A los veintiún años pidió el ingreso en el Carmelo de Pau. La acompañaba la madre Verónica, su anterior maestra de novicias, que la presentó como un milagro de obediencia y de sencillez y que se hizo carmelita con ella. La misma madre general de las religiosas de san José escribió una carta a las carmelitas de Pau, en la que afirmaba: “A nuestros superiores eclesiásticos no les ha parecido conveniente retenerla entre nosotras, alegando que semejantes almas deben ocultarse en el claustro. Nuestras religiosas han obedecido. Se trata de un alma privilegiada”.
En el Carmelo encontró lo que andaba buscando: un ambiente sencillo y fraterno, con largas horas de oración silenciosa y la oportunidad de servir a las esposas de Cristo en los trabajos más humildes. Allí nadie se extrañaba de que algunos días permaneciera silenciosa y absorta durante horas o de que saliera a la huerta en medio de la noche a contemplar las estrellas, aunque otros fenómenos extraordinarios sí que llamaban mucho la atención, pero nadie le pedía explicaciones, fuera de la maestra, a la que siempre respondía con gran humildad.
Tenía una gran devoción al Espíritu Santo (algo poco común en su época) y decía que el mundo y la Iglesia andaban mal porque los cristianos (incluidos los sacerdotes) no oraban al Espíritu Santo. En cierta ocasión sintió que Jesús le decía: “El mundo y las comunidades religiosas buscan novedades en ciertas devociones y menosprecian la verdadera devoción al Paráclito, por eso se da el error y la desunión y no reina la paz ni la luz. […] Toda persona que invoque al Espíritu Santo y le tenga devoción no morirá en el error. […] Me han dicho que viene el día en que satanás se presentará con la forma de nuestro Señor para confundir al mundo, pero quien invoque al Espíritu descubrirá el error. […] He visto tantas cosas a propósito de esta devoción que se podrían escribir dos volúmenes. Pero no seré yo quien los escriba, porque solo soy una ignorante, que no sé leer ni escribir. El Señor descubrirá su luz a quien Él quiera”.
Aunque pasaba muchas horas en contemplación, ella pensaba que no sabía orar, porque a veces era incapaz de recordar las oraciones vocales y otras no lograba concentrarse al recitarlas. Por eso decía a su maestra de novicias: “En la oración no logro ni siquiera concluir la plegaria más corta. Comienzo el Padre Nuestro y me quedo en las primeras palabras, sin poder continuar. Pienso: ¡Oh, Dios mío!, Tú eres tan grande y tan poderoso, Tú eres nuestro Padre, Tú estás en el cielo; mientras que nosotros somos pequeños gusanos, polvo y ceniza. ¡Y todavía tenemos el coraje de ofenderte! Oh, Dios mío, ten piedad de nosotros... y luego, me pierdo y me duermo”. Y continuaba: “Si después recito el Ave María, comienzo a decirle a la Virgen: Eres tan buena, tan buena, ¡oh, Madre mía! Tú eres la Madre de Dios y la madre de los hombres. Y nosotros solo somos unos pobres pecadores... y después me pierdo y me duermo: imposible continuar... ¿Cómo debo decir esto al confesor, que no logro hacer bien la oración?”
Ella se sabía pequeña y se gozaba de serlo. Decía: “Cuando pienso que yo soy nada, salto de alegría. Es tan bello ser nada... La humildad es feliz de ser nada, no se ata a nada, nunca se enoja, y siempre está feliz, va por todas partes contenta, satisfecha de todo... Bienaventurados los pequeños”. Y en otra ocasión: “Ni la espiga ni la rosa crecen por su propio poder. Necesitan la tierra para nutrirse, el calor del sol y el rocío para hacerse grandes. Así sucede con el alma: por sí misma no puede hacer nada por Dios. Cuando el alma se empequeñece hasta desaparecer, entonces Dios crece y trabaja en ella”. Y le gustaba decir de sí misma: “Soy una pequeña nada”.
