jueves, 2 de marzo de 2023

¿Qué es la conversión?


La primera predicación de Jesús que recogen los evangelios es una invitación a la conversión: «Está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el evangelio» (Mc 1,15 y paralelos). 

El reino de Dios coincide con la cercanía de Dios, con la manifestación de su amor, con la llegada de su salvación. La conversión es la preparación necesaria para acoger ese reino.

En lo fundamental, el mensaje de Jesús coincide con el de los profetas que le precedieron: es un ofrecimiento de salvación acompañado de una invitación a la conversión, de manera que la salvación sea acogida realmente por los destinatarios del mensaje. Pero, ¿qué significa exactamente convertirse?

Cada vez que la Biblia invita a la conversión, los textos hebreos usan los verbos «sub» (‘volver’ a Dios, dirigirse a él) y «naham» (‘arrepentirse’ del mal cometido); los textos griegos usan los términos «epistréfein» (que también significa ‘volver sobre los propios pasos’ para tomar el camino correcto) y «metanoia» (con el significado de ‘cambiar la orientación del propio pensamiento’).

Por lo tanto, en la Biblia la conversión indica una transformación, que conlleva una manera nueva de pensar y de actuar, no dejándose guiar por los instintos, sino por el Espíritu de Dios: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente» (Rom 12,2). 

En la Biblia queda claro que convertirse tiene que ver con la manera de pensar y de actuar, ya que equivale a dejar de pensar solo en nosotros mismos para buscar el bien de los demás.

Jesús enseña que todo lo que sucede a nuestro alrededor (también los accidentes y las injusticias) son invitaciones a la conversión. Hay un texto evangélico especialmente significativo al respecto. La gente interpretó como castigos de Dios algunas desgracias (una torre que se derrumbó y asesinato de algunos ciudadanos por parte de las autoridades del momento); Jesús, por el contrario, afirma que son invitaciones a la conversión: «Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. […] Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera» (Lc 13,4-5).

La conversión no es un acontecimiento que se da de una vez para siempre, sino que es un camino que dura toda la vida. Es verdad que puede darse una conversión fundamental, una opción radical de vida en algún momento de nuestra existencia, pero nunca estamos totalmente convertidos, porque siempre podemos amar más y mejor.

En definitiva, convertirse significa poner en Dios nuestra mirada para aprender a pensar y actuar como él. Si nuestro modelo fuera una persona cualquiera, podríamos llegar a ser como ella e incluso a superarla, pero nuestro modelo es Dios: 
- «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2);.
- «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 4,48).
- «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). 

La única manera de parecernos a Dios es imitar a Jesús, que es «la imagen visible de Dios invisible» (Col 1,15), amando a los demás como él nos ha amado (cf. Jn 13,34). Ese es el camino que emprenden quienes se convierten: se dejan amar por Jesús y aman a su prójimo con el amor que reciben del Señor.

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