Les presento un texto del padre Miguel Márquez Calle, o.c.d., en el que nos habla de santa Teresa de Jesús como maestra de oración.
Santa Teresa de Jesús tiene, entre sus principales títulos, el de ‘maestra de oración’ y guía en los caminos del interior, experta humilde en el trato de amistad con Dios. La oración fundamenta, vertebra y da sentido a toda su vida.
Ella tiene la fuerza contagiosa de los grandes descubridores que han explorado mundos insospechados, y nos han relatado, a su vuelta, los paisajes contemplados.
Cuando oímos a Teresa, y lo hacemos con un corazón abierto, podemos escuchar la fuerza, la belleza, la pasión de su trato con el Señor, amigo y compañero, y vemos en el espejo de sus ojos, de sus palabras, en la planta de sus pies, las marcas de su relación con Jesús vivo.
Toda la palabra de Teresa es oración, y la oración es su única palabra. Cuando habla de oración se dice a sí misma, y lo hace de forma directa, interpelante, candente, invitando al lector a no conformarse con lo que ella cuenta, no quedarse en sus palabras, sino a recorrer el propio camino, a “arriscar todo, como un esclavo que por comprar su libertad, entregara todo lo que tiene, sin dudarlo, por tornar a su tierra” (Vida 17, 8): La puerta para llegar a nuestra verdadera patria es la oración.
Clásicamente se han señalado tres etapas en la vida de oración de Teresa: espontánea (cuando niña); difícil (18 ó 20 años en la Encarnación); infusa o mística (28 años restantes de su vida).
Toda la palabra de Teresa es oración, y la oración es su única palabra. Cuando habla de oración se dice a sí misma, y lo hace de forma directa, interpelante, candente, invitando al lector a no conformarse con lo que ella cuenta, no quedarse en sus palabras, sino a recorrer el propio camino, a “arriscar todo, como un esclavo que por comprar su libertad, entregara todo lo que tiene, sin dudarlo, por tornar a su tierra” (Vida 17, 8): La puerta para llegar a nuestra verdadera patria es la oración.
Clásicamente se han señalado tres etapas en la vida de oración de Teresa: espontánea (cuando niña); difícil (18 ó 20 años en la Encarnación); infusa o mística (28 años restantes de su vida).
Después de una incansable lucha, en la que se adentró por caminos poco desbrozados, le alcanzó la experiencia de la oración infusa. Ella describe este momento en expresiones muy simples, llenas de sabiduría mística:
“Tenía yo algunas veces... aunque con mucha brevedad pasaba, comienzo de lo que ahora diré: acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo... y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo estaba engolfada en Él” (Vida 10, 1).
Momento decisivo en el paso a la oración mística es la confianza, que, superado el voluntarismo y los tanteos, acoge lo mejor de la oración como un don gratuito: Cristo mismo, Cristo vivo se hace premio inmerecido, pero necesita la confianza de parte de Teresa. “Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios”. (Vida 8, 12)
Iniciativa de Dios: Este es el despertar de la oración, la caída en la cuenta de un acoso persistente, de ese amor madrugador. “Sea bendito por siempre, que tanto me esperó” (Vida Prólogo 2); “Andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me podía tornar a Sí. ¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto me habéis sufrido! Amén” (Vida 2, 9). La primera verdad de la oración es sabernos amados por Dios. Rendirnos a ese protagonismo primero de su amor, darle crédito, consentir, dejarnos del todo en Él, dejarnos amar. La oración es sobre todo lo que Él hace en mí, lo que le permito hacer.
“Tenía yo algunas veces... aunque con mucha brevedad pasaba, comienzo de lo que ahora diré: acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo... y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo estaba engolfada en Él” (Vida 10, 1).
