Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 10 de octubre de 2024

«Así tendrás un tesoro en el cielo»


El evangelio del domingo 28 del Tiempo Ordinario, ciclo "b", habla de un joven rico que quiere ser buena persona, pero no se decide a seguir a Jesús, ya que está apegado a sus posesiones.

Jesús aprovecha la ocasión y recuerda que a los ricos les será muy difícil salvarse. Cuando hablamos de ricos, pensamos en las grandes fortunas, en los multimillonarios, pero deberíamos pensar en nosotros mismos, que tenemos las necesidades cubiertas y podemos permitirnos algunos caprichos (mayores o menores, según cada caso).

Todos estamos apegados a algunas cosas o a algunos quereres de los que debemos liberarnos si queremos ser verdaderos cristianos.

Cuando Dios llamó a Abrahán, le dijo: «Sal de tu tierra […]. Y él marchó, como le había dicho el Señor» (Gén 12,1.4). Hay que ponerse en camino, dejando atrás las seguridades, arriesgando.

San Juan de la Cruz explica que la respuesta correcta de la persona que ha descubierto el amor de Dios siempre se resume en salir «de todas las cosas criadas y de sí misma» (C 1,2); «Salir de todas las cosas según la afección y voluntad» (C 1,6); «Salir de todas las cosas y de los apetitos e imperfecciones» (1S 1,1); «[Salir] del cerco y sujeción de las pasiones y apetitos naturales» (1S 15,1); «Salir, según la afección, de sí y de todas las cosas» (1N 1,1); «Salir, según la afección y operación de todas las cosas criadas […], apagar el apetito y afección» (1N 11,4).

Salir de las cosas no significa carecer de ellas, sino no poner en ellas el corazón, usarlas con libertad y con moderación, como medios, pero nunca como fines. Lo resume en la expresión «salir según la afección» (es decir, según el afecto, la inclinación, el deseo).

Efectivamente, «no tratamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no desnuda el alma si tiene apetito de ellas, sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga» (1S 3,4).

No hace un juicio de valor sobre las cosas (los objetos, los bienes), sino sobre nuestra relación con ellas. El vino, por ejemplo, no es malo, pero su abuso sí que lo es. Un cuchillo tampoco es malo ni bueno, pero podemos usarlo bien (para pelar patatas) o mal (para clavárselo a alguien). San Juan de la Cruz advierte de la importancia de usar bien las cosas y del peligro de convertirnos en sus esclavos.

Como «el amor hace semejanza entre el que ama y el objeto amado» (1S 4,3), si el destino último de nuestro amor son las cosas, nos cosificamos.

Lo que es válido para los individuos, también lo es para las colectividades. Por motivos meramente económicos hoy se vuelve a hablar de austeridad y de moderación en el consumo de los bienes, porque hemos comprobado que la codicia ha colocado nuestra sociedad al borde del precipicio.

Tenemos que dejar muchas cosas para recordar que lo esencial son las personas, que «no solo de pan vive el hombre» y que «la gracia del Señor vale más que la vida». Se trata de descubrir lo que es prioritario en nuestras vidas y de ponerlo siempre en el primer lugar.

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