Santa Teresa de Ávila invita a que cada carmelita y cada persona conozca y acepte sus capacidades y limitaciones. Esto las permitirá vivir reconciliadas y en paz, libres de celos y de envidias.
Por un lado, la verdadera humildad conlleva la aceptación gozosa de nuestras capacidades, asumiendo que las hemos recibido, por lo que no podemos vanagloriarnos de ellas. Despreciar los propios dones es una falsa humildad, que puede hacer mucho daño:
«No haga caso de unas humildades que hay, […] que les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones. Entendamos bien, bien, como es de verdad, que nos los da Dios sin ningún merecimiento nuestro […]. Creer que no somos capaces de grandes bienes, acobarda el ánimo» (V 10, 4-6).
Por otro lado, la humildad también conlleva la aceptación de nuestras limitaciones. Esto nunca debería ir acompañado de sentimientos morbosos de culpabilidad. Por el contrario, la aceptación sana de la propia debilidad nos enseña a poner nuestra confianza solo en Dios:
«Guardaos, hijas, de unas humildades que pone el demonio con gran inquietud, de la gravedad de pecados pasados, de si merezco acercarme al Sacramento, si me dispuse bien, que no soy para vivir entre buenos. Esas cosas son de estimar cuando vienen con sosiego y regalo y gusto, como las trae consigo el conocimiento propio. Pero si vienen con alboroto e inquietud y apretamiento del alma y no poder sosegar el pensamiento, creed que son tentación y no os tengáis por humildes, que no vienen de ahí» (CE 67,5).
Vivir reconciliados con nosotros mismos y con nuestra historia personal es el fundamento para poder aceptar a los demás tal como son. Teresa insiste en que no debemos perder tiempo en juzgar a los demás (y menos aún en murmurar sobre sus limitaciones).
Texto tomado de mi libro "De la rueca a la pluma. Enseñanzas de Santa Teresa de Jesús para nuestros días". Editorial Monte Carmelo, Burgos 2015, páginas 91-92. Enlace a la reseña de la editorial aquí.
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