Los evangelios afirman que María era virgen en el momento de su concepción y que esta se realizó sin concurso de varón. Esta verdad no es un dato sin importancia, ya que en el nacimiento virginal de Jesús se revela su identidad: Jesucristo no es fruto de la evolución o del esfuerzo de los hombres (cf. Jn 1,13), sino don generoso de Dios que, llevando la historia a su plenitud, envió a su propio Hijo al seno de una mujer, como afirma san Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer» (Gál 4,4).
El Salvador viene de lo alto. Jesús es el Hijo eterno de Dios, que se hizo hombre verdadero al encarnarse en el seno de María: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
La concepción virginal subraya al mismo tiempo la absoluta gratuidad de la obra de Dios y la divinidad de Jesús. No estamos ante una opinión teológica, sino ante un dato esencial: Cristo ya existía como segunda persona de la Santísima Trinidad. No es creado en el momento de su concepción (no es el fruto de la unión de un hombre y una mujer), sino que el que ya existía como Dios se hace hombre.
La concepción virginal subraya al mismo tiempo la absoluta gratuidad de la obra de Dios y la divinidad de Jesús. No estamos ante una opinión teológica, sino ante un dato esencial: Cristo ya existía como segunda persona de la Santísima Trinidad. No es creado en el momento de su concepción (no es el fruto de la unión de un hombre y una mujer), sino que el que ya existía como Dios se hace hombre.
El Salvador no es fruto del esfuerzo de la humanidad, de su evolución; sino don de Dios. Jesús no es un superhombre que ha alcanzado la iluminación y nos habla de Dios; Jesús es el eterno Hijo de Dios que se ha hecho verdaderamente hombre: es «la imagen visible del Dios invisible» (Col 1,15), el Emmanuel, «Dios-con-nosotros» (Mt 1,23).
La encarnación de Dios era algo escandaloso para los filósofos griegos, como lo es para todas las culturas y religiones de todos los tiempos. Pero Jesús no es un semidios generado por la unión de una divinidad y de un ser humano, sino el Hijo eterno de Dios que se ha hecho hombre en el vientre de María: totalmente Dios y totalmente hombre. Por eso, el evangelio afirma que «la Palabra [de Dios] se hizo carne [humana]». En la Biblia, la «carne» no indica una parte del hombre, sino al ser humano entero, cuerpo y espíritu, aunque limitado y débil, sometido al sufrimiento y a la muerte.
Cuando el ángel Gabriel preguntó a María si aceptaba ser la madre del mesías, ella le contestó: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa expresión significa: «¿Cómo será eso, pues no he tenido relaciones con ningún varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35); es decir: no será fruto del querer humano, sino don de Dios. Conocemos la concepción virginal de Jesús porque Dios nos la ha revelado y sabemos que no se trata de una imagen poética, sino del misterio que nos ayuda a comprender la identidad de Jesús.
La encarnación de Dios era algo escandaloso para los filósofos griegos, como lo es para todas las culturas y religiones de todos los tiempos. Pero Jesús no es un semidios generado por la unión de una divinidad y de un ser humano, sino el Hijo eterno de Dios que se ha hecho hombre en el vientre de María: totalmente Dios y totalmente hombre. Por eso, el evangelio afirma que «la Palabra [de Dios] se hizo carne [humana]». En la Biblia, la «carne» no indica una parte del hombre, sino al ser humano entero, cuerpo y espíritu, aunque limitado y débil, sometido al sufrimiento y a la muerte.
Cuando el ángel Gabriel preguntó a María si aceptaba ser la madre del mesías, ella le contestó: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa expresión significa: «¿Cómo será eso, pues no he tenido relaciones con ningún varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35); es decir: no será fruto del querer humano, sino don de Dios. Conocemos la concepción virginal de Jesús porque Dios nos la ha revelado y sabemos que no se trata de una imagen poética, sino del misterio que nos ayuda a comprender la identidad de Jesús.
«Aunque la Iglesia, desde sus orígenes, ha sufrido burlas a causa de su fe en la virginidad de María, siempre ha creído que se trata de una virginidad real y no meramente simbólica» (Youcat, 80).
María aceptó colaborar con el plan de Dios, que siempre respeta nuestra libertad. Por eso, al ángel que le dijo que daría a luz al «Hijo del Altísimo», ella respondió: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
María aceptó colaborar con el plan de Dios, que siempre respeta nuestra libertad. Por eso, al ángel que le dijo que daría a luz al «Hijo del Altísimo», ella respondió: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
Ella era consciente de que en su época, a una mujer que quedaba embarazada fuera del matrimonio, se le permitía dar a luz y criar al niño durante unos dos años, después la madre era lapidada hasta la muerte. A pesar de todo, ella se fio de Dios, que sabe lo que nos conviene mejor que nosotros mismos y aceptó la misión que el ángel la encomendaba.
Después de la anunciación, el evangelista subraya que «el ángel la dejó» (Lc 1,38). Aunque a nosotros nos gusten los cuadros llenos de angelitos alrededor de la Sagrada Familia, ya no hubo enviados que limpiaran la casa, prepararan la comida o explicaran lo que iba sucediendo. María recorrió un camino de fe, fiándose siempre de Dios, y tuvo que renovarle su «sí» cada día, fiándose de él, aunque no le comprendiera, especialmente a los pies de la cruz. Por eso es la «peregrina de la fe», modelo para todos los creyentes.
«En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón él es el único Mediador entre Dios y los hombres» (Catecismo, 479-480).
Después de la anunciación, el evangelista subraya que «el ángel la dejó» (Lc 1,38). Aunque a nosotros nos gusten los cuadros llenos de angelitos alrededor de la Sagrada Familia, ya no hubo enviados que limpiaran la casa, prepararan la comida o explicaran lo que iba sucediendo. María recorrió un camino de fe, fiándose siempre de Dios, y tuvo que renovarle su «sí» cada día, fiándose de él, aunque no le comprendiera, especialmente a los pies de la cruz. Por eso es la «peregrina de la fe», modelo para todos los creyentes.
«En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón él es el único Mediador entre Dios y los hombres» (Catecismo, 479-480).
Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, 2017, ISBN: 978-84-8353-865-4, páginas 83-86.
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