domingo, 11 de junio de 2023

Mi carne es verdadera comida


Feliz fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Que él sea siempre nuestro alimento, nuestra alegría, nuestro compañero de camino y nuestra esperanza.

La primera lectura de la misa de hoy (Deuteronomio 8,2s) nos recuerda que Dios regaló a los israelitas el "maná" en el desierto y les enseñó que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". La comida alimenta el cuerpo y la Palabra de Dios alimenta el alma.

El salmo responsorial (salmo 147) invita a alabar y glorificar a Dios, que nos envía su Palabra y nos sacia con "flor de harina", que alimenta nuestros cuerpos y nuestras almas.

La segunda lectura (1 Corintios 10,16-17) nos recuerda que al compartir el pan y el vino de la eucaristía entramos en comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, con Jesús resucitado. No se trata solo de un recuerdo de algo que pasó, sino de una comunión real, que sigue aconteciendo.

El evangelio del día (Juan 6,51-58) insiste en que la carne de Cristo es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida. Además, participando en la eucaristía se nos concede la vida eterna. 

Mientras cada uno de nosotros atraviesa su desierto personal, tenemos un alimento de inmortalidad: la Palabra y el Cuerpo de Jesús, que se nos regalan en la eucaristía.

Nosotros creemos en su palabra y sabemos que él está realmente presente en el pan y en el vino consagrados: su cuerpo, su alma, su humanidad y su divinidad. Es Jesús resucitado el que se hace presente para nosotros y se nos entrega como alimento de vida eterna. A él sean la gloria y la alabanza por los siglos. Amén.

En este día es bueno meditar un precioso texto de san Francisco de Borja: 

“Considerar quién es el que he de recibir, y cómo en cuanto a la divinidad es igual al eterno Padre, y cómo en cuanto hombre es el más ilustre de todos los hombres. Considerar de dónde viene: del cielo. Consideraré que me hace mayor don que a los apóstoles el Jueves de la Cena. Y he de confundirme trayendo a la memoria lo que haría si esperase a un amigo o hermano que me viniese a ver de tierras lejanas, o si el papa o el emperador hubiese de venir a verme, y lo poco que hago con la venida de Jesucristo, de los cielos a mi ánima. Ver cómo viene. Consideraré cómo habiéndome dado todas las criaturas, él mismo disfrazado se me da en una de ellas, haciéndose pequeñito, conforme a mi pequeñez. Ver adónde viene. A este mundo donde tantas ofensas y pecados se cometen contra su divina Majestad. Considerar quién soy yo que le he de recibir, y mostrarle mis llagas, pidiéndole con el leproso del evangelio que me sane. Así miraré de dónde viene, adónde viene y a qué viene. Alabado sea Dios”.

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