lunes, 21 de febrero de 2022

Haters en las redes sociales


Hace algunos días publiqué una canción de José Luis Perales. Al subirla a mi cuenta de facebook, una persona puso un mensaje sorprendente: decía que yo no transmitía la doctrina católica, porque acogía en mi cuenta esa canción "mundana", suscitada por el demonio. Me quedé pasmado e intenté responderle lo mejor que supe, recordándole que no hay que despreciar el mundo sin más, ya que "tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo no para condenarlo, sino para salvarlo" (Jn 3,16-17).

Todos nosotros formamos parte de ese mundo amado por Dios y hemos de apreciar todo lo bueno que hay en él, independientemente de dónde provenga.

Tanto santa Teresa de Jesús como san Juan de la Cruz y santa Teresita de Lisieux usaron poemas y canciones profanas, que ellos volvieron "a lo divino", cambiando la letra en parte o del todo. Yo disfruto con la música. He de reconocer que hay ritmos que no me gustan, por lo que no los escucho, pero no los desprecio, ni mucho menos a quienes sí que les gustan.

Además, el concilio Vaticano II enseña que "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo[...] son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón".

Añadí que todo lo que es hermoso (la música, las bellas artes, la literatura) nos ayuda a ser más humanos, más auténticos. Puse alguna cosa más, que ahora no recuerdo y la respuesta fue todavía más agresiva y descabezada: que yo no sé filosofía y cosas por el estilo. Terminé borrando los comentarios y bloqueando al autor.

No es la primera vez que me sucede. Varias veces han entrado personas en mi página para protestar por las entradas sobre la Virgen María (acusando a los católicos de idolatría y cosas por el estilo), los cuadros de ángeles (según ellos, favorecen la new age y el sincretismo), por la recomendación de comulgar en la mano a causa de la pandemia (aquí fueron todavía más duros y me llamaron de todo), por hablar de ecumenismo, etc.

A las personas que se dedican a ofender en las redes sociales a quienes piensan de manera distinta se las denomina "haters" (que en inglés significa algo así como "odiadores", "gente que se dedica a sembrar odio"). 

Es triste constatar que hay personas así, pero más triste es constatar que las hay también en el ámbito religioso. Es justo tener opiniones propias, que no siempre coinciden con las de mis interlocutores, pero no es admisible atacar al que piensa distinto y mucho menos insultar y descender a ataques personales.

En varias ocasiones me han cerrado las cuentas de facebook (la personal y la pública) por denuncias anónimas, acusándome de que voy contra las políticas de la empresa. Como todo eso funciona con máquinas, que no comprueban si la acusación es verdadera o falsa, bloquean preventivamente la cuenta. Cada vez he tenido que reclamar una y otra vez y esperar a que comprobaran que, efectivamente, ni plagio contenidos de otros ni escribo entradas que fomenten el odio o el desprecio hacia nadie.

Se supone que los creyentes en Cristo tenemos que tratar a los demás con caridad, también a los que piensan distinto. A mí no se me ocurre poner comentarios en las entradas o páginas que no me gustan. Simplemente, no las visito y ya está. Eso es lo que pido a los que visitan las mías, ya que nadie les obliga a hacerlo.

Sé que estas personas que siembran su amargura en las redes (seguro que también en sus relaciones familiares, laborales y sociales en general) son una minoría, ¡pero cuánto daño hacen!

La tentación es responder, intentar dialogar con ellas, pero ya he comprobado que eso es perder el tiempo, por lo que es mejor ignorar sus provocaciones.

Pido al Señor que las ilumine, para que puedan cambiar su comportamiento. Y doy gracias a todos los que con sus comentarios positivos y sus palabras de aliento me dan ánimo para seguir compartiendo mis reflexiones en las redes cada mañana.

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