A veces tenía una visión, que siempre se repetía igual: veía a Jesús que acunaba en sus brazos a una niña de unos tres años. Mariam decía a Jesús: “¡Esta niña es muy feliz porque Tú la amas mucho!”. Y Jesús respondía: “Es verdad que la amo y la tengo en mis brazos, pero ella no lo sabe”. A lo que Mariam respondía: “Si fuera yo, lo sabría y sería feliz”. Y le contaba a la maestra con un poco de envidia: “Aquella bebé solo mira a Jesús. Y Jesús la mira con amor”.
Pero no todo eran experiencias agradables para la hermana Mariam. Por desgracia, se sucedieron varios ataques del demonio, que intentaba convencerla de que ella no era digna de estar en el monasterio, que no tenía vocación, que estaba engañando a las hermanas y a Dios… o incluso de que Dios no existe. En esos momentos sufría terriblemente. Hasta tuvieron que hacerle varios exorcismos.
Desde hacía algunos años, en Italia se sucedían guerras para unificar todos los territorios de la península en un único país y en Roma hubo varias revueltas y asaltos que concluyeron con la conquista definitiva de la ciudad por las tropas garibaldinas en 1870. Dos años antes, tres veces hizo advertir al papa que un cuartel militar próximo al Vaticano había sido minado. Aunque nunca había estado en Roma, explicaba con todo detalle los lugares exactos en que se encontraban las bombas. Pero nadie hizo caso de los avisos de una novicia visionaria hasta que el 23 de octubre explotó el cuartel, como ella había anunciado.
Cuando a los pocos meses, mientras se celebraba el Concilio Vaticano I, hizo advertir nuevamente al papa de que tres importantes edificios religiosos de Roma iban a ser minados, se pudo evitar una catástrofe, ya que se encontraron las cargas explosivas siguiendo sus indicaciones.
En la India
Al regreso del concilio, el obispo de la misión de Quilón en la india, que era carmelita descalzo, pasó por Pau para solicitar la fundación de un monasterio carmelitano en Mangalore. Eso era algo muy raro, ya que entonces se pensaba que solo se podían fundar monasterios contemplativos cuando una diócesis estaba totalmente formada, pero no en los territorios de misión. Todas las monjas se ofrecieron para el viaje. Él solo puso una condición: que la hermana Mariam estuviera entre las fundadoras.
El obispo de Bayona, que había desarrollado un tierno afecto hacia la hermana Mariam, recordó a las monjas que iban a partir con ella que siguieran poniendo por escrito cada uno de sus fenómenos místicos y las cosas que decía cuando estaba en éxtasis y que se lo hicieran llegar.
En agosto de 1870 seis hermanas se pusieron en camino. Durante los tres meses que duró la travesía, fallecieron tres de las hermanas, por lo que mandaron nuevos refuerzos desde Europa.
La hermana Mariam concluyó el tiempo de su noviciado e hizo su profesión religiosa en la India. Obtuvo el permiso de quedarse como hermana conversa o de velo blanco, dedicada a las labores de la casa pero sin derecho a voto en los capítulos, porque no era capaz de seguir la recitación del breviario (que entonces se hacía totalmente en latín). En la homilía, el obispo le dijo: “Alégrate, pero tiembla al mismo tiempo. Alégrate porque eres esposa de Jesús y tiembla porque eres esposa de Jesús crucificado, como indica tu nombre religioso”.
Efectivamente, después de su profesión religiosa inició para Mariam la ascensión al Calvario: sufría en el alma porque podía ver las persecuciones que se estaban realizando contra los cristianos en China y se multiplicaron los fenómenos extraordinarios. Tantos y tan inexplicables que la priora y el obispo le pedían explicaciones que ella no sabía dar, por lo que llegaron a pensar que estaba endemoniada o que mentía. A ella le parecía que estaba dentro de un lago lleno de serpientes que la atacaban, pero Jesús le decía: “Yo te veo y basta. No digas nada, guarda silencio”.
