El pasado 1 de diciembre, en la Iglesia católica acogíamos con mucha ilusión el primer Domingo de Adviento. Pero diecisiete días antes de empezarlo, yo aterrizaba en el aeropuerto de Santo Domingo y, después de gestionar la recogida de maletas y salir a la calle, me quedé como los niños pequeños ante los Reyes Magos, con la boca abierta y llena de admiración: ¡¡¡¡TOOOODA LA CIUDAD ESTABA ADORNADA DE MOTIVOS DE NAVIDAD!!!!
Para mí era chocante acoplar esa escena con los treinta grados de temperatura y las ropas veraniegas. Lo cierto y verdad es que ¡Dios me estaba esperando allí!
He estado 24 años dedicada a la evangelización por toda España, y los últimos 17 de forma más comprometida, todos los días del año. Quiero decir con ello que estoy acostumbrada a pasar varios días junto a otros hermanos en oración y experiencias de Fe; sin embargo, nunca antes me había ocurrido algo semejante.
Desde el primer instante que llegué a la casa donde se me acogía, ¡cada acontecimiento iba envuelto en la "nube del no saber"! La casa olía a Dios, las personas olían a Dios ¡y yo pretendía tocarlo con mis propias manos!
Es cierto que en muchas ocasiones el SILENCIO es más elocuente que las palabras, pero no es momento de hacer silencio, sino todo lo contrario. Así que, a pesar de que no encuentro las palabras adecuadas para compartir mi experiencia, os digo que NO QUERÍA REGRESAR A ESPAÑA.
Yo suelo vivir mi fe en las comunidades de la Renovación Carismática Católica. Movimiento con un signo fuerte de alegría (en la expresión del Evangelio), pero con la suficiente seriedad como para reconocer a Cristo en los acontecimientos cotidianos de la vida, vivir la fe en lo pequeño, débil y hasta aquello que no se entiende. Los encuentros de estos días me han desbordado.
Celebrar las Eucaristías en la parroquia de S. Judas Tadeo ¡HA SIDO TOCAR EL CIELO CON LAS MANOS! Mirando a los niños en la Misa, me decía a mí misma: Cualquiera de estos pequeños tiene más presente a la Persona de Jesucristo, que la mayoría de los adultos de España.
Si la alegría de la Celebración era evidente, el respeto en el Templo en todas sus formas, no lo era menos.
La convivencia con el P. Eduardo, el P. Ariadys y los demás hermanos y hermanas fue como transportarme al primitivo Evangelio.
Compartir la oración juntos, solo fue la puerta que nos abrió el alma para SER cada uno en su esencia. Creo que es lo que más extraña mi espíritu en los momentos de oración a lo largo del día.
Tal vez no se entienda esta expresión que voy a detallar, pero de no hacerlo, faltaría al verdadero sentir de mi experiencia en la República: “HE VIVIDO UNA LUNA DE MIEL”.
Tuve que aterrizar no solo del avión, sino del peso de mi vida, para darme cuenta de que el inmenso Amor de Dios me envolvía por todos lados.
He experimentado el Descanso, la Alegría (sin límites), el Gozo, la Protección, las Atenciones (por parte de todos y de todo). He vivido los cuidados de Dios en todas sus facetas.
Sin dejar de tener los pies en el suelo, soy consciente de que Dios puso en mis manos un verdadero trozo de Cielo.
He visitado diversas zonas del país: casas espirituales de los carmelitas y las carmelitas; cada una superaba a la otra.
El encuentro con los aspirantes, los profesos temporales y los superiores (y superioras) me enmudeció, porque su acogida y trato personal me hablaba en todo momento del Evangelio.
A mí no me llega la persona que solo recita textos bíblicos, sino el encanto de sus formas en el trato, la mirada, los interminables detalles de ternura donde menos los buscabas.
Una vez más recordé: EL VERBO SE HIZO CARNE... Y ACAMPÓ JUNTO A MÍ, DENTRO DE MÍ. Oh, Dios, ¿cómo voy a pagarte tanto bien que me has hecho?
He compartido la experiencia con Irma (México), Gladys (Panamá) Ana, Beatriz, Fina (España) y Wendy, ¡¡¡el ángel que Dios puso en nuestra casa para cuidar de cada una de nosotras!!! Ella es dominicana, pero tengo la seguridad de que ahora mismo es internacional; porque se la llevaron en el corazón a Panamá, a México y nos la trajimos a España.
Wendy es la persona que cualquier madre quisiera tener como hija, cualquier mujer quisiera tener como amiga, cualquier sacerdote quisiera tener como feligresa. Es… la imagen de María en el Espíritu de Dios.
Durante mi estancia allí, me comunicaba por whatsapp con mis hijas. Al contarles lo feliz que me sentía, me dijeron: No lo dudes, mamá, ¡QUEDATE! Y así ha sido. Una parte de mi corazón se ha quedado allí, a cambio de la inmensa alegría y gozo que el resto de mi ser ha traído a España.
Este ha sido un hermoso regalo de Cristo. Ya de regreso a mi hogar, le digo: Si en algún lugar del mundo consideras que te puedo ser útil, cuenta conmigo, QUE DISPUESTA ESTOY.
¡Gloria al Señor!
María Vidal
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