Este mosaico se encuentra en una de las pareces laterales de la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, y representa el misterio de la ascensión de Jesús al cielo. Es una preciosa catequesis visual sobre este misterio de la vida del Señor.
En lo más alto están las manos abiertas del Padre eterno, que acogen a Cristo que asciende y, al mismo tiempo, nos lo donan a nosotros. El Espíritu Santo, que une al Padre y al Hijo, está representado en forma de fuego, que todo lo envuelve. Sale del Padre y del Hijo en forma de fuego y se detiene sobre las cabezas de los creyentes.
Cristo está vestido con ropas doradas (el color de la luz y de la gloria) y situado dentro de un círculo (símbolo de perfección y de eternidad, porque no tiene ni principio ni fin). Pero su manto se sale del círculo y cae hacia la tierra, porque él ha querido voluntariamente permanecer entre nosotros de una manera misteriosa, pero real.
Al mismo tiempo, del círculo brotan llamas de fuego, que representan el don del Espíritu Santo que Cristo envía sobre sus discípulos, reunidos en oración con María.
Los apóstoles y María también forman un círculo, coronado por Cristo mismo, ya que la Iglesia no se puede separar del que es su cabeza, su esposo y su Señor. Cuatro de ellos miran a Jesús, cuatro se miran entre ellos, cuatro miran a María y ella nos mira a nosotros.
María, la madre de Jesús, es también figura y modelo de la Iglesia. Está en el centro de los discípulos, animándolos con su oración, intercediendo por ellos, acompañándolos. Al tener su mirada en nosotros, nos dice que formamos parte de esa Iglesia nacida de la Pascua, de la que ella es imagen pura y perfecta.
Hoy no podemos ver a Cristo en la carne, pero él se hace presente en su Iglesia. Este es el gran reto de los cristianos: hacer visible a Cristo con nuestra vida. Que él nos lo conceda. Amén.
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