jueves, 23 de marzo de 2023

La resurrección de Lázaro


El domingo quinto de Cuaresma (ciclo "a") leemos el evangelio de la resurrección de Lázaro. Una semana antes de la Semana Santa, reflexionamos sobre el misterio de Jesucristo, que es más fuerte que la muerte.

Juan
en su evangelio no habla de «milagros», sino de «signos» que tienen que ser interpretados para ser comprendidos. Entre los muchos signos que Jesús realizó, el evangelista ha seleccionado siete (número que habla de plenitud, totalidad):

1- Las bodas de Caná.
2- La curación del hijo de un oficial.
3- La curación del paralítico en la piscina Probática (o de «Betesda»).
4- La multiplicación de los panes y los peces.
5- Jesús camina sobre el mar.
6- La curación del ciego de nacimiento.
7- La resurrección de Lázaro. 

Cada uno de ellos ilumina un aspecto de la vida y misión de Jesús. El evangelista afirma que los ha recogido con la finalidad de suscitar la fe del lector: «Muchos otros signos hizo Jesús […]. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios» (Jn 20,30-31).

Todos somos conscientes de que los signos deben ser interpretados correctamente para captar su significado. De hecho, Jesús reprende a sus contemporáneos cuando quieren hacerle rey después de la multiplicación de los panes y les dice que lo hacen porque les ha dado de comer, pero no han entendido el significado de ese «signo» (Jn 6,26), que él mismo explica a continuación. Vamos a intentar profundizar en el mensaje que nos quiere transmitir la resurrección de Lázaro.

El relato (Jn 11,1-45)

Cuatro días después de la muerte de su amigo Lázaro, Jesús se dirige a Betania. Al llegar, Marta confiesa que el cadáver «ya huele» a putrefacción, lo que indica la irreversibilidad de la muerte de Lázaro. De hecho, los judíos creían que el cadáver se descomponía a partir del tercer día. Se establece un diálogo entre Jesús y Marta, que termina con la afirmación del maestro: «Yo soy la resurrección y la vida». Más tarde, dice con autoridad al difunto: «¡Sal fuera!». El amigo lo hace, envuelto en las vendas y el sudario. 

Ante este signo, el último antes del definitivo –queserá su propia resurrección− «muchos creyeron en él» pero sus enemigos, «desde ese día, decidieron darle muerte» (Jn 11,53). Se produce el mismo proceso que en otros casos similares, como en la curación del ciego de nacimiento: Los que acogen con fe las palabras de Jesús, pueden interpretar correctamente el signo; los que las desprecian, se endurecen en su rechazo. 

Éles consciente de que traman su muerte, pero no huye, porque, finalmente, «ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12,23). La hora de su glorificación coincide con la de su muerte y sepultura. Solo así se realizará el plan divino de la salvación, al que él se somete voluntariamente. Al resucitar a Lázaro antes de su pasión, Jesús enseña que tiene poder sobre la muerte y anuncia que no le quitan la vida, sino que él la entrega voluntariamente.

Lázaro, imagen del hombre que muere

En Lázaro se manifiesta el destino último con el que cada hombre tiene que enfrentarse: la muerte de los seres queridos y la propia muerte. En Marta lloran todos los que han sufrido una separación dolorosa, cuando las palabras no sirven para expresar los sentimientos. Quizás se podría haber hecho algo por salvarlos, pero ya no se puede. Solo queda llorar. 

La salvación de Jesús, para ser completa, tiene que ofrecer respuesta al enigma último de la existencia humana. Jesús anuncia la resurrección. La de su amigo Lázaro es ya un anticipo, una promesa. 

San Juan pone cuidado en indicar que salió del sepulcro, «con las manos y los pies atados por las vendas y la cara envuelta en un sudario». Lázaro ha recuperado la vida que tenía antes de morir, pero conserva la condición mortal: tendrá que volver a pasar por la muerte. Las vendas y el sudario lo recuerdan. 

Sin embargo, más tarde el mismo evangelista hará referencia a las vendas y al sudario de Jesús, que quedaron abandonadas en el sepulcro (cf. Jn 20,7), ya que su resurrección sí que es definitiva. Él no recupera la vida de antes, sino que entra en la vida plena, en la que «ya no habrá muerte, ni llanto, ni dolor» (Ap 31,4). La resurrección de Lázaro es anuncio y promesa de la de Jesús (y de la nuestra). 

El llanto de Cristo y el llanto de la Iglesia

Jesús no solo llora por su amigo Lázaro. Los santos Padres interpretaron que llora por Adán, al ver las consecuencias de su pecado. En la mañana de la creación, Dios le advirtió: «Si te apartas de mí, morirás» (Gén 2,17). Ahora que su advertencia se ha cumplido, la humanidad huele a putrefacta y yace en el sepulcro, aplastada por una pesada losa que no puede mover, incapacitada para entablar relaciones con el Dios de la vida. 

Lázaro no es solo el hombre sediento e incapacitado para saciar su sed (como la samaritana) ni el que no puede ver a Dios en su vida (como el ciego de nacimiento). No es solo el leproso, el sordo o el paralítico que Jesús encontró por los caminos:es el desposeído de todo, de la vida mortal y de la eterna; es la descendencia de Adán, atrapada en el reino de la corrupción y sin esperanzas humanas de salvación. Ante las consecuencias del pecado, Jesús llora conmovido. 

La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, también llora por los hombres que yacen en el sepulcro. Muchos no llevan muertos cuatro días, sino meses y años. Y lo peor es que no son conscientes. Como hizo Jesús, grita a los humanos para que abandonen sus pecados, para que salgan de sus sepulcros. A quienes la escuchan, aunque estén atados por las vendas de sus faltas, los desata para que puedan andar, ofreciéndoles el perdón y la vida nueva. Entonces desaparece el hedor de la muerte (cf. 2Cor 2,16) y pueden expandir por el mundo el buen olor de Cristo (cf. 2Cor 2,15). 

Texto tomado de mi libro "La Semana Santa según la Biblia", Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2017. ISBN: 978-84-8353-819-7, páginas 71-75.

Quienes tengan interés, tienen la posibilidad de descargar algunas páginas y también pueden adquirirlo en la página web de la editorial. Este es el enlace:

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