Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 29 de enero de 2023

Las bienaventuranzas. Podemos ser felices en medio de las dificultades


Jesús enseña que la felicidad no está en la ausencia de enfermedades o dificultades. Tampoco se identifica con la abundancia de bienes o de experiencias gozosas. Podemos ser felices incluso cuando lloramos y sufrimos. 

Dios elige caminos sorprendentes para manifestarse: en nuestras derrotas, en nuestros límites y en nuestra debilidad se manifiestan su grandeza y su poder.

El gozo verdadero y definitivo consiste en sabernos hijos de Dios, amados por él, miembros de su familia, herederos de su reino. Y esto no es porque nosotros somos mejores que nadie, sino porque Dios es amor. 

Las bienaventuranzas del evangelio nos invitan a descubrir el amor gratuito de Dios. Para cogerlo, hemos de aceptar nuestras limitaciones, nuestra pobreza, nuestra incapacidad de salvarnos a nosotros mismos, reconciliándonos con nuestra verdad y con nuestra historia, afirmando con santa Teresita: «Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma es que ame mi pequeñez y mi pobreza; es la esperanza ciega que tengo en su misericordia».

Las bienaventuranzas bíblicas son «evangelio», «buena noticia», anuncio de plenitud para esta vida y para la vida eterna. Pero siempre van unidas a exigencias de conversión, a la necesidad de tomar opciones relacionadas con la verdad, la justicia y el amor. 

El «hombre viejo» y el «mundo» nos dicen que son bienaventurados los que prosperan a toda costa y se imponen a los demás, los fuertes y vencedores, pero la Palabra de Dios afirma que la felicidad está en otro sitio. En último término consiste en parecernos a Jesucristo, «que no vino a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).

El anuncio de la buena noticia de las bienaventuranzas nos coloca ante decisiones necesarias: tenemos que convertirnos, hacer opciones, superando los instintos y dejándonos guiar por el Espíritu. 

No significa que lo consigamos, pero hemos de intentarlo una y otra vez, sin desanimarnos, no para ganar el cielo, sino porque el cielo se nos ha regalado y queremos acogerlo con agradecimiento y responsabilidad.

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