No piensen que solo he orado y predicado. Tanto en Dominicana como en Cuba fui un día a la playa, tomé el sol y me bañé. No he visitado los hoteles de los turistas ni he bebido piña colada, pero he comido frijoles con yuca y arroz, arroz con frijoles y yuca, yuca con arroz y frijoles y otras cosas sabrosas por el estilo, recordando siempre lo que dice la Biblia: “Más vale mendrugo de pan seco con paz, que casa llena de festines y discordia” (Prov 17,1). Mis hermanos de Dominicana y de Cuba son un ejemplo de trabajo por el Reino en paz y alegría. He rezado con ellos todos los días, he compartido sus alimentos materiales y su esperanza, ¿qué más puedo pedir?
Para que se hagan idea de cómo son, les diré que la comunidad más pequeña es la de Matanzas. Los dos frailes que la forman atienden la parroquia del Carmen en la ciudad y varias iglesias en los campos, tienen un pequeño comedor para ancianos sin recursos, una lavandería donde la gente lleva su ropa a limpiar, un taller de costura, actividades con disminuidos psíquicos, servicio de farmacia…, pero encuentran tiempo para rezar y comer juntos, así como para leer juntos las Moradas de santa Teresa (no me acuerdo qué capítulo leímos, pero era de las sextas Moradas). Doy gracias al Señor por estos hermanos que me ha concedido, ya que entre sus muchas virtudes se notan menos mis pecados. El Señor los llene de sus bendiciones. Amén.
Algunos amigos me hicieron fotos de las iglesias y de los encuentros, pero las he olvidado en la Habana y ellos tienen mal acceso a internet, por lo que no pueden enviar archivos tan pesados por correo. Por eso solo pongo arriba una foto de la fachada del Carmen de la Habana (los padres carmelitas descalzos) y abajo otra de la fachada del convento de las madres carmelitas descalzas.
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