Momento decisivo en el paso a la oración mística es la confianza, que, superado el voluntarismo y los tanteos, acoge lo mejor de la oración como un don gratuito: Cristo mismo, Cristo vivo se hace premio inmerecido, pero necesita la confianza de parte de Teresa. “Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios”. (Vida 8, 12)
Algunos elementos importantes de su magisterio orante:
Iniciativa de Dios: Este es el despertar de la oración, la caída en la cuenta de un acoso persistente, de ese amor madrugador. “Sea bendito por siempre, que tanto me esperó” (Vida Prólogo 2); “Andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me podía tornar a Sí. ¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto me habéis sufrido! Amén” (Vida 2, 9). La primera verdad de la oración es sabernos amados por Dios. Rendirnos a ese protagonismo primero de su amor, darle crédito, consentir, dejarnos del todo en Él, dejarnos amar. La oración es sobre todo lo que Él hace en mí, lo que le permito hacer.
Originalidad de su búsqueda: superando los métodos, ella no se contenta con palabras y busca a Dios mismo. Los libros y maestros ayudan, orientan, pero ninguno evita su búsqueda personal. Va inventando su modo de orar. El buscador vive una profunda soledad que le aboca desnudo a Dios.
Trato de amistad: santa Teresa ha tenido el acierto de definir la oración como trato entre personas, trato entre amigos, salvando las diferencias. Con ello hace entendible la oración a todo espíritu, y nos recuerda uno de los elementos más ricos y bellos del ser humano: capaz de amar y ser amado. La oración es relación de personas, encuentro transformante y dinámico. La amistad con Dios ha de ir siendo depurada de propio interés, de sentimentalismo, de superstición... hacia la confianza y la escucha.
Jesucristo: la humanidad de Jesucristo es central en el proceso de la oración teresiana. La 'condición humana de Dios' es su gran descubrimiento, la gracia principal para encajar todas las piezas. La humanidad de Cristo hace posible la comunión con Dios. La adoración de Cristo Eucaristía, hecho entrañable cercanía, hecho 'nuestro', es una de sus vivencias privilegiadas.
Dignidad humana: es otra manera de hablar de la 'belleza interior', del castillo y de la perla, del 'Huésped' y de nuestra vocación a vivir en plenitud. Teresa nos recuerda que no estamos huecos, que hay que conocerse para reconocer en nosotros el don de Dios, la maravilla de su creación. Las Moradas de santa Teresa son un canto a la naturaleza humana habitada de Dios. La muerte, en el hondo sentido, es afirmación de vida plena, el gusano ha de renacer mariposa.
Su modo de orar: “Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración”. (Vida 4, 8). “Estábame allí, lo más que me dejaban mis pensamientos, con El”. (Vida 9, 4). El hombre se recoge en silencio interior para gustar, vivir la presencia. En sentido más verdadero, Dios mismo recoge al orante, lo distrae de toda distracción para atraerlo a sí. De manera tan sencilla nos propone su modo de oración.
Oración-vida: para santa Teresa la oración es expresión de toda una vida. Al orar la vida entera está en juego. Ambas se alimentan mutuamente. La insistencia de la santa es en el amor hecho vida: “obras quiere el Señor” (5 Moradas 3, 11). Habla de la oración como de un "trato de amistad estando muchas veces tratando a solas” (Vida 8, 5). Ejercicio frecuente en soledad y silencio, pero insiste, sobre todo, en la actitud contemplativa amorosa y acogedora. La contemplación-admiración se ha de dar en toda oración vocal, discursiva, mental, etc., llegando a todo lo que vivimos cotidianamente.
Ambiente-clima-fundamentos: muy importante un clima de fraternidad y acogida, amistad limpia y sincera. Clima de sencillez y pobreza, en sentido hondo y real, para que nada estorbe lo esencial. Esta sencillez también en los lugares donde oramos, para que todo centre la mirada en el Único. Pero la genialidad teresiana acerca de la oración está planteada en el Camino de Perfección, allí, preguntada por la oración, dedica 21 capítulos a los fundamentos de la oración: pobreza, humildad, desasimiento, amor de unas con otras y determinada determinación. No se es verdadero orante y contemplativo sin el cultivo de estas virtudes.
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