jueves, 28 de agosto de 2025

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. 10- La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas


Jesucristo es «el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16), que fue enviado por el Padre al mundo para que «todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4). De hecho, en hebreo su nombre significa «Dios salva» o «Salvador». Por eso dice san Pedro: «Bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que puedan salvarse» (Hch 4,12). Él es «verdadero Dios y verdadero hombre» y podemos conocerle a partir de lo que cuentan sobre él los «evangelios» (palabra griega que significa «buena noticia»). Pero Jesús no es un personaje del pasado, del que solo podemos saber a partir de lo que recogen los libros. Él sigue vivo y podemos conocerle personalmente, especialmente cuando nos relacionamos con él en la oración y cuando vivimos como él nos enseñó.

Cuando hablamos de «Jesucristo» tenemos que recordar que este nombre es el fruto de resumir la confesión de fe cristiana, que dice: «Jesús es el Cristo». La palabra griega «Cristo» es la traducción de la palabra hebrea «mesías», que en español significa «ungido» o «consagrado». Los profetas del Antiguo Testamento anunciaron que Dios enviaría a su «mesías» para salvar a los hombres y establecer con ellos una alianza definitiva y eterna. Jesús ha sido «enviado» por Dios con una misión específica: «Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

Cuando llamamos «Señor» a Jesús estamos confesando que él es Dios. En el Antiguo Testamento, cada vez que aparece el nombre de Dios (Yahvé), los judíos no lo pronuncian por respeto, sino que dicen «Señor» (Adonai). Santo Tomás exclamó ante Jesús resucitado: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28) y Jesús dijo: «Vosotros me llamáis “Maestro” y “Señor” y decís bien, porque lo soy» (Jn 13,13). Si lo confesamos como nuestro «Señor» significa que nos fiamos de él y queremos obedecerle, viviendo como él nos enseñó.

Hablando del cambio que el encuentro con Cristo provocó en su vida, san Pablo escribió: «Todo lo considero pérdida en comparación del conocimiento de Cristo, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo» (Fil 3,8). Todo le parecía de poco valor frente al conocimiento de Cristo: su cómoda posición social como ciudadano romano y como miembro de una rica familia de fariseos, sus estudios realizados en la escuela de Gamaliel –el rabino más admirado de la época–, su gran inteligencia, la consideración que de él pudieran tener los demás, su pasado y su futuro. Él tenía claro que hay muchas cosas buenas en la vida, pero solo una es mejor que las demás, la única por la que se pueden sacrificar todas: crecer en el conocimiento de Cristo y en la amistad con él, ya que «Cristo es, con mucho, lo mejor» (Fil 1,23).

Como san Pablo, a lo largo de los siglos, otras personas han encontrado en Cristo la fuerza para enfrentar las pruebas y contradicciones de la vida. Como él, muchos hemos hecho experiencia del amor de Cristo, «que supera todo conocimiento» (Ef 3,19), y hemos visto que todo lo demás –a su lado– es relativo. Solo Cristo permanece para siempre y nos da la paz que nada ni nadie nos puede quitar. Por él merece la pena vivir y por él merece la pena morir. Sin él, la vida y la muerte pierden gran parte de su sentido. Una canción dice que es imposible conocerle y no amarle, amarle y no seguirle. Yo creo firmemente que eso es verdad.

«Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús, porque él es "de condición divina" y porque el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria» (Catecismo, 449).

Puntos para la reflexión y oración

¿Quién es Jesús? En el centro de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) encontramos esta pregunta que los divide en dos partes. En el evangelio de Marcos, que consta de 16 capítulos, marca la mitad material del relato. Antes se narran los tres años de actividad pública de Jesús en Galilea: predicación, milagros, victoria sobre el demonio. En esa primera parte son muchos los que lo siguen entusiasmados. En cierto momento tiene lugar el diálogo sobre la identidad de Jesús y el primer anuncio de la pasión. Después, se recoge el viaje definitivo de Jesús a Jerusalén, el de su muerte y resurrección. Cada vez son más los que lo abandonan y menos los que lo siguen, porque no responde a sus expectativas. San Juan es testigo de la crisis que se desató entre sus seguidores después de la multiplicación de los panes y del discurso del pan de la vida: «Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?” […] Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Jn 6,61ss).

Primero Jesús pregunta a los discípulos qué dice la gente de él (Mc 8,27-30; Mt 16,13-20; Lc 9,18-21). En el evangelio, las opiniones están divididas: unos piensan que es un santo y otros que está endemoniado, unos que es un profeta de Dios y otros que es un embaucador. Los discípulos solo se atreven a exponer las positivas, que identifican a Jesús con un profeta. Pero a Jesús no le sirve lo que dice la gente. Pregunta directamente a sus discípulos (y a cada uno de nosotros): ¿Quién soy yo para ti?, ¿qué lugar ocupo en tu vida? En los tres evangelios, Pedro contesta en nombre de los doce: «Tú eres el mesías» (Mc 8,29), «Tú eres el mesías de Dios» (Lc 9,20), «Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). San Juan también recoge una confesión similar de Pedro, aunque en otro contexto: «Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,69). Vemos que hay una progresiva profundización en la identidad de Jesús por parte de los primeros cristianos, la cual queda reflejada en estos textos.

También hoy existen distintas opiniones sobre quién es Jesús. Muchos lo consideran un fundador religioso entre otros, un gran personaje de la antigüedad, del que se pueden estudiar sus huellas y su mensaje, pero con el que no se puede entrar en contacto. Sin embargo, Jesús está verdaderamente presente entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20) y sigue preguntándonos: ¿Quién soy yo para ti?, ¿qué lugar ocupo en tu vida?

«Creo en Jesucristo, nuestro Señor». Demasiado a menudo se presentan en mi vida personas que pretenden ser señores de ella, que me miran desde arriba y se comportan como «señoritos». Yo creo en un «Señor» que nació en la pobreza de un establo, que ocupó voluntariamente el último lugar, que tuvo que emigrar a un país extranjero y ganarse el pan con el sudor de su frente, que conoció el hambre y la sed. Yo creo en un rey que lava los pies de sus discípulos, que no ha venido a ser servido, sino a servir, que entregó su vida por los pecadores y que es fuente de libertad. Creo en un Señor que me invita a vivir como vivió él, porque quiere compartir conmigo su reino, que no tendrá fin, y no se puede llegar allí si no es siguiendo sus huellas, ya que solo el que ha venido del cielo sabe el camino de regreso. Aunque no siempre lo consigo y a veces se me hace cuesta arriba, quiero seguir sus enseñanzas, quiero ser su discípulo, quiero que él sea siempre mi único Señor.

Soneto de Cecilia del Nacimiento, o.c.d. (1570-1646)

Jesús, bendigo yo tu santo nombre.
Jesús, mi corazón en ti se emplee.
Jesús, mi alma siempre te desee.
Jesús, alábete yo cuando te nombre.

Jesús, yo te confieso Dios y hombre.
Jesús, con viva fe por ti pelee.
Jesús, en tu ley santa me recree.
Jesús, sea mi gloria tu renombre.

Jesús, contemple en ti mi entendimiento.
Jesús, mi voluntad en ti se inflame.
Jesús, medite en ti mi pensamiento.

Jesús de mis entrañas, yo te ame.
Jesús, viva yo en ti todo momento.
Jesús, óyeme tú cuando te llame.


Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, 2017, ISBN: 978-84-8353-865-4, páginas 75-82. 

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