Allí se encuentran las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, así como muchos otros monumentos históricos y artísticos de singular belleza: restos de la época imperial, catacumbas, basílicas cristianas, palacios y parques.
Roma es un museo al aire abierto, lleno de puentes sobre el río Tíber e impresionantes plazas adornadas con fantásticas fuentes y esculturas. Además, es la ciudad con mayor número de museos del mundo entero. Los monumentos son tantos y tan variados que no basta una vida para conocerlos todos, por lo que cuando la visitamos deberemos por fuerza limitarnos a algunos.
Hay una colección de libros con los títulos «Cien palacios imprescindibles de Roma», «Cien fuentes imprescindibles de Roma», «Cien iglesias imprescindibles de Roma», «Cien sitios arqueológicos imprescindibles de Roma», etc. A nuestro pesar, nosotros tendremos que prescindir de muchos de ellos.
Roma es una sinfonía de sensaciones y contrastes: ladrillo, travertino y mármol, «sampietrini» (los incómodos adoquines negros de sus calles), fachadas de color ocre desgastado, bronce y plata, sedas y terciopelos, construcciones grandiosas que el paso del tiempo ha reducido a ruinas, edificios apabullantes, esculturas descabezadas, mosaicos, fuentes, plazas, conventos, iglesias más visitadas por turistas que por fieles, galerías de arte, grandes pinos, parques, pizzas, queso pecorino, helados, sastrerías eclesiásticas, negocios de rosarios, recuerdos kitsch y baratijas made in China, puestos callejeros de frutas y verduras, vehículos mal aparcados, músicos callejeros, grafitis... y gatos, muchos gatos.
De hecho, los actuales reyes de Roma y sus monumentos son los gatos. En la época clásica ya eran abundantes en la ciudad, por lo que están representados en muchas esculturas antiguas y también existe una «vía de la Gata». Hay más de 5.000 colonias felinas censadas por el ayuntamiento de Roma, se calcula que unos 300.000 viven en libertad en la ciudad y cada año se publican numerosos calendarios y libros con fotografías y anécdotas relacionadas con ellos.
También las gaviotas se han instalado por todas partes, lejos del mar, en el que solían buscar peces como alimento. Hoy les resulta más sencillo escarbar en los contenedores de la basura.
Solo los turistas son más numerosos y molestos que los gatos y las gaviotas, llenando las calles, plazas, heladerías, escalinatas de acceso a los templos… y obligándote a hacer fila para todo (también para ir al baño). Aunque, bien pensado, todos los que visitamos la ciudad somos turistas (incluidos los peregrinos), ya que no todos pueden tener la dicha de vivir allí.
Hay que reconocer que Roma no es perfecta. A pesar del esfuerzo de rehabilitación, algunos edificios están muy descuidados, la limpieza deja que desear y el transporte público es irregular. Pero, con todo, Roma es una ciudad única, que siempre merece ser visitada… y a la que uno siempre quiere volver. Muchos poetas, sobre todo en dialecto romanesco, han cantado esa mezcla tan romana de lo sublime y lo vulgar, con humor, ternura y melancolía.
Necesariamente hay que hacer mención de la cocina italiana, con su inagotable variedad de pastas, pizzas, la porchetta (cerdo asado con hierbas), el vino, el aceite de oliva… sin olvidar los famosos helados ni el café, ya sea capuchino (con espuma de leche y canela) o espresso, corto y fuerte.
Además de todo lo anterior, en Roma se hace presente una parte importante de la historia de la Iglesia, con sus luces y sus sombras. Allí han vivido y se conservan los restos de numerosos santos de todos los tiempos, desde los mártires de la época de las persecuciones hasta nuestros días. También la mayor parte de las Órdenes religiosas tienen aquí su casa general.
Para los católicos, lo más importante es que en Roma vive el papa, sucesor de san Pedro, al que Cristo encargó que cuidara de su rebaño y trabajara por la unidad de todos los creyentes.
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