En esta pintura de Bradi Barth se puede apreciar la mirada de amor de Cristo al ladrón, que pide misericordia. Esa mirada nos renueva y transfigura.
Gerardo Diego tiene un largo poema, titulado "Salmo de la transfiguración", de una belleza y audacia sorprendentes.
El poeta ha comprendido muy bien la propuesta cristiana: Quiere ser transfigurado por Cristo, viviendo la vida del Señor, pero conservando su propia identidad, sin dejar de ser él mismo.
Pero no solo pide esa gracia para sí mismo, pide lo mismo para todos los hombres: que le conozcan, que le experimenten, para que puedan amarle, porque así ninguno lo rechazará. También los pecadores, especialmente los pecadores: que descubran su verdad, su pobreza radical, su imposibilidad de salvarse a sí mismos, y que surja en ellos el deseo de una vida en plenitud, para la que han sido creados.
La liturgia de las horas recoge algunos versos en los himnos de la fiesta de la transfiguración del Señor. Yo les propongo leerlo entero y espero que lo disfruten.
Transfigúrame.
Señor, transfigúrame.
Traspáseme tu rayo rosa y blanco.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla
en tu más alta catedral.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de ti en tu gloria traspasado.
Quiero poder mirarte sin cegarme,
convertirme en tu luz, tu fuego altísimo
que arde de ti y no quema ni consume.
Oh mi Jesús alzado sobre el trío
-Pedro, Juan y Santiago-
que cerraban sus ojos incapaces
de sostener tu Luz, tu Luz, tu Luz.
Y no cerrar mis párpados
como ellos los cerraban
con tu llaga de luz sustituyéndote
en inconsútil túnica incesante,
y dentro tú, manando faz de Dios.
Déjame mirarte, contemplarte
a través de mi carne y mi figura,
de historia de mi vida y de mi sueño,
inédito capítulo en tu Biblia,
vidriera que en colores me fraccionas
para unirme después en tu luz blanca
al otro lado de tu barlovento.
Si he de transfigurarme hasta tu esencia,
menester fue primero ser ese ser con límites,
hecho vicisitud camino de figura,
pues solo la figura
puede transfigurarse.
Toma mis rombos, lava mis losanges,
mis curvas de pecado
justifícamelas, compensa y recompensa
mis áreas caprichosas de colores de furia,
mi cristal emplomado y tan frágil,
émulo de tus ángeles traslúcidos,
mi fábula de niño, tu parábola
que esperaba de siempre tu visita de sol.
Pues figura me hiciste y me parezco
a mí mismo en mi vitral naturaleza,
oh mi Hermano en María, transfigúrame.
Pero a mí solo no. Como a los tuyos,
como a Moisés, fuego blanco de zarza,
como a Elías, carro de ardiente aluminio,
cada uno en su tienda, a ti acampados,
purifica también a todos
los hijos de tu padre,
que te rezan conmigo o te rezaron
o acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el padrenuestro.
Purifica a todos, a todos transfigúralos.
Figúralos primero, si aún no alcanzan
ese grado en contornos
y tonos apagados de tapices.
Figúralos, Cristo Jesús, aún no son ellos
y por ser ellos claman, pían,
huérfanos pajarillos.
Y luego, ya trazados, ya cumplidos
en su tránsito pávido de hombres,
hiérelos, acribíllalos,
hazlos flecos de ti, rayos no ajenos,
ellos siempre aunque en ti glorificados.
Miro en torno de mí,
no, debajo de mí, en las galerías,
los gusanos de luz, casco y piqueta
que afloran luego al aire puro,
mas ya de noche, negros de carbones.
Hazlos diamantes tú, como a esos astros.
Si acaso no te saben, o te dudan,
o te blasfeman, límpiales piadoso,
como a ti la Verónica, su frente,
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, y te conozcan,
espéjate en su río subterráneo,
dibújate en su alma,
sin quitarles la santa libertad
de ser uno por uno tan suyos, tan distintos.
Mira, Jesús, a la adúltera, no aquella
de tus palabras con el dedo en tierra,
esta de hoy aún es más desdichada
y no piedras la arrojan, sino aplausos y flores,
y la niega el esposo y vive de ella.
Hazla también mirarse en aguas vivas
y cumplirse en sí misma,
de su virtualidad ascender a virtud,
realidad de figura bañada en paz de gracia,
dispuesta a un recrear transverberado.
Y al violento homicida
y al mal ladrón y al rebelde soberbio
y a la horrenda –¡piedad! – madre desnaturada
y al teólogo necio, que pretende
apresarte en su malla farisea,
y al avaro de oídos tupidos y tapiados
y al sacrificador de rebaños humanos.
Y, sobre todo, no abandones
al más abyecto, al repugnante
-perdón ahora para mí, no puedo
remediarlo, pero por él te pido-
al desagradecido.
Nada me imprime más horror, Dios mío.
Sálvale tú, despiértale
la confianza, alegría incomparable
de llorar recordando el beneficio
del amigo en que tú, sí, te escondías.
Allégatele bien, que sienta
su corazón cobarde contra el tuyo,
coincidentes los dos en solo un ritmo,
un ritmo y del envés ya a flor de flor,
su figura, su rostro limpidísimo.
Que todos puedan, en la misma nube,
vestidura de ti, tan sutilísima,
fimbria de luz, despojarse y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí con ellos todos, te lo pido,
la frente prosternada hasta hundirla en el polvo,
a mí también, el último, Señor,
preserva mi figura, transfigúrame.
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