Este cuadro del siglo XVII representa a santa Teresa de Jesús escribiendo. Pertenece a una colección privada de Salamanca. Me gusta por el detalle del gatito a sus pies, aunque no se aprecia mucho en esta fotografía.
En esta obra de Cristóbal de Villalpando, también del siglo XVII, que se conserva en la iglesia de san Felipe Neri de la ciudad de México, también se puede ver un gato a los pies de la santa.
Santa Teresa de Jesús fue una mujer dotada de una inteligencia despierta, de una voluntad intrépida y de un carácter abierto y comunicativo. Su ingenio y simpatía la convirtieron en la hija preferida de sus padres y capitana de todos los juegos de infancia.
Ella misma reconoce que «las gracias de naturaleza que el Señor me había dado, según decían, eran muchas» (V 1,9).
Un contemporáneo suyo, el P. Pedro de la Purificación, escribió: «Una cosa me espantaba de la conversación de esta gloriosa madre, y es que, aunque estuviese hablando tres y cuatro horas, tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca tan llena de alegría, que nunca cansaba y no había quien se pudiera despedir de ella».
Parecido es el testimonio de la Hna. María de san José: «Daba gran contento mirarla y oírla, porque era muy apacible y graciosa». Fray Luis de León añade: «Nadie la conversó que no se perdiese por ella».
Cuando se visitan los monasterios que fundó santa Teresa, sorprende que en muchos se conservan algunas reliquias especiales que le pertenecieron: castañuelas, tambores, flautas y otros instrumentos musicales. Y es que a Teresa le gustaba componer e interpretar canciones y poesías para animar las fiestas conventuales. Incluso decía que una de las señales que indicaban que una novicia tenía verdadera vocación es que tuviera ganas de reír.
En una ocasión se encontraba en el monasterio de Soria. La comunidad eligió como priora a la madre Catalina de Cristo. Una monja preguntó a una novicia qué le parecía la madre fundadora. La novicia respondió con sencillez que no le parecía tan santa como ella se esperaba, porque se reía mucho; que le parecía más santa la priora de la casa, que era más seria. Santa Teresa lo oyó y le dijo a la novicia: «¡Alto ahí! La madre Catalina es más santa que yo porque es muy virtuosa, en eso dices verdad, que yo tengo la fama y ella las virtudes. Pero no es más santa porque se ríe poco, que eso no es una virtud, sino un defecto!»
Sor Juana de la Cruz, abadesa de las descalzas reales de Madrid, cuando conoció a santa Teresa en 1569 dijo a sus monjas: «Bendito sea Dios, que nos ha permitido ver una santa a quien todas podemos imitar, que come, duerme y habla como nosotras y anda sin ceremonias». Verdaderamente ella era muy poco amiga de ceremonias tanto en la vida como en el culto cristiano: le gustaban las cosas sencillas y «sin artificio».
Su sobrina Teresita, hija de Lorenzo de Cepeda, testimonió a su muerte: «Tenía un exterior tan desenfadado y cortesano, que nadie por eso la juzgaba por santa; pero tenía en toda ella un no sé qué tan de sustancia, que hacía fuerza que creyesen y viesen los que la trataban, que era muy santa sin esforzarse por parecerlo».
Para santa Teresa, la alegría era una opción de vida que brotaba del saberse amada gratuitamente: «[Dios] no es aceptador de personas; a todos ama. […] No puedo decir lo que se siente cuando el Señor le da a entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan por encima de los que se pueden tener acá» (V 27,12).
Saberse amada le llevaba a vivir con gozo y a transmitir su alegría a los demás, por eso dice de sí misma que siempre ha procurado «dar contento adondequiera que estuviese».
Su simpatía natural y su buen humor le abrieron numerosas puertas y la ayudaron a entretejer una compleja red de relaciones y de amistades incondicionales con personas de las más variadas proveniencias sociales, aunque también le crearon serias dificultades entre los que no veían compatibles la afabilidad y la santidad. Eran muchos los que identificaban la santidad con la gravedad y consideraban que la sencillez y el buen humor eran sinónimos de superficialidad.
Ella era consciente de esto y por eso avisa a sus monjas: «procuren andar con alegría; que hay algunas personas que parece que se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco» (V 13,1).
E insiste: «procurad ser afables con todas las personas que os trataren, de manera que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables con sus hermanas» (CV 41,7), porque «la caridad crece al ser comunicada».
También decía que «un santo triste es un triste santo» y que «un alma apretada no puede servir bien a Dios». Y le gustaba repetir: «Tristeza y melancolía, no las quiero en casa mía».
De hecho, la beata Ana de san Bartolomé (su compañera de fundaciones y enfermera), nos ha dejado este precioso testimonio: «No era amiga de gentes tristes, ni lo era ella, ni quería que los que iban en su compañía lo fuesen. Decía: “Dios me libre de santos encapotados”».
Texto tomado de mi libro "De la rueca a la pluma. Enseñanzas de Santa Teresa de Jesús para nuestros días". Editorial Monte Carmelo, Burgos 2015, páginas 15-18. Enlace a la reseña de la editorial aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario