jueves, 3 de agosto de 2017
Infancia y juventud de Edith Stein
Ya hemos dedicado una entrada a hablar de "Edith Stein, hija de Israel", en la que hemos comentado las circunstancias que le llevaron a escribir su famoso libro titulado Estrellas amarillas, en el que cuenta los recuerdos de la vida en su familia: sus orígenes, sus ocupaciones, sus relaciones, etc. Allí hablamos de sus antepasados y de su nacimiento. Hoy nos acercamos a su infancia y juventud.
Edith pronto conoció las alegrías y los problemas de los niños superdotados: es la preferida de su madre, aprende en seguida a leer, consigue siempre las calificaciones más altas en la escuela, se lleva todos los premios, se ensalza su inteligencia... al mismo tiempo que no es comprendida por quienes la rodean.
A ella no le gustaban las alabanzas: «Era para mí un momento muy desagradable el tener que atravesar la clase entre dos filas apretadas de alumnos para llegar a la presidencia, donde estaban sentados todos los profesores del colegio. [...] A mí no me gustaba que se le diese tanta importancia y que se comentase con todos los parientes y conocidos».
Su madre le había enseñado algo que ella repetirá siempre: «Es más importante ser buena que ser inteligente, porque ser lista es un don de la naturaleza, pero ser virtuosa es fruto de nuestro esfuerzo de cada día». De hecho, a lo largo de los años, sus propios compañeros le pedirán explicaciones extraescolares y ayuda en los trabajos.
Su inteligencia no la separó de los otros niños o jóvenes, que buscaban su compañía y su amistad.
A los catorce años –contra el parecer de sus parientes y profesores– deja la escuela: se plantea innumerables preguntas sobre el sentido de la vida y le aburre la ausencia de unos programas que capten su interés y estimulen su inteligencia. Más tarde escribirá al respecto: «Estaba harta de aprender».
Su madre la manda a Hamburgo, para que ayude a su hermana Elsa, que espera su segundo hijo y tiene problemas matrimoniales. Allí tiene mucho tiempo para pensar y da una respuesta aparentemente definitiva al problema religioso: «dejé la fe de forma plenamente consciente y por libre decisión».
Un año después vuelve a la casa materna y reemprende los estudios de bachillerato. «Estaba convencida de haber nacido para algo muy grande», aunque no sabe en qué campo.
De momento participa en numerosas actividades organizadas por grupos de estudiantes o por el naciente movimiento feminista en favor del derecho a voto de la mujer o reclamando la igualdad de oportunidades con el hombre.
Dotada de raras cualidades para captar las ideas de los demás y de una gran facilidad de palabra y de trato, se reúne en torno a ella un grupo de amigos que la admira, la corteja y participa en sus clases particulares, encuentros de discusión, asociaciones sociales y políticas, etc.
Al terminar el bachillerato, algunas compañeras de clase publican un poema donde se dedica una estrofa a cada estudiante. En una época en que la mujer no tiene derecho a voto ni posibilidad de ocupar cargos políticos, dicen de ella: «Igualdad para la mujer y el varón / así clama la sufraguista. / Ciertamente, la veremos algún día / en el ministerio».
Se convierte en una de las primeras mujeres que acceden a la universidad (el máximo estudio al que podían aspirar hasta entonces era el de magisterio o enfermería) y estudia letras germánicas, historia y psicología.
Las continuas referencias que se hacen en clase al profesor Edmund Husserl y a su método fenomenológico despiertan su interés y la llevan a dedicarse a la filosofía y a trasladarse a Götingen, donde él enseña, en el año 1913.
Edith relata cómo se encontró por primera vez con su querido profesor. Él realizó una entrevista con los nuevos alumnos que querían matricularse y un interrogatorio personal para ver si estaban capacitados. Así lo cuenta ella misma:
«Cuando yo le dije mi nombre, él añadió:
- El Dr. Reinach me ha hablado de usted. ¿Ha leído usted algo mío?
- Las Investigaciones Lógicas.
- ¿Todas las Investigaciones Lógicas?
- También el segundo tomo completo.
-¿Incluso el segundo tomo? Entonces, es usted una heroína, dijo sonriendo. Así fui admitida».
Allí se encuentra con Max Scheler, Adolf Reinach, Hedwig Conrad-Martius y muchos otros pensadores jóvenes. En este círculo, aprendió a estudiar filosofía sin prejuicios de ninguna clase. Quedó impresionada por la objetividad de la fenomenología y por el rigor de su método científico.
Edith quiere conocer la verdad de las cosas y de los acontecimientos, el sentido del ser y de la existencia humana. Empieza a trabajar en su tesis doctoral sobre la empatía (la capacidad de conectar con los otros). Mientras tanto, estalló la primera guerra mundial y ella se alistó como enfermera voluntaria para ir al frente a cuidar de los heridos.
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