La capilla Sixtina fue construida entre 1475 y 1481, por orden del Papa Sixto IV, del que toma el nombre. En las paredes laterales se conservan frescos pintados por los mejores artistas del s. XV, como Botticelli, Perugino, Pinturicchio, Ghirlandaio, Signorelli y Piero di Cósimo. Al principio, la bóveda estaba decorada con estrellas doradas sobre un fondo azul.
Después de un terremoto que dañó las pinturas, el papa Julio II encargó a Miguel Ángel que redecorara la bóveda. Este lo hizo entre 1508 y 1512. Se reinauguró con unas solemnes vísperas presididas por el papa, al que acompañaban todos los miembros de la curia romana.
Los relatos de la creación han sido plasmados en numerosas obras de arte, desde los orígenes del cristianismo, pero ninguna ha alcanzado la fama que las pinturas de Miguel Ángel en la bóveda de la capilla Sixtina; especialmente la escena de la creación de Adán, realizada en 1511.
Los relatos de la creación han sido plasmados en numerosas obras de arte, desde los orígenes del cristianismo, pero ninguna ha alcanzado la fama que las pinturas de Miguel Ángel en la bóveda de la capilla Sixtina; especialmente la escena de la creación de Adán, realizada en 1511.
Dios es representado como un ser lleno de fuerza y energía. Todo en él se encuentra en movimiento: las piernas cruzadas, la túnica y el enorme manto desplegado al viento, las ondas de la barba y el cabello, los ángeles que le rodean... Extiende su brazo poderoso para dar la vida.
Adán, por el contrario, se encuentra recostado en tierra (a la que pertenece) y eleva su mano al Creador, al que dirige su mirada suplicante, como saliendo de un letargo. El brazo se le queda a medio levantar, como si le faltaran fuerzas para alzarlo más.
En la cercanía del dedo de Adán al dedo del Padre, se encuentra toda su grandeza. Al mismo tiempo, en este pequeño espacio que le separa de Dios se encuentra su pequeñez, ya que no puede alcanzarlo solo con sus fuerzas, por mucho que lo intente, a no ser que él mismo descienda para tomarlo de su mano.
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