De regreso en Francia
Así, a los dos años de haber llegado a la India fue mandada de regreso a su Carmelo de Pau. Allí dirá a las hermanas: “Después de mi salida de Mangalore he sentido una paz y una calma, que me es imposible explicar. No deseo nada, no pido nada, ni siquiera la cruz; solo Jesús, su voluntad y el silencio”. No guardaba rencores ni pedía explicaciones. Solo quería cumplir la voluntad de Dios, que se le iba manifestando en los acontecimientos. Si le preguntaban por lo que había sucedido en la India, solo sabía decir: “Soy el pollito que atrapa el milano; le picotea en la cabeza para aplastársela; pero el pobre pequeñuelo huye y se cobija bajo el ala de su madre para estar seguro. Corrí hacia mi Padre y mi Rey, que vino hacia mí. Me sentí como si fuera un pollito bajo el ala de su madre”.
Mariam vivía todo con tanta naturalidad que el obispo y las monjas de Mangalore comprendieron que se habían equivocado en sus juicios. Por entonces, la priora de la India escribió una carta al superior del Carmelo de Bayona en la que dice: “Puedo asegurarle, amado padre, que me siento totalmente feliz de que aquella querida hijita esté rehabilitada, y deseo de todo corazón que sepan todos que nos hemos equivocado en Mangalore. En cuanto a mí, amo de un modo indecible a aquella hijita, y han desaparecido las tentaciones que tuve contra su camino”. También escribió a la misma interesada, diciéndole: “Siento la necesidad de abrirle mi corazón, hijita querida. ¡Oh, cuántas veces me he acusado a mí misma, en la amargura de mi alma, de no haber sido para con usted lo que debiera haber sido! ¡Le pido mil veces perdón por todo lo que le he hecho sufrir!”.
Una madrugada, la priora la encontró en uno de sus frecuentes éxtasis, asomada a la ventana, mientras decía con fuerte voz: “Todos duermen y nadie piensa en Dios, que es tan bondadoso y tan grande. Nadie se acuerda de Él. La naturaleza lo alaba: el cielo, las estrellas, los árboles, la hierba… toda criatura alaba al Señor; pero el hombre, que conoce sus beneficios y debería alabarlo más, duerme. ¡Vamos! ¡Despertemos el Universo! ¡Jesús no es conocido, Jesús no es amado!...”
Ella, que casi no sabía leer ni escribir, componía delicadas poesías parecidas a los salmos de la biblia, llenas de hermosas imágenes, que sorprendían a sus hermanas de comunidad, como aquella que dice: “¿Con qué puedo compararme, Señor? Con los pajaritos sin plumas en el nido; si el padre y la madre no les dan su alimento, mueren de hambre. Así mi alma, Señor, sin Ti no tiene apoyo, no puede vivir”.
Es por entonces cuando en siete ocasiones distintas las monjas la encontraron cantando en lo alto del tilo del huerto, a unos quince metros sobre el suelo, apoyada sobre las ramas más tiernas, como flotando entre las hojas. Cuando la priora la ordenaba descender, lo hacía con suavidad, como dejándose resbalar. Pasado un tiempo se despertaba a los pies del tilo y no recordaba lo que había pasado ni lo que había dicho, aunque las hermanas, sí.
Durante los tres años que permaneció en Pau comprendió que era necesario que ella hubiera participado en la fundación del monasterio de la India cuando todavía era novicia para que pudiera prepararse a una misión que el Señor tenía para ella: la fundación del Carmelo de Belén.
Las monjas estaban entusiasmadas con la idea, pero el patriarca de Jerusalén no la aceptaba de ninguna manera y tampoco los responsables de la Congregación De Propaganda Fide (de la que dependían todos los territorios llamados “de misión”). Ya hemos dicho que entonces se pensaba que solo podía haber monasterios de clausura en las diócesis ya establecidas y con una larga tradición de vida cristiana, pero no en tierras de misión. De hecho, no había ningún monasterio contemplativo católico en toda la Tierra Santa.
