viernes, 12 de mayo de 2017

Carmelo en camino: Un proyecto inclusivo (2)


Ayer comenzamos a hablar de Carmelo en camino: Un proyecto inclusivo en el que consagrados y seglares comparten la espiritualidad y la misión.

Dijimos que en la primera comunidad cristiana se tenía conciencia de que Jesús trató a todos por igual, sin discriminar a nadie, por lo que podían afirmar: “Ya no hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos somos iguales en Cristo” (Gál 3,28; cf. Rom 1,16; Col 3,11).

También dijimos que, sin embargo, pronto nos adaptamos a la mentalidad de la sociedad de la época y terminamos convirtiendo la Iglesia en "una sociedad de desiguales".

Lo vemos perfectamente es este texto del siglo XIX: En la Iglesia “existen jefes con pleno poder para gobernar, enseñar y juzgar; de lo que resulta que esta sociedad es esencialmente una sociedad desigual, es decir, una sociedad compuesta de distintas categorías de personas, los Pastores y el rebaño, los que tienen puesto en los diferentes grados de la jerarquía y la muchedumbre de fieles. Y esas categorías son de tal modo distintas unas de otras, que solo en la pastoral reside la autoridad y el derecho necesarios para mover y dirigir a los miembros hacia el fin de la sociedad, mientras las multitud no tiene otro deber sino dejarse conducir, y, como dócil rebaño, seguir a sus Pastores” (Pío IX, Vehementer Nos).

Gracias a Dios, hoy estas ideas han cambiado, al menos en teoría: “La llamada no se dirige solo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo” (Juan Pablo II, Christifideles Laici).

El papa Francisco ha repetido muchas veces que el clericalismo ha hecho mucho daño a la Iglesia y que ya es hora de superarlo. Es especialmente significativo el discurso del 19-03-2016, del que tomo algunos párrafos

Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo. […] 

Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria. […] 

El clericalismo no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. 

El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como ‘mandaderos’, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. 

El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. 

El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios y no solo a unos pocos elegidos e iluminados. […] 

No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. […] 

Tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual. Y esto discerniendo con nuestra gente y nunca por nuestra gente o sin nuestra gente. […] 

Nuestro rol, nuestra alegría, la alegría del pastor está precisamente en ayudar y estimular, al igual que hicieron muchos antes que nosotros, para que sean las madres, las abuelas, los padres los verdaderos protagonistas de la historia. No por una concesión nuestra de buena voluntad, sino por propio derecho y estatuto. Los laicos son parte del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, los protagonistas de la Iglesia y del mundo; a los que nosotros estamos llamados a servir y no de los cuales tenemos que servirnos.

Mañana hablaremos de la Virgen de Fátima y de otros argumentos. El domingo trataremos del evangelio del día. Nuestra reflexión continuará el lunes.

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