sábado, 21 de mayo de 2016
la herencia de un misionero
Gonzalo López Marañón era un fraile carmelita descalzo de Burgos al que hace 50 años pidieron que se fuera a la selva amazónica en el Ecuador para animar la vida misionera de los religiosos y de los laicos que caminaban en Sucumbíos.
Durante 44 años seguidos sirvió lo mejor que supo a los indígenas, anunciándoles el evangelio y defendiéndolos de los intereses de las petroleras y de otras multinacionales que les quitaban sus tierras.
Al cumplir los 75 años presentó su renuncia como obispo de la diócesis, aunque la Santa Sede le prolongó algunos años más en el cargo.
Inesperadamente llegó la noticia de que tanto él como los otros misioneros carmelitas serían reemplazados por los miembros de un grupo ultraconservador. Le acusaban de apoyar la teología de la liberación y de cosas parecidas.
La sociedad de Sucumbíos y de Ecuador se dividió. Algunas minorías apoyaban a los influyentes y económicamente poderosos miembros del nuevo grupo, pero la mayoría del pueblo estaba con los misioneros antiguos.
Monseñor Gonzalo recibió varias condecoraciones del presidente de la nación y de otras instituciones. A pesar de todo, el nuncio le pidió que abandonara la diócesis y el país (aunque él estaba nacionalizado en Ecuador). El misionero lo hizo con dolor.
Mientras tanto, los nuevos misioneros intentaron enfangar la memoria del antiguo obispo y de sus colaboradores con todo tipo de acusaciones.
Como santa Teresa de Jesús dice que "la verdad padece, pero no perece", se comenzó a ver que las cosas no eran tan sencillas como aquellos pretendían y algunas cosas comenzaron a salir a la luz, por lo que la Santa Sede intervino para que abandonaran la diócesis los miembros de ese grupo. Las heridas aún no se han cicatrizado totalmente.
Su historia es la de la Iglesia contemporánea y refleja perfectamente los conflictos que hay entre las distintas sensibilidades que se han desarrollado después del concilio Vaticano II.
Cuando fue elegido el papa Francisco, monseñor Gonzalo quiso explicarle personalmente todo lo que había sucedido. El papa lo recibió con cariño y le animó a vivir gozosamente su vocación, mirando hacia delante, sin permitir que las historias pasadas le quitaran la paz del corazón.
El antiguo misionero no aguantó mucho en España, por lo que decidió irse a Angola, a una de las zonas más pobres y aisladas del país. Allí le sorprendió la muerte.
Quienes quieran leer la impresionante homilía que pronunció el obispo de Luanda puede hacerlo aquí. Allí habla de la herencia que nos deja, que no son bienes materiales, ya que murió pobre, tal como había vivido.
Allí afirma: "No es fácil, cuando muere alguien, repartir la herencia, y lo sabemos por experiencia, ¿qué vamos a hacer con las cosas que dejó el difunto? Pero él murió pobre, tal como vivió entre nosotros. Así que no nos deja bienes materiales. Pero nos deja otro tipo de herencias".
Quienes quieran ver una crónica del funeral que celebramos en Burgos pueden hacerlo aquí.
En una carta que escribió a su hermana poco antes de morir (posiblemente sea la última que redactó) dice así:
Ayer un niño de no más de dos años paseaba de aquí para allá como un pajarillo curioso; le hice una seña, vino hacia mí y lo senté sobre mis rodillas, y se durmió hasta el final de la misa.
En esas condiciones pasé de concelebrante a sentirme casi como la Virgen. Yo veía al niño tan tranquilo y tan feliz, durmiendo encima de mis rodillas y pensaba, pues más o menos, o más que menos, así nos tiene a todos nosotros el papá Dios en sus brazos.
Es todo tan extraño. Debo reeducarme y ver cómo me identifico cada día más con Jesús. No para sobrevivir sino para vivir aquí con los cinco sentidos y algún otro más.
No estoy en el paraíso, pero he buscado este lugar para mi etapa final y estoy muy bien. Lo que no quiere decir que tenga una vida fácil.
Aquí no hay distracciones. Por suerte estamos lejos de la hipocresía y la mentira desmesuradas que tienen comido el mundo. Tengo la sensación de que podré entregarme a lo que no se lleva el viento y centrarme en lo que creo, hasta el final. Y tienes que saber que no me olvido de vosotros y os coloco ante Dios.
Cuando recéis acordaos de mí: No quiero ser débil, quiero completar según la voluntad de Señor la tarea que El reservó para mí.
La vida y la fe me enseñaron que cuando las cosas van limpias y claras las metas se cumplen, mucho más de lo que esperamos, aún los asuntos de menor importancia. No se debe desistir fácilmente de los nobles propósitos y de la conquista de los ideales por los que vale la pena vivir.
Esta me parece que es la razón de mi alegría, que nadie me puede quitar y una constante de mi vida que fue un gran don de Dios para mí, como una y cada día más bonita a ventura.
Que seáis muy felices y que os cuide el Buen Jesús, os desea este náufrago desde las profundidades de esta tierra africana.
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