Escribió cartas pidiendo ayuda a la reina de Bélgica y a otras personalidades, sin recibir ningún apoyo. Finalmente, fue el Papa Pío IX quien dio personalmente los permisos, ya que recordaba agradecido las cartas de algunos años antes, en los que la entonces novicia Mariam le avisaba de los edificios minados en Roma. Así que en 1875 pudo partir con un grupo de hermanas hacia la Tierra Santa.
Antes de abandonar Francia visitaron Lourdes. La comitiva llamó la atención de los peregrinos que oraban en la gruta de Massabielle. Pronto se supo que esas carmelitas se disponían a fundar un Carmelo en Belén y que entre ellas había una Santa que hablaba con Dios y con la Virgen, por lo que la gente se las acercó, preguntando: “¿Dónde está la Santa?”. A lo que ella respondió: “Más allá” y señalando a una que rezaba ante la Virgen, les dijo: “Esa es”. Mientras todos se acercaban a sor Josefina, que no sabía lo que estaba pasando, ella se escapó a encerrarse en el convento que las acogía.
En Tierra Santa
Las hermanas visitaron con emoción Jerusalén y después se dirigieron a Belén. Allí se procuraron un alojamiento provisional, hasta que compraron el terreno que Mariam había individuado: una colina con la cueva en que David fue consagrado rey de Israel. Puesto que era la única del grupo que hablaba árabe, ella compró los terrenos, trató con los proveedores, dibujó los bocetos para los planos del edificio y dirigió los trabajos de los obreros.
Al cabo de un año, la comunidad se trasladó a vivir en el nuevo edificio, con algunas partes aún en construcción. Mariam no se daba descanso: supervisaba las obras, participaba en la vida comunitaria, compraba los alimentos y los materiales para la obra, limpiaba, cocinaba, plantaba árboles en el huerto…
El monasterio de Belén no estaba totalmente terminado, pero las carmelitas podían seguir su vida conventual y los cristianos de Palestina las tomaron un gran cariño. Ella decía que no podría disfrutar más de tres años de su amada Belén. Habían pasado dos cuando convenció al patriarca de Jerusalén para que diera autorización para la fundación de un nuevo monasterio en Nazaret. Le decía que, como él había puesto tantas dificultades al de Belén, en desagravio tenía que ocuparse personalmente de los trámites para la construcción del nuevo. Así obtuvo los permisos y se puso en camino con un grupo de hermanas para buscar el terreno y negociar la compra.
Mientras iban de camino dio otra muestra de los dones sobrenaturales con los que fue enriquecida. Al llegar al pueblecito árabe de Amwas, bajó del carro y caminó deprisa entre los matorrales. Las hermanas casi no podían seguirla. Al llegar a cierto lugar, exclamó. “¡Aquí es! Este es el lugar donde mi Señor comió con sus discípulos”. Todos se quedaron extrañados, porque pocos años antes los franciscanos habían construido una capilla conmemorativa en otro lugar en el que habían encontrado restos de edificios medievales, de la época de las cruzadas.
Fiándose de Mariam, una bienhechora compró el terreno para el Carmelo. Cincuenta años después se hicieron excavaciones arqueológicas que sacaron a la luz los restos de la ciudad bíblica de Emaús, que en el s. III cambió el nombre por Nicópolis. Allí se han encontrado los muros de la residencia del obispo, dos basílicas bizantinas de los siglos IV y V, varias veces destruidas y reedificadas, un baptisterio paleocristiano, mosaicos, inscripciones, etc. ¡Miriam llevaba razón!
En este viaje, las fundadoras visitaron el Monte Carmelo. Los religiosos tenían unos enormes perros guardianes para proteger el monasterio. Al ver a las hermanas, se lanzaron hacia ellas, con gran temor de todos los presentes, pero solo se dedicaron a olisquear a la hermana Mariam y a dar vueltas a su alrededor, solicitando sus caricias y lamiendo sus pies. Tanto se aficionaron a las religiosas, que tuvieron que regalarles uno al que, a pesar de su enorme tamaño y aparente fiereza, ellas llamaron “Lulú”. De hecho los obreros no se atrevían a entrar en el monasterio de Belén hasta que no estaban totalmente seguros de que el perro estaba encadenado.
