de ballesta trazada por el Duero en torno a Soria y de modo especial su orilla izquierda, donde en poco más de dos kilómetros se suceden los claustros románicos y mudéjares de San Juan, el enclave de San Polo y el hipogeo del asceta Saturio... Aprendí, cuando tales lecciones no se olvidan, que la cuerda de arquero tendida cabe el agua desde la canorca de Saturio hasta los capiteles arábigo-cristianos de San Juan es prenda de prodigios...»
El conjunto está protegido por unas rejas, que un empleado municipal se encarga de abrir y cerrar cada día.
Una vez traspasada la puerta, se accede a una gran gruta enlosada, a modo de atrio de los espacios interiores. Al fondo, una vidriera representa a san saturio enseñando a su discípulo san Prudencio, que posteriormente fue obispo de Tarazona.
Un primer tramo de escaleras conduce al primer salón, el de «los heros», una sala donde celebraba sus juntas la hermandad de labradores de la zona.
La sala del «cabildo de los heros» (una de las dos cofradías de labradores que había en la ciudad) está totalmente excavada en la roca y los bancos y adornos están labrados en la piedra. Allí se defendían los intereses de los labradores frente a los ganaderos, se acordaban los arriendos de las tierras después de la cosecha, se acordaba celebrar rogativas y se gestionaba el arca de la misericordia (acordando cuánto grano daban en limosna y a qué pobres).
Un nuevo tramo de escaleras lleva a la antigua ermita de san Miguel, que era el oratorio primitivo. En las paredes se pueden ver los huecos en los que apoyaban las vigas que en algún momento dividieron los espacios. También hay un enorme respiradero en el techo, que sube hasta lo alto de la montaña, a través del cual entra aire fresco en este espacio, que se encuentra en las entrañas de la tierra.
Dentro de esta capilla se encuentra la tumba primitiva del santo. Sus restos fueron trasladados más tarde a la ermita y a la concatedral de san Pedro.
En el mismo lugar se encuentra una imagen de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos, tras las rejas de una hornacina labrada en la pared. Proviene de una antigua ermita dedicada a santa Ana, que había en el monte cercano y tiene una simpática tradición. Las sorianas que buscaban novio solían ir a retirar un alfiler de su vestido y, cuando se casaban, llevaban los alfileres de su boda y se los colocaban a la imagen entre sus ropas.
Algo más arriba, una puerta da paso a un espacio adaptado para museo, con algunas explicaciones y fotografías, además de unas bellas vistas sobre el Duero. En la selección de textos que decoran los muros de la sala, se puede leer el inicio de un poema de Bernabé Guerrero:
He nacido en Castilla, en la más fría
ciudad de la Meseta,
donde ofrecen constante letanía
el Duero y san Saturio Anacoreta...
Hay que seguir ascendiendo por las entrañas de la montaña para llegar a la habitación del santero, que se encargaba de cuidar la ermita desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XX. Así habla Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976) de este personaje, que estuvo tanto tiempo unido al imaginario colectivo de la ciudad de Soria, en su novela «El santero de San Saturio»:
Otro nuevo tramo de escaleras (siempre por dentro de la montaña) te conduce a dos espacios muy significativos: el salón del ayuntamiento y el salón de los canónigos de la colegiata de san Pedro.
Esta es la sala del ayuntamiento, donde se reunían las autoridades civiles con motivo de fiestas, novenas y romerías. Conserva numerosos cuadros antiguos, incluido uno que representa a santa Teresa de Jesús.
Esta es la sala de los canónigos, donde se reunían las autoridades religiosas. Está decorada con grandes lienzos barrocos que representan escenas del libro del Génesis, relativas a la creación del mundo y del ser humano.
Estas son las vistas desde esos balcones.
Subiendo unos pocos escalones más, se llega a la sacristía, en la que se encuentra una talla del crucificado del siglo XIV en un retablo del siglo XVIII. Un antiguo cuadro en la sacristía representa un milagro del santo y tiene una cartela que dice:
Abran las puertas del cielo
los príncipes de la gloria,
porque la ciudad de Soria,
después de corrido el velo
del error, tiene el consuelo
de buscar entre las minas
de celestiales doctrinas
para saciar su deseo
con el más dulce recreo,
las fuentes más cristalinas.
Saturio, su protector,
hijo de su misma cuna,
es, sin disputa ninguna,
quien hace todo su honor;
es siempre su defensor,
pues su vida penitente
mereció, de un Dios clemente,
ser para su pueblo amparo,
como se ha visto bien claro
en esta ocasión presente.
Finalmente se llega a la ermita, que está en lo más alto. El edificio actual es del siglo XVII y está totalmente decorado con frescos que representan la vida del santo en los muros y a algunos ermitaños famosos en la cúpula (san Juan Bautista, Jesús en el desierto, san Juan Evangelista, san Antón, san Jerónimo, san Benito...)
Aurelio Rioja la cantó así:
Ermita chiquita y sola,
del Duero la caracola
que recoges el murmurio
de los sones de las aguas
y el latir de corazones
que pronuncia: ¡San Saturio!
De la ermita se sale por esta hermosa reja y ahora toca bajar otras escaleras al abierto, gozando del paisaje.
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