Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 20 de noviembre de 2024

El tiempo de la gracia. 3- La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas


Santa Teresa de Jesús (1515-1582), hablando de sí misma, dice que «su fe era tan viva que, cuando oía a algunas personas que quisieran haber vivido en el tiempo en que Cristo andaba en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, ¿qué más se les daba?» (Camino de perfección, 34,6).

A veces tenemos la tentación de pensar que los tiempos pasados eran mejores, que creer era más fácil cuando el ambiente social ayudaba a la práctica religiosa. Pero no debemos confundir las prácticas religiosas con la vivencia personal de la fe. En el pasado y en el presente, algunas personas participan en actos de culto cristiano (bodas, bautizos, funerales, fiestas patronales…) solo por costumbre o por curiosidad. Pero eso no basta. En el momento oportuno, cada persona tiene que hacer su opción personal de fe.

San Pablo dice: «En el tiempo de la gracia te escucho, en el día de la salvación te ayudo. Pues mirad: ahora es el tiempo de la gracia, hoy es el día de la salvación» (2Cor 6,2). Un himno de la liturgia de las horas recrea este texto y canta: «Este es el día del Señor. / Este es el tiempo de la misericordia. / ¡Exulten mis entrañas! / ¡Alégrese mi pueblo! / Porque el Señor que es justo / revoca sus decretos: / La salvación se anuncia / donde acechó el infierno, / porque el Señor habita / en medio de su pueblo». En esta época concreta que nos ha tocado vivir, con sus luces y sus sombras, el Señor nos ofrece su gracia y nos invita a su amistad. Cada uno personalmente tiene que decidir cómo responderle.

Para comprender el mensaje de estos textos, tenemos que recordar las leyes bíblicas sobre el año jubilar (Lev 25). Cada cincuenta años había que perdonar las deudas y liberar a los esclavos israelitas. Todas las familias recuperaban las posesiones que en los años anteriores habían tenido que vender por necesidades económicas. Era una manera de impedir que algunas familias se quedaran con todo y que los más débiles terminaran por no tener nada. 

La institución jubilar nunca se realizó hasta las últimas consecuencias. Era más un deseo que una realidad. Por eso los profetas anunciaban que el mesías establecería el verdadero año jubilar, tiempo de gracia y de perdón. Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret un texto que habla de esto (Is 61), exclamó: «Esta Escritura se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). 

Con Cristo se establece en nuestra historia el tiempo de la salvación. Desde que él entró en nuestra historia, todos los días son tiempo de gracia, ya que él permanece con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Puede sucedernos como a los discípulos de Emaús, que no somos capaces de comprender que él camina a nuestro lado, pero tenemos la certeza de que es así y le pedimos que abra nuestros ojos para que sepamos descubrir su presencia.

Es verdad que hay momentos especiales de bendición para cada persona y para la Iglesia (peregrinaciones, aniversarios, años jubilares…), pero nos toca vivir la hora de la gracia cada día, cada momento, hasta que veamos a Dios cara a cara y participemos de su vida. Solo en ese momento no será necesaria la fe, porque «entonces podré conocer a Dios como él me conoce» (1Cor 13,13).

Puntos para la reflexión y oración

Recordemos que la carta a los Hebreos dice: «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón» (Heb 3,15) y Jesús afirma en el libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de escuchar su llamada con atención, que nos dé la fuerza necesaria para abrirle las puertas del corazón, que no digamos como el poeta: «Mañana, le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana».

Poesía de santa Teresa de Lisieux (1873-1897)

Santa Teresita del Niño Jesús escribió un hermoso poema en el que nos invita a vivir con intensidad el momento presente, sin perdernos en añoranzas del pasado ni en elucubraciones sobre el futuro, conscientes de que «hoy es el día favorable, ahora es el tiempo de la salvación». Teresa conoce su debilidad, por lo que no se atreve a prometer ni a pedir cosas para mañana, pero vive el presente entregada totalmente a Dios, confiando en su gracia, «nada más que por hoy».

1. Mi vida es un instante, una efímera hora,
momento que se evade y que huye veloz.
Para amarte, Dios mío, en esta pobre tierra
no tengo más que un día: 
¡solo el día de hoy!

2. ¡Oh, Jesús, yo te amo! A ti tiende mi alma.
Sé por un solo día mi dulce protección,
ven y reina en mi pecho, ábreme tu sonrisa
¡nada más que por hoy!

3. ¿Qué me importa que en sombras esté envuelto el futuro?
Nada puedo pedirte, Señor, para mañana.
Conserva mi alma pura, cúbreme con tu sombra
¡nada más que por hoy!

4. Si pienso en el mañana, me asusta mi inconstancia,
siento nacer tristeza, tedio en mi corazón.
Pero acepto la prueba, acepto el sufrimiento
¡nada más que por hoy!

5. ¡Oh, Piloto divino, cuya mano me guía!,
en la ribera eterna pronto te veré yo.
Por el mar borrascoso gobierna en paz mi barca
¡nada más que por hoy!

6. ¡Ah, deja que me esconda en tu faz adorable,
allí no oiré del mundo el inútil rumor.
Dame tu amor, Señor, consérvame en tu gracia
¡nada más que por hoy!

7. Cerca yo de tu pecho, olvidada de todo,
no temo ya, Dios mío, los miedos de la noche.
Hazme un sitio en tu pecho, Jesús mío,
¡nada más que por hoy!

8. Pan vivo, Pan del cielo, divina Eucaristía,
¡conmovedor misterio que produjo el amor!
Ven y mora en mi pecho, Jesús, mi blanca hostia,
¡nada más que por hoy!

9. Úneme a ti, Dios mío, Viña santa y sagrada,
y mi débil sarmiento dará su fruto bueno,
y yo podré ofrecerte un racimo dorado,
¡oh Señor, desde hoy!

10. Es de amor el racimo, sus granos son las almas,
para formarlo un día tengo, que huye veloz.
¡Oh, dame, Jesús mío, el fuego de un apóstol
nada más que por hoy!

11. ¡Virgen inmaculada, oh tú, la dulce Estrella
que irradias a Jesús y obras con él mi unión!,
deja que yo me esconda bajo tu velo, Madre,
¡nada más que por hoy!

12. ¡Ángel de mi guarda, cúbreme con tus alas,
que iluminen tus fuegos mi peregrinación!
Ven y guía mis pasos, ayúdame, ángel mío,
¡nada más que por hoy!

13. A mi Jesús deseo ver sin velo, sin nubes.
Mientras tanto, aquí abajo muy cerca de él estoy.
Su adorable semblante se mantendrá escondido
¡nada más que por hoy!

14. Yo volaré muy pronto para cantar su gloria,
cuando el día sin noche se abra a mi corazón.
Entonces, con la lira de los ángeles puros,
¡yo cantaré el eterno, interminable hoy!

Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, 2017, ISBN: 978-84-8353-865-4, páginas 29-34. 

1 comentario:

  1. Gracias, padre Eduardo, por la nueva enseñanza y por la bellísima poesía.

    ResponderEliminar