jueves, 9 de septiembre de 2021
Los símbolos del poema La fonte, de san Juan de la Cruz: La fuente, el agua y las corrientes
El agua es un símbolo primordial en todas las culturas, para representar el origen de la vida y la posibilidad de purificación, de renacer, de volver a empezar.
«Las aguas, masa indiferenciada, representan la infinidad de lo posible, contienen todo lo virtual, lo informal, el germen de los gérmenes, todas las promesas de desarrollo. […] Sumergirse en las aguas para salir de nuevo sin disolverse en ellas totalmente, salvo por una muerte simbólica, es retornar a las fuentes, recurrir a un inmenso depósito de potencial y extraer de allí una fuerza nueva» (Jean Chevalier).
Si esto se puede decir del agua en general, con más propiedad se puede aplicar a la fuente, lugar donde el agua surge, permaneciendo siempre en movimiento:
«La fuente es uno de los símbolos más desarrollados a lo largo de la historia, abarcando distintas culturas y tradiciones. Es imagen del paraíso terrenal, de cuyo centro parten cuatro ríos hacia los cuatro puntos cardinales, lugar de muchos cultos de purificación y símbolo de la fuerza vital del hombre al estar el agua de la fuente en continuo surgimiento. […] Al traer el agua de lo profundo de la tierra, la fuente simboliza para muchas culturas el origen de todo lo viviente» (Rosalía Pérez González).
En la tradición bíblica, el agua hace referencia, en primer lugar, a los relatos de la creación en el libro del Génesis. Además, la mayoría de las manifestaciones de Dios a los patriarcas y a otros personajes posteriores tienen lugar junto a pozos y manantiales. Dios es presentado en distintas ocasiones como «fuente de agua viva» (Jer 2,13; Ap 7,17) y el creyente tiene «sed de Dios» (Sal 42,3; 63,2).
En el evangelio de san Juan, el agua es un elemento simbólico fundamental: aparece en relación al bautismo de Juan (capítulo 1), en el primer signo que realiza Jesús en las bodas de Caná (capítulo 2), en los diálogos nocturno con Nicodemo (capítulo 3) y la Samaritana (capítulo 4), en la curación del paralítico junto a la fuente de Betesda (capítulo 5). Jesús la promete a los creyentes: «El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”» (7,38) y brota de su costado para derramarse sobre la Iglesia naciente en el momento de su muerte (19,34).
Dada la familiaridad de san Juan de la Cruz con el evangelio de san Juan, hasta el punto de que sus contemporáneos afirman que recitaba capítulos enteros de memoria cuando iban por los caminos, es natural que use esta imagen para referirse a Dios, que se comunica a los hombres para saciar su sed más profunda.
En los escritos de santa Teresa de Jesús es constante la presencia de la sed como manifestación del anhelo de Dios, que es el agua viva.
En este poema, la fuente es Dios mismo, del que todo brota y que quiere comunicarse a los creyentes, tal como el santo indica en el título y en otros escritos suyos: «Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge como lleva el vaso» (2S 21,2).
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