miércoles, 30 de agosto de 2023

Abrazar nuestra vulnerabilidad (y la de los demás)


Mañana comienzo un cursillo en Madrid con un buen número de religiosas sobre este argumento: «Abrazar nuestra vulnerabilidad (y la de los demás)». Esta es la presentación que he preparado del mismo:

Todos sabemos que la palabra «abrazar» significa «acoger con ternura, envolver con el propio cuerpo». 

El diccionario de la RAE define «vulnerable» como: «que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente». En el diccionario de sinónimos aparecen los siguientes términos: «débil, endeble, delicado, frágil, inerme, indefenso, desvalido». Aparentemente, la vulnerabilidad es algo negativo, que deberíamos superar con la fortaleza y el coraje. Entonces, ¿puede tener sentido aceptar y abrazar la propia vulnerabilidad (y la de los demás) o tenemos que huir de ella?

Muchas congregaciones estamos trabajando en los últimos años los temas relacionados con la falta de vocaciones, cierre de casas, reestructuración de presencias, cuidado de los hermanos enfermos y cosas por el estilo. Ante unas circunstancias que nos desbordan y la falta de aprecio de gran parte de la sociedad occidental contemporánea por nuestra vida, nos sentimos débiles y vulnerables. 

A nadie se le escapa que estamos en un cambio de época y que muchas de las certezas que han caracterizado nuestra sociedad occidental están en entredicho. Cambian las estructuras económicas, laborales, educativas, sanitarias…, porque ha cambiado nuestra manera de aprender, de relacionarnos, de divertirnos e incluso de entender el mundo y la Iglesia. 

Hemos de ser conscientes de que algunas cosas han cambiado para bien y otras para mal. Igualmente podemos pecar de un ingenuo optimismo que de un pesimismo melancólico. Lo que está claro es que los cambios afectan a todas las dimensiones de nuestra vida.

Nuestra época es fascinante, pero muy compleja, y en ella conviven luces y sombras. Por un lado, se ha consolidado una clase media cada vez más amplia, especialmente en los países desarrollados, que tiene fácil acceso a la educación, a la sanidad, a los bienes de consumo, a los desplazamientos y a la información. Por otro lado, hay grupos humanos que han quedado «descartados», al margen de ese progreso y con pocas esperanzas de incorporarse a él. Gozamos de grandes avances tecnológicos, pero somos testigos del daño que nuestro desarrollo provoca al planeta y a las otras especies que viven en él.

Además, la inestabilidad laboral, social y emocional está teniendo efectos devastadores sobre muchas personas, que se sienten inseguras, insatisfechas, decepcionadas y deprimidas, aunque tengan las necesidades básicas cubiertas, por lo que también se multiplican la frustración y los suicidios, especialmente entre los adolescentes y jóvenes.

Llevamos tiempo oyendo hablar de la grave «crisis» en que están sumidas las distintas instituciones que hasta ahora regulaban nuestra existencia (partidos políticos, sistema de gobierno, universidad, familia, Iglesia…)

A nivel religioso, vemos cómo muchos seglares se forman y comprometen en las actividades de la Iglesia y, al mismo tiempo, declinan las vocaciones y la religión pierde significatividad social. 

Ante esta situación es esencial el «discernimiento» para tomar decisiones acertadas, conscientes de que no es sencillo, pero es absolutamente necesario.

Ante un presente que nos desborda y no terminamos de entender, lo más fácil es refugiarse en un pasado idealizado, intentando conservar lo que tenemos y esperando que todo vuelva a ser como antes. Algo absolutamente imposible y absurdo, aunque sea la opción de muchos. «Tú no digas que los tiempos pasados fueron mejores que los presentes, que eso no lo dice una persona sabia» (Ecl 7,10). 

La nostalgia nos hace olvidar lo negativo del pasado y quedarnos solo con lo positivo. Eso es bueno, pero no debemos olvidar que debemos purificar continuamente la memoria con la virtud de la esperanza, tal como enseña san Juan de la Cruz.

No es sencillo conservar la esperanza cuando se desmoronan muchas certezas que daban consistencia a nuestras vidas. Tampoco es fácil aceptar que tenemos más preguntas que respuestas. Por último, puede ser doloroso el proceso que nos lleva a aceptar que somos menos fuertes de lo que pensábamos.

La Virgen María es modelo para los creyentes. Ella se reconoce pequeña, débil, impotente, pero canta a Dios y le da gracias por su misericordia, añadiendo que no es algo que ella «cree» de oídas, sino que es algo que ha experimentado personalmente: «Yo me alegro en Dios, mi salvador, porque ha mirado mi pequeñez y hecho maravillas en mi favor». Solo los que se saben pequeños pueden acoger esa mirada transformadora de Dios. Los autosuficientes, no.

La última asamblea (del año 2022, ya que se realiza cada tres años) de superioras generales (que reúne casi 2000 congregaciones) se centró en estos argumentos, con el título: «Abrazar la vulnerabilidad en el camino sinodal». Este es también el título de nuestro encuentro.

Para prepararme, puse en google el título de los argumentos que queremos reflexionar: «abrazar nuestra vulnerabilidad» y aparecieron 260.000 entradas que lo tratan. Seguí con «amar nuestra vulnerabilidad» y salieron 731.000 entradas, en las que se insiste en la idea de que el amor nos hace vulnerables, ya que amar a otras personas significa que las necesitamos, que no nos bastamos a nosotros mismos. Por último, puse la frase de una manera más sencilla «abrazar la vulnerabilidad» y salieron 1.680.000 resultados (porque puede referirse a abrazar la propia vulnerabilidad o la de los demás, especialmente la de los más débiles). Estas cifras cambian en algunos miles según el buscador que se utilice o cómo estén de cargadas las líneas en ese día, pero esas variaciones no son importantes. En todos los casos nos encontramos ante un material ingente e inabarcable.

Entre las respuestas de internet, muchas son las referencias a la asamblea de superioras generales, pero muchas más son las reflexiones de sicólogos y pensadores de distintas tendencias y disciplinas, que se dan cuenta de la importancia de este argumento para una adecuada salud sicológica y emocional de los individuos y grupos humanos.

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