lunes, 22 de agosto de 2022

El Cantar de los cantares (2) El amor se compone de encuentros y ausencias


Ayer comenzamos a hablar del Cantar de los cantares, que desarrolla el tema de una búsqueda basada en la certeza de que aquel a quien amamos también nos ama, por lo que él también nos busca y nos desea. 

Al mismo tiempo se hacen presentes el ansia y el sufrimiento que genera la larga espera. El encuentro suscita alegría y entusiasmo, pero después vuelve la ausencia y crece el deseo. 

Se describe el juego del amor, que recorre toda existencia: desde la madre que se esconde para provocar la sorpresa y el gozo del niño cuando la vuelve a ver, pasando por la confianza de los amigos que se divierten juntos y esperan volver a encontrarse para vivir nuevas aventuras, y desembocando en la pasión de los esposos, que se besan y se abrazan, y se comprometen a construir una familia juntos. 

Así es el amor: se compone de ausencias y presencias, de búsquedas y de encuentros, de esperanzas y de temores.

En algunos versos el novio-esposo es un pastor trashumante, por lo que los prometidos han vivido separados por los rigores del invierno. 

Ella ha permanecido en su casa, en la población de origen de los enamorados, mientras que él ha guiado los rebaños a una zona templada durante la estación fría. 

Cuando llega la primavera (2,11) el novio se desplaza con su rebaño a través de las montañas de Judá (2,8) y se aproxima a la casa de la novia, ardiendo de deseos de encontrarla. 

En su impaciencia, ella espía junto al muro, próxima a la ventana y detrás de la puerta, esperando un signo de su llegada. Finalmente oye su voz que la invita al encuentro (2,10). 

El pasaje describe la pasión de los prometidos, que arden en deseos de estar juntos y que se esperan mutuamente con la impaciencia del encuentro.

Con la llegada del amado estalla la vida. Es él (amante y amado, poseído y poseedor a la vez) quien atrae a la esposa y alegra su existencia. 

Movido por el amor, él dice a su enamorada: «Amada mía, hermosa mía, paloma mía, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz y es hermosa tu figura» (2,14). 

Movida por el amor, ella le responde: «Mi amado es mío y yo soy suya» (2,16). Sentirse amada por aquel a quien se ama, ¿hay algún estímulo mejor para encontrar el gozo de vivir?

Pero el amado, como todas las cosas de la vida, tiene que volver a ponerse en camino. «¡Vuelve!», le dice la amada. ¿Qué otra cosa podría decirle? 

Él ha tenido que irse sin haberse entregado del todo. Y el amor no puede quedar tranquilo a la espera de aquello que le hace vivir. 

Arrastrada por el deseo de encontrarlo y de unirse a él, sale a buscarlo por los caminos y las plazas (3,2), preguntando a todos los que encuentra si le han visto, sin desanimarse cuando sufre burlas e incluso violencia en la búsqueda. 

Por fin, lo descubre de nuevo, se abraza a él y una vez más insiste en que no lo dejará hasta que haya saciado todos los deseos de su vida (3,4).

Mañana, si Dios quiere, más. Feliz día.

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