sábado, 11 de noviembre de 2017

Los carmelitas seglares


A lo largo de los siglos, las distintas familias religiosas han compartido su carisma y su vida con laicos, a los que acogían en sus casas (temporalmente o de por vida) y con los que establecían distintos tipos de relaciones.

Los monasterios tuvieron “oblatos” desde el s. V, que se ofrecían al servicio del monasterio y participaban de su espiritualidad, sin hacer los votos, conservando su libertad para irse cuando quisieran. 

A lo largo del s. XII surgieron en Europa las Órdenes mendicantes, a las que se asociaron desde el principio hermanas y hermanos laicos que compartían su espíritu, pero viviendo en sus casas y ocupándose de sus trabajos y de sus familias. 

Muy numerosos fueron los laicos (hombres y mujeres) que se unieron a san Francisco de Asís. Cuando la familia franciscana fue adquiriendo la estructura de una Orden religiosa, los llamados “Hermanos laicos de la tercera regla” (o más sencillamente “terciarios”) conservaron un lugar importante, junto a los frailes y a las monjas, como verdaderos miembros de la familia franciscana. 

En el Carmelo, también surgieron desde antiguo hermanas y hermanos laicos, que se sentían vinculados a la Orden y vivían su espíritu en el mundo.

El actual Código de derecho canónico coloca a las Órdenes seglares entre las asociaciones de fieles, destacando tres elementos: 

1- El compromiso por la perfección cristiana.
2- La secularidad de sus miembros (viven integrados en la sociedad, haciendo presente su carisma en el mundo).
y 3- La participación en la espiritualidad de una familia religiosa, como rama laical de la misma. 

Las define así: «Se llaman Órdenes terceras, o con otro nombre parecido, aquellas asociaciones cuyos miembros, viviendo en el mundo y participando del espíritu de un Instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección cristiana bajo la alta dirección del mismo Instituto» (canon 303).

Las constituciones de la OCDS (Orden del Carmelo descalzo seglar) dicen así: 

«El seguimiento de Cristo es el camino para llegar a la perfección que el bautismo ha abierto a todo cristiano. Por él se participa de la triple misión de Jesús: real, sacerdotal y profética. La primera lo compromete en la transformación del mundo, según el proyecto de Dios. Por la segunda, se ofrece y ofrece toda la creación al Padre con Cristo y guiado por el Espíritu. Como profeta anuncia el plan de Dios sobre la humanidad y denuncia todo lo que se opone a él. La gran familia del Carmelo teresiano está presente en el mundo de muchas formas. Su núcleo es la Orden de los Carmelitas descalzos, formada por los frailes, las monjas de clausura y los seglares. Es una sola Orden con el mismo carisma. Esta se nutre de la larga tradición histórica del Carmelo, recogida en la Regla de san Alberto y en la doctrina de los doctores carmelitas de la Iglesia y de otras santas y santos de la Orden. Las presentes constituciones de la ocds son un código fundamental para sus miembros, presentes en distintas regiones del mundo. Por este motivo se caracterizan por la simplicidad de las estructuras y la sobriedad de normas de vida. De este modo, dentro de una unidad fundamental, establecida en este texto legislativo, conservan la apertura a un pluralismo de concretizaciones exigidas por los diversos contextos socio-culturales y eclesiales».

Santa Teresa de Jesús nos dirige unas interesantes palabras a todos los miembros de esta gran familia: 

«Ahora estamos en paz calzados y descalzos. No nos estorba nadie para servir a Nuestro Señor. Por eso, hermanos y hermanas mías, pues tan bien ha oído sus oraciones, prisa a servir a su Majestad. Miren los presentes, que son testigos de vista, las mercedes que nos ha hecho y de los trabajos y desasosiegos que nos ha librado; y los que estén por venir, pues lo hallan llano todo, no dejen caer ninguna cosa de perfección, por amor de Nuestro Señor. No se diga por ellos lo que de algunas Órdenes que loan sus principios. Ahora comenzamos, y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor» (Fundaciones 29,32).

Siempre estamos comenzando: frailes, monjas contemplativas, religiosas de vida apostólica, consagrados y seglares. Lo mejor está siempre por delante, porque lo mejor es el encuentro definitivo con Cristo, que tendrá lugar en la vida eterna.

Mientras tanto, cantamos con el salmista: "Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor..."

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