viernes, 2 de marzo de 2018
Ahora es el tiempo de la gracia
San Pablo afirma en una de sus cartas: «Os exhorto a no echar en saco roto la gracia de Dios. En efecto, dice el Señor: “En el tiempo favorable te escucho, en el tiempo de la salvación vengo en tu ayuda”. Pues mirad: Ahora es el tiempo favorable. Ahora es el tiempo de la salvación» (2Cor 6,1ss).
A veces tenemos la tentación de pensar que los tiempos pasados eran mejores, cuando las circunstancias externas eran más favorables al cristianismo, había más vocaciones y la religión era más respetada; pero san Pablo dice con claridad que «Ahora es el tiempo favorable. Ahora es el tiempo de la salvación».
No ayer. No mañana. Ahora, en este tiempo que nos ha tocado vivir, con sus luces y sus sombras. En estas circunstancias concretas, el Señor nos ofrece su gracia y nos invita a su amistad.
En cada momento de la historia hay personas que la acogen y personas que la rechazan. En cada generación hay quienes la hacen fructificar y quienes la desperdician.
San Pablo no podía hacernos una advertencia más dura: «Os exhorto a no echar en saco roto la gracia de Dios». Efectivamente, podemos hacer vana la gracia de Dios en nuestras vidas.
¿Cuántas gracias hemos recibido y desaprovechado? ¿Cuántas visitas del Señor hemos desatendido? ¿Cuántas energías hemos perdido en inútiles lamentos? ¿Cuántas veces hemos aplazado nuestra entrega sin condiciones al Señor? Con amargura, tenemos que reconocer que muchas veces se cumple en nosotros lo que lamentaba Lope de Vega:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
¡Qué pacienta infinita demuestra el Señor con nosotros, dándonos siempre una nueva oportunidad! ¡Con cuánta ternura mendiga nuestro amor!
Si «ahora es el tiempo de la gracia», ¿qué espero, Señor mío, para acogerte del todo y para entregarme totalmente a ti? No quiero perder ni un minuto más, no quiero esperar a mañana, en este momento quiero amarte y servirte. Acoge, Señor, mis deseos y realízalos, por tu misericordia. Amén.
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