Santa Teresa de Jesús es maestra de oración en la Iglesia. Su doctrina es tan profunda y convincente porque la ha vivido antes de escribirla. De hecho, repite muchas veces que solo escribe lo que ha experimentado. En este sentido, todos sus libros son autobiográficos. En ellos expone su camino de oración y lo propone para los que quieran escucharla.
La oración afectiva
Cuando inició la práctica de la oración, Teresa comenzaba meditando alguna página del evangelio o de otro libro espiritual. En la meditación, ella se «representaba» una escena de la vida de Cristo y reflexionaba sobre sus enseñanzas: «Yo tenía este modo de oración: procuraba representar a Cristo dentro de mí […] y estaba con él lo más que me dejaban mis pensamientos» (V 8,4).
En cierto momento, comienza a percibir la presencia misteriosa, pero real, del Señor a su lado, sin que ella haga nada para provocarlo. Es la entrada en la oración mística: «Me venía a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar de que estaba él dentro de mí y yo toda envuelta en él» (V 10,1). Esto le producía asombro y gozo. Sus confesores creen que el diablo la engaña, pero ella no puede dudar de que quien la visita es Dios, porque se siente cada día más firme en la fe y en la esperanza, más generosa en la práctica de la caridad y más desasida de todo.
En su oración, los pensamientos y meditaciones van a ocupar cada vez menos tiempo. Por el contrario, lo decisivo será el afecto, la voluntad. Se siente en presencia de Cristo, a quien mira amorosamente y de quien se deja mirar, a quien habla, sin importarle las palabras que usa, como con un amigo, con un hermano, con un esposo. Eso mismo recomienda a sus lectores: «No os pido que penséis, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con el entendimiento. Solo os pido que le miréis […]. Si estás alegre, mírale resucitado […]. Si estás triste, mírale camino del huerto […] o atado a la columna […] o cargado con la cruz […]. Y él te mirará con unos ojos tan hermosos y olvidará sus dolores para consolar los tuyos […]. Y habla muchas veces con él. Si hablas con otras personas, ¿por qué te habrían de faltar las palabras para hablar con él?» (C 26,3-9). Efectivamente, como ya hemos tenido ocasión de recordar, Teresa ha descubierto que «aquí no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho. Así, lo que más os mueva a amar, eso haced» (4M 1,7).
La plenitud contemplativa
Desde que empezó a practicar esta oración afectiva (ella la llama oración de recogimiento), se multiplicaron las gracias místicas: hablas interiores, visiones, éxtasis, heridas de amor en el corazón. A diferencia de la meditación, que es discursiva y se realiza con el esfuerzo del entendimiento, esta oración es intuitiva y se recibe como un don gratuito. Al principio se asustó. No encontraba las palabras adecuadas para explicar lo que le pasaba. En busca de luz para comprenderlo, empieza a ponerlo por escrito. Sus primeros consejeros no la entendían. Querían «explicaciones» comprensibles y Teresa solo podía ofrecerles un «testimonio» de cómo este encuentro la transformaba.
Ella sabía que sus experiencias no eran resultado de su obrar, sino que venían de Dios, por los efectos que producían: verdadera humildad, libertad interior, desasimiento de todo lo criado, fortaleza en el sufrimiento, amor desinteresado. San Francisco de Borja, san Pedro de Alcántara y san Juan de Ávila la confirmaron en que venían de Dios. Con tan buenos apoyos, desaparecieron sus miedos y todo se convirtió en oración: «Cesaron mis males y el Señor me dio fuerza para salir de ellos […]. Todo me servía para conocer más a Dios y amarle y ver lo que le debía y pesarme de la que había sido» (V 21,10).
Teresa se sentía totalmente identificada con Cristo y sus sentimientos. De su unión con él brotaron su amor apasionado por la Iglesia y la fortaleza necesaria para trabajar por la causa de Cristo sin hacer caso de opiniones contrarias.
Al mismo tiempo que alcanzó las más altas cimas de la mística, se convirtió en andariega de Dios, fundadora de monasterios, maestra de oración y escritora de libros de espiritualidad. En ella, Marta y María caminaron indisolublemente unidas, ya que «para este fin hace el Señor tantas mercedes en este mundo» (7M 4,4).
Quiera el Señor que, siguiendo el ejemplo de santa Teresa, nuestra oración nos mueva a entregarnos totalmente al servicio de Cristo y a dejarle actuar en nosotros.
Texto tomado de mi libro "De la rueca a la pluma. Enseñanzas de Santa Teresa de Jesús para nuestros días". Editorial Monte Carmelo, Burgos 2015. Enlace a la reseña de la editorial aquí.
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