Para la hermana Mariam se suceden las gracias de Dios y las pruebas del enemigo. Confesaba en 1876: “Yo pensaba que nunca podría ver al Señor, que Él me rechazaba. Es un tormento que me quemaba los huesos. Entonces me levanté de madrugada y comencé a lavar la ropa de la casa. No sabía qué hacer para alejar ese pensamiento: Habría transportado las montañas, habría sacado toda el agua de la cisterna, habría fregado todo el monasterio de arriba a abajo… He aquí quien me consoló: nuestro perro guardián cometió una falta y yo lo regañé, él agachaba la cabeza... Cuando me dirigí al refectorio, el perro me siguió; lo rechacé, pero él volvió; lo rechacé de nuevo y él se sentó junto a la puerta y me esperó hasta que salí, de manera que logró enternecerme. Entonces yo le di un pedazo de pan. Inmediatamente pensé en la bondad de Dios hacia el alma que vuelve insistentemente a Él, como el perro regresaba a mí. Y sentí que a Dios le es todavía más difícil no tener compasión de nosotros. Mi corazón se deshizo y las penas desaparecieron. Quedé como en agonía, pero todo había pasado”.
Hay otra anécdota que tiene que ver con este enorme perro. Cuando la hermana Mariam estaba para morir, le decía mientras lo acariciaba: “Lulú, cuando venga mi querida hermanita (se refería a la bienhechora que había corrido con los gastos de la fundación, la señorita Dartigaux) te acurrucarás a sus pies, la lamerás y la besarás, ¿has entendido?” La señora Dartigaux nunca había visto antes al perro y llegó al monasterio de Belén un año después de la muerte de la hermana Mariam. Nadie recordaba estas palabras hasta que, al llegar la visitante, el perro se echó a correr y se tendió a sus pies, lamiéndoselos y meneando la cola, como si fuera su dueña de toda la vida.
Los últimos tiempos decía que se sentía perseguida por el Amor y clamaba: “No puedo seguir viviendo, no puedo seguir viviendo, el amor me abrasa y me consume, llámame a Ti”. Y añadía: ¡Oh, Señor, qué mundo tan ciego, que tiene miedo de la muerte! ¡Una muerte tan dichosa! ¿Cómo se puede tener miedo de ir a ver al Señor? ¡Oh, muerte amiga, que liberas de la prisión! ¡Hazme salir de las tinieblas y entrar en la luz!”
Una vez adquirido el terreno del futuro monasterio de Nazaret, de regreso a Belén siguió ocupándose de los trabajos de la casa y de las obras. En cierta ocasión, mientras llevaba agua para dar de beber a los obreros, cayó al suelo fracturándose el brazo, que se gangrenó. Falleció el 26 de agosto de 1878.
El escritor Julien Green escribió en su diario: “He leído la historia de una joven palestina que siente compasión hasta el dolor por los pajaritos que ella sin querer había matado, metiéndoles en el agua para bañarlos. Es cristiana y sintió una voz que le dijo: Todo se pasa; pero si tú quieres entregarme tu corazón, yo permaneceré contigo para siempre. Esta voz, la condujo al Carmelo. ¿Cuantos de nosotros hemos oído esta voz y no la hemos escuchado? Este pensamiento es suficiente para colmar de tristeza una vida entera. Leo con avidez la historia de esta predestinada” (Diario 1928-1958, pp. 1074-1075).
Nosotros también hemos tenido ocasión de conocer la historia de la hermana Mariam Baouardy. ¿Dejaremos que nos toque el corazón? ¿Suscitará en nosotros el deseo de abrir las puertas al Amor y de dejarnos inflamar por Él?
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