domingo, 22 de mayo de 2022

Las promesas de Jesús: la paz y el Espíritu Santo


Saludos desde Soria. En otras ocasiones les he recordado que la Cuaresma dura seis semanas y la Pascua, siete. Estamos a punto de celebrar el domingo sexto de Pascua. El domingo próximo, si Dios quiere, celebraremos la fiesta de la ascensión del Señor y el siguiente concluirá la Pascua con la fiesta de Pentecostés, que nos recuerda el don del Espíritu Santo.

Para prepararnos a Pentecostés, el evangelio de mañana recuerda dos promesas de  Jesús: el regalo del Espíritu Santo y el don de su paz.

«El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».

«La paz os dejo, mi paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».

La paz no significa ausencia de conflictos y dificultades. En la primera lectura leemos que había distintas maneras de entender el cristianismo en la comunidad cristiana de los orígenes.

Algunos insistían en la importancia de cumplir con leyes y tradiciones, que consideraban inamovibles. Otros decían que lo esencial es la fe y el amor. 

Tuvieron que reunirse y dialogar, llegando a un acuerdo de mínimos. De todas formas, los enfrentamientos se repitieron en varias ocasiones, tal como testimonian los Hechos de los apóstoles y las cartas de san Pablo.

En nuestros días vuelven a repetirse las mismas tensiones, pero no debemos desanimarnos, ya que Jesús nos promete una paz que no es como la del mundo, sino que brota de lo más profundo, la paz que procede de la comunión en el Espíritu Santo.

No nos cansemos de invocar al Espíritu Santo, para que nos regale la paz, la unidad y la comunión en la Iglesia.

La segunda lectura de la misa de este domingo nos habla de la nueva Jerusalén, que «tiene doce puertas con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel». Al mismo tiempo, su muro tiene «doce cimientos con doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero». Esto nos indica que ya no hay separación ni enfrentamiento entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la ley y los profetas, entre los que dan más importancia a lastradiciones y los que se abren a la novedad del Espíritu Santo.

Las divisiones y contradicciones solo se superarán totalmente en la vida eterna, cuando Dios nos acoja en la nueva Jerusalén del cielo. Mientras tanto, sigamos avanzando con los ojos fijos en la meta de nuestro caminar, haciendo todo lo posible por conservar la paz y la unidad en el Espíritu. Feliz domingo a todos. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

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