lunes, 23 de mayo de 2022
Ascensión del Señor
Cuando yo era niño, se decía: «Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión». El próximo jueves se cumplen 40 días desde el domingo de resurrección, por lo que es la fecha tradicional de la fiesta de la Ascensión.
En España y en otros países, la Ascensión y el Corpus ya no se celebran en jueves porque, al no ser civilmente festivos, la Iglesia los ha trasladado a los siguientes domingos.
Aunque hayan sido trasladadas, esas fiestas conservan su importancia, por lo que vamos a reflexionar sobre la Ascensión, para poder celebrarla con intensidad, independientemente que sea el próximo jueves o el próximo domingo.
1. Historia de la fiesta. Tenemos muchos datos que testimonian que ya era celebrada desde principios del siglo IV en muchas Iglesias cristianas. En la Edad Media, se ritualizó con una procesión (que recordaba el desplazamiento de Cristo y sus apóstoles al Monte de los Olivos) y con el rito de apagar el cirio pascual al terminar la proclamación del evangelio, que se recogió en el misal de San Pío V y permaneció en uso hasta la última reforma. En muchos sitios es costumbre preparar, delante del altar, con pétalos de flores las huellas de los pies de Cristo como evocación.
2. La elevación de Cristo. Los Hechos de los apóstoles refieren que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos durante cuarenta días. Pasado este tiempo, después de unas palabras de despedida, «lo vieron elevarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista» (Hch 1,9). Esta expresión no significa que el Señor se ha ido a un lugar lejano, sino que ha entrado definitivamente en la vida de Dios. Su ascensión no es un viaje en el espacio, sino algo más profundo: el verbo “elevar” tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de los reyes. En este sentido, la elevación de Cristo coincide con su glorificación.
3. La elevación del hombre. En Jesús elevado al cielo y sentado a la derecha de Dios podemos comprender la grandeza de nuestra vocación y de nuestro destino, porque Cristo ha subido al cielo (ha entrado en la divinidad) con su cuerpo humano resucitado. Por eso, nuestra naturaleza humana ha sido introducida por Cristo en la vida misma de Dios. De esta manera, la Ascensión del Señor no significa que Cristo se ha alejado de nosotros sino, por el contrario, que nos ha introducido consigo en Dios.
Estas ideas quedan recogidas en la liturgia del día, que afirma que «la Ascensión de Cristo es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo» (Oración colecta). Y añade con audacia que, en Cristo, «nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de tu misma gloria» (Oración después de la comunión).
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