viernes, 25 de mayo de 2018
La Santísima Trinidad en el Catecismo de la Iglesia católica
n. 189. La primera 'profesión de fe' se hace en el bautismo. El credo es ante todo el símbolo bautismal. Puesto que el bautismo es dado 'en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo' (Mt 28,19), las verdades de fe profesadas en el bautismo son articuladas según su referencia a las tres personas de la Santísima TRINIDAD.
n. 198. Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es 'el primero y el último' (Is 44,6), el principio y el fin de todo. El credo comienza por Dios Padre, porque el Padre es la primera persona divina de la Santísima TRINIDAD.
n. 232. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Antes responden "creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu. La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima TRINIDAD (San Cesáreo de Arlés).
n. 233. Los cristianos son bautizados en 'el nombre' del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en 'los nombres' de estos, pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima TRINIDAD.
n. 234. El misterio de la Santísima TRINIDAD es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe. Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos.
n. 237. La TRINIDAD es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra creadora y en su revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su ser como TRINIDAD santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
n. 244. El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santísima TRINIDAD.
n. 249. La verdad revelada de la Santísima TRINIDAD ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: 'La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros' (2Cor 13,13).
n. 253. La TRINIDAD es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: la TRINIDAD consubstancial. Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: 'El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza'. 'Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina'.
n. 260. El fin último de toda la economía divina es el acceso de las criaturas a la unidad perfecta de la Bienaventurada TRINIDAD. Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima TRINIDAD: 'Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él' (Jn 14,23). "Dios mío, TRINIDAD que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí misma para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora" (Sor Isabel de la Trinidad).
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