miércoles, 11 de enero de 2017
Teología del Tiempo Ordinario
Las normas universales del año litúrgico afirman que, en el Tiempo Ordinario, «no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo; sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud».
Por lo tanto, el Tiempo Ordinario no celebra acontecimientos relacionados con Cristo, sino a Cristo mismo, que se hace presente cuando se reúnen los creyentes en su nombre, cumpliendo sus promesas: «Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18,20) y «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
La contemplación de las distintas etapas de la vida de Cristo, tal como se realiza en los otros tiempos del año litúrgico, tiene un profundo sentido pedagógico.
La celebración de sus «misterios» ayuda a conocerle mejor y a descubrir la insondable riqueza presente en cada uno de ellos.
Pero no podemos olvidar la profunda relación entre todos, que son la realización histórica del eterno proyecto salvador de Dios, que alcanza su plenitud en la Pascua.
Al evocar algunos acontecimientos de la historia de Cristo, tampoco podemos caer en el error de pensar que es un personaje del pasado.
El Tiempo Ordinario subraya que él está vivo y se hace presente para ofrecer su salvación a cada hombre, en todo tiempo y lugar, invitando a acogerle y a seguirle en la vida concreta.
Esta idea ya la encontramos en la primera oración del año litúrgico, que dice así: «Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, viene Dios, nuestro Salvador». Esta oración es una clave de comprensión de todas las celebraciones de la Iglesia, independientemente de cuándo se lleven a cabo, ya que no está escrita en tiempo pasado (Dios «vino») ni en futuro (Dios «vendrá»), sino al presente (Dios «viene»).
En la liturgia, Dios viene a nuestro encuentro en un presente continuo. Y viene como salvador, para hacernos partícipes de su misma vida.
Consciente de ello, la Iglesia, «al conmemorar los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (SC 102).
La Iglesia hace presente el misterio de Cristo en la liturgia por medio de la lectura de la Sagrada Escritura y la celebración de los sacramentos, especialmente la eucaristía dominical.
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