martes, 12 de septiembre de 2023

Revelación «pública» y revelaciones «privadas»


Como todos mis lectores saben, Dios se ha revelado «muchas veces y de muchas maneras a nuestros antepasados» (Heb 1,1), adaptándose a la comprensión de los hombres y de los pueblos.

Todas las revelaciones antiguas eran parciales e iban destinada a la plena revelación de sí mismo, que Dios realizó en Jesucristo, como recuerda san Juan de la Cruz: 

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no solo haría una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer cosa otra alguna o novedad» (Subida 2,22).

Esto no significa que Dios ya no se pueda seguir revelándose o manifestándose. Dios sigue haciéndose presente de mil maneras en la historia, también por medio de mensajeros (ángeles, apariciones de la Virgen María, santos...).

Pero Dios ya se ha revelado a sí mismo en Cristo. Ya sabemos su misterio: Dios es amor, comunión de personas y tiene un proyecto de amor sobre sus criaturas. Esto es lo verdaderamente esencial de nuestra fe.

En este sentido, la revelación «pública», destinada a todos, ya está concluida y recogida en los libros de la Biblia. Otra cosa es que siempre podemos entenderla mejor y en ese proceso de profundización en los contenidos de la revelación nunca terminaremos, siempre tenemos que avanzar.

Todas las revelaciones posteriores son «privadas», dirigidas a personas o grupos concretos para ayudarles a vivir su fe en un momento determinado.

Dios y sus mensajeros se adaptan a las capacidades concretas, a la psicología y a la cultura de las personas a las que se dirigen, por lo que estas revelaciones «privadas» pueden ser muy distintas entre sí. Lo que está claro es que siempre van dirigidas a que los creyentes vivan el evangelio con más autenticidad. 

En este sentido, no añaden ni quitan nada a la revelación «pública», que está recogida en la Biblia. Por eso la Iglesia deja siempre libertad para aceptarlas. Ni en los casos de Lourdes o Fátima obliga a los creyentes a creerlas.

Al reconocerlas, la Iglesia solo dice que no van contra la fe, que las personas que las han recibido son honestas y dicen lo que han vivido, que esos mensajes pueden ayudar a los creyentes a vivir su fe. Nada más (y nada menos).

Tanto en Lourdes como en Fátima, la Virgen María se ha manifestado a gente sencilla para llevar a los pueblos un mensaje de confianza en la misericordia de Dios y en su materna intercesión.

Tanto santa Bernardita Soubirous como los pastorcitos de Fátima llevaron vidas de gran santidad y mucha discreción después de las apariciones. Se consideraron mediadores para transmitir un mensaje y después se apartaron, conscientes de que lo importante no eran sus personas, sino el deseo de María de hacerse presente en nuestra historia.

En otros casos, la Iglesia afirma que no consta el carácter sobrenatural de las revelaciones. En algunos casos incluso afirma que se trata de un engaño del o de los «videntes» (a veces con buena voluntad, a veces con mala).

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