De un modo misterioso, por caminos que solo él conoce, Dios dirige el mundo y mi vida hacia su plenitud. Es lo que llamamos la «divina Providencia». Él influye, tanto en grandes acontecimientos (la salida de Israel de Egipto y la entrada en la tierra prometida) como en cosas muy sencillas (pone un buen sentimiento en mi corazón o me manifiesta su ternura), sin que por ello quede recortada nuestra libertad. De hecho, el hombre puede rechazar (y muchas veces rechaza) la voluntad de Dios.
Pero si Dios lo puede todo, ¿por qué no impide el mal? Estamos hablando de un misterio que nos desborda, aunque intentemos dar algunas respuestas (conscientes de que son insuficientes).
Por un lado, debemos recordar que Dios creó un mundo bueno pero que aún está evolucionando hacia su plenitud, por lo que el «mal físico» (esto es: las catástrofes naturales o las minusvalías) forma parte de las limitaciones de dicho mundo, el cual no comprendemos ni dominamos totalmente.
Hay también otros «males morales» (guerras, violencias, asesinatos) que provienen del mal uso que los hombres hacemos de la libertad, la cual es uno de los mayores dones que Dios nos ha dado. Él nos enseña cómo debemos comportarnos (nos ha dado los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas) y nos advierte de las consecuencias de nuestras malas acciones, pero respeta nuestras opciones.
Como Dios es omnipotente y totalmente perfecto, en él no debería haber dolor ni sufrimiento. Pero la Biblia nos dice que «Dios es amor» (Jn 4,16) y el amor es vulnerable porque no se impone, solo se propone, y puede ser acogido o rechazado por parte de las personas amadas. Dios sufre nuestros rechazos y nuestros fracasos porque nos ama, porque no es indiferente a lo que nos sucede.
Como Dios es omnipotente y totalmente perfecto, en él no debería haber dolor ni sufrimiento. Pero la Biblia nos dice que «Dios es amor» (Jn 4,16) y el amor es vulnerable porque no se impone, solo se propone, y puede ser acogido o rechazado por parte de las personas amadas. Dios sufre nuestros rechazos y nuestros fracasos porque nos ama, porque no es indiferente a lo que nos sucede.
En el siglo II de nuestra era, Orígenes escribió: «El Padre, Dios del universo, que está lleno de generosidad, misericordia y piedad, ¿no sufre tal vez, de alguna manera? Cuando él se ocupa de las cosas humanas sufre una pasión humana, una pasión de amor».
Jesucristo no nos ha explicado el misterio del sufrimiento y del mal, pero nos ha dicho que no tendrán la última palabra en nuestra historia. De hecho, Dios transformó la muerte de Cristo (con la que los hombres le querían hacer un mal) en el bien más grande de la historia. Así, también sacará bienes de los otros males en el momento oportuno, de la manera que solo él sabe. Al final, el amor de Dios triunfará definitivamente sobre el sufrimiento y sobre el mal, y en la nueva Jerusalén «no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor» (Ap 21,4).
«Creemos que esa omnipotencia es universal, porque Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre; es misteriosa, porque solo la fe puede descubrirla cuando “se manifiesta en la debilidad”» (Catecismo, 268).
Jesucristo no nos ha explicado el misterio del sufrimiento y del mal, pero nos ha dicho que no tendrán la última palabra en nuestra historia. De hecho, Dios transformó la muerte de Cristo (con la que los hombres le querían hacer un mal) en el bien más grande de la historia. Así, también sacará bienes de los otros males en el momento oportuno, de la manera que solo él sabe. Al final, el amor de Dios triunfará definitivamente sobre el sufrimiento y sobre el mal, y en la nueva Jerusalén «no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor» (Ap 21,4).
«Creemos que esa omnipotencia es universal, porque Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre; es misteriosa, porque solo la fe puede descubrirla cuando “se manifiesta en la debilidad”» (Catecismo, 268).
Puntos para la reflexión y oración. Poema de Juan Arias (1932-)
El texto que les propongo a continuación forma parte del libro El Dios en quien no creo, publicado en 1969. En aquellos momentos el autor pretendía escandalizar, enfrentándose a la imagen de un Dios lejano y castigador. Y lo consiguió. Hubo polémica y el libro se tradujo y publicó en varios idiomas. Independientemente de las circunstancias en las que esta poesía nació, siempre es importante recordar que a nuestro Dios le hizo y le hace frágil el amor, que ha querido entrar en nuestra historia, despojándose de su gloria y asumiendo nuestra carne, para quedarse con nosotros y manifestarse en las cosas más sencillas y ordinarias. Él nos ayude a descubrirle siempre presente junto a nosotros.
Mi Dios es frágil,
es de mi raza,
y yo de la suya.
Él es hombre, y yo casi Dios.
Para que yo pudiera saborear la divinidad
él amó mi barro.
A mi Dios le hizo frágil el amor.
Mi Dios conoció la alegría humana,
la amistad, el gozo de la tierra y de sus cosas.
Mi Dios tuvo hambre y sueño y se cansó.
Mi Dios fue sensible...
Mi Dios se irritó, fue pasional
y fue dulce como un niño.
Mi Dios tembló ante la muerte.
Mi Dios se alimentó a los pechos de una madre
y sintió y bebió toda la ternura femenina.
No amó nunca el dolor,
no fue nunca amigo de la enfermedad.
Por eso curó a los enfermos.
Mi Dios sufrió el destierro,
fue perseguido y aclamado.
Amó todo lo humano mi Dios:
las cosas y los hombres;
el pan y la mujer;
a los buenos y a los pecadores.
Mi Dios fue un hombre de su tiempo.
Vistió como todos,
habló el dialecto de su tierra,
trabajó con sus manos,
gritó como los profetas.
Mi Dios fue débil con los débiles y severo con los soberbios.
Murió joven por ser sincero.
Lo mataron porque le traicionaba la verdad en sus ojos.
Pero mi Dios murió sin odiar.
Murió excusando, que es más que perdonando.
Mi Dios es frágil.
Mi Dios rompió la vieja moral del "diente por diente",
de la venganza mezquina,
para inaugurar la frontera de un amor
y de una violencia totalmente nuevos.
Mi Dios, tirado en el surco, aplastado contra la tierra,
traicionado y abandonado, incomprendido,
siguió amando.
Por eso mi Dios venció a la muerte.
Y brotó como un fruto nuevo entre sus manos: la resurrección.
Por eso estamos resucitados todos: los hombres y las cosas.
Es difícil para tantos mi Dios frágil,
mi Dios que llora, mi Dios que no se defiende.
Es difícil mi Dios abandonado de Dios.
Mi Dios que debe morir para triunfar.
Mi Dios que hace de un ladrón y criminal
el primer santo canonizado de su iglesia.
Mi Dios joven que muere acusado de agitador político.
Mi Dios sacerdote y profeta
que sube a la muerte como la primera vergüenza
de todas las inquisiciones religiosas de la historia.
Difícil mi Dios, frágil, amigo de la vida,
mi Dios que sufrió los mordiscos de todas las tentaciones,
mi Dios que sudó sangre antes de aceptar la voluntad de su Padre.
Es difícil este Dios, este mi Dios frágil,
para quienes creen que solo se triunfa venciendo,
para quienes creen que solo se defiende matando,
para quienes creen que salvación es sinónimo de esfuerzo y no de regalo,
para quienes lo humano es pecado,
para quienes santo es igual a estoico y Cristo igual a ángel.
Es difícil mi Dios frágil
para quienes siguen soñando con un Dios
que no se parezca a los hombres.
Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, ISBN: 978-84-8353-865-4 (páginas 61-66).
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