sábado, 5 de julio de 2014

El Monte Carmelo en la Biblia


Después de las gestas del profeta Elías, con el pasar del tiempo, el Carmelo se convirtió en el arquetipo de toda la historia de la salvación: es la imagen del jardín que Dios plantó para el hombre, al principio de los tiempos, donde los seres humanos y los animales podían vivir en armonía. Mientras Adán vivió en comunión con Dios, pudo habitar en el jardín y comer sus frutos sin que ningún animal supusiera un peligro para él.


El pecado del hombre rompió la armonía original entre los seres, que se volvieron enemigos los unos de los otros. La Biblia presenta como fruto del pecado humano que las especies animales se devoren unas a otras (cf. Gen 6,5-7; 9,1-7). Solo la llegada del mesías podrá restablecer el proyecto de Dios, cuando el león, la oveja, la serpiente y el niño volverán a vivir juntos y en paz (cf. Is 11,1-9; 65,25). En realidad, se proyecta en un pasado ideal lo que se espera como don mesiánico para el futuro.

Por su pecado, Adán fue expulsado del jardín. No podía permanecer en el lugar de la comunión quien voluntariamente se había autoexcluido de ella. Lo mismo que sucedió entonces, sigue sucediendo hasta el presente: si el hombre obedece a Dios, se realiza el proyecto original del Creador, el Carmelo florece y le regala sus frutos y el hombre vive en armonía con toda la Creación; por el contrario, si el hombre peca, se estropean las relaciones entre los seres, el Carmelo se seca y se transforma en desierto.

La liberación de la esclavitud y el camino por el desierto hacia Canaán es un anticipo de la redención final, del establecimiento de la armonía proyectada por Dios en su jardín. Puede servir de ejemplo un texto del profeta Jeremías, en el que Dios llama a juicio a su pueblo, recordándole las gestas de su amor: lo ha sacado de la esclavitud de Egipto y lo ha conducido a través del desierto para introducirlo en la Tierra prometida, a la que él llama «la tierra del Carmelo». 


Allí se concretizan las promesas que Dios hizo a Moisés: «Os daré una tierra buena, tierra de torrentes y de fuentes, que produce trigo y cebada, viñas, higueras y ganados…» (Dt 8,7ss). 

Pero Israel ha traicionado a Yhwh, adorando a los dioses falsos, aliándose con los pueblos poderosos y actuando como ellos, abandonando la Alianza, profanando el jardín de Dios (el Carmelo), que ya no puede ofrecer sus frutos al pueblo traidor: «Yo os traje a la tierra del Carmelo (la versión griega traduce «al Carmelo» sin más) y os di a comer sus frutos y sus bienes, pero vosotros profanasteis mi tierra y la habéis convertido en un lugar aborrecible» (Jer 2,7).

Si el Carmelo es imagen del jardín que Dios plantó para el hombre y de la tierra fértil que Él prometió a Israel, la devastación del Carmelo es la mejor imagen para explicar las graves consecuencias del pecado del hombre. Cuando el hombre persiste en sus pecados y pone su confianza en sus propias fuerzas y no en Dios, el Carmelo no puede seguir ofreciéndole sus frutos ni ser para él lugar de descanso. 


Por eso, los profetas anuncian en numerosas ocasiones la destrucción del Carmelo como castigo por las infidelidades de Israel, como llamada apremiante a volver al Señor: «Oíd cómo lloran amargamente […]. La tierra está de luto, el Carmelo está pelado…» (Is 33,9); «Por las maldades de su corazón […], el Carmelo se ha convertido en un desierto» (Jer 4,26); «Ruge el Señor desde Sión; los campos de pastoreo están desolados y reseca la cumbre del Carmelo» (Am 1,2); «El Señor se venga de sus enemigos […]. El Carmelo languidece» (Nah 1,4).

Por el contrario, cuando Israel se arrepiente de sus faltas, Dios envía la lluvia fecunda sobre el Carmelo, que vuelve a ser lugar de bendición y de promesa de plenitud para el creyente. El Carmelo florecido es la mejor imagen para explicar la misericordia de Dios, que siempre está dispuesto a ofrecer perdón y bendiciones a quienes se vuelven a Él.

Los profetas anuncian el reverdecer del Carmelo, o la transformación del desierto en un gran «Carmelo» (vergel), como imagen del perdón de Dios y de los tiempos mesiánicos: «Dentro de muy poco tiempo el Líbano se convertirá en Carmelo y el Carmelo será un bosque, los sordos oirán, los ciegos verán, los humildes se alegrarán con Yhwh y los pobres serán felices…» (Is 29,17). 

Este Carmelo transfigurado por el poder de Dios, donde reinará la paz y la justicia, será el gran regalo de Dios a su pueblo, que está invitado a poner la confianza solo en Él. Los dones de la salvación definitiva y del Espíritu Santo también van unidos al Carmelo: «El derecho habitará en la soledad y la justicia en el Carmelo. La paz será obra de la justicia […]. Mi pueblo descansará en la hermosura de la paz y de la confianza» (Is 32,16-18).

La imagen siguió siendo válida durante el exilio. Después de cumplir su condena, los desterrados de Israel podrán regresar a una Sión renovada y embellecida con la gloria del Carmelo: «Se alegrará el desierto y la tierra árida, la estepa se regocijará y florecerá como un narciso, dará gritos de alegría, porque le darán la gloria del Líbano y la hermosura del Carmelo y del Sarón; y verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios...» (Is 35,1ss). El regreso de la esclavitud desde Babilonia a la Tierra Prometida se identifica con el regreso al Carmelo, donde se disfrutará de sus frutos: «Haré volver a Israel a su pradera y pacerá hasta saciarse en el Carmelo» (Jer 50,19).

Aunque también en otros textos bíblicos se hace referencia al Monte Carmelo (Jos 12,22; 19,26; Jdt 1,8; 2Cron 26,10; Miq 7,14; Is 10,18; 16,10; Jer 48,32…), para nosotros, los principales son los que recogen la historia del profeta Elías (1Re 17 - 2Re 2), especialmente el episodio de la victoria sobre los falsos profetas de Baal (1Re 18,41-46) y el de la nubecilla que sube del mar (1Re 18,41-45), así como la historia de su sucesor, el profeta Eliseo (2Re 2-13). La presencia y la actividad de estos profetas hacen que este monte adquiera un significado mucho más profundo que el geográfico.

En la foto se puede ver la gruta-sinanoga del profeta Elías en el Monte Carmelo, llamada "El-Kader" en la tradición musulmana y "Escuela de los profetas" en la tradición carmelitana.

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