miércoles, 18 de enero de 2017
El sábado judío, memoria de la liberación
Ayer hablamos del sábado judío como memoria de la creación y día de descanso.
En cierto momento de su historia, Israel interpretó el descanso sabático de una manera más profunda. Dios no solo ha regalado a los hombres todo lo que existe. Además, ha bendecido a su pueblo con el don de la libertad al sacarlo de la esclavitud de Egipto.
El creyente que dedica un día semanal al descanso comprende que el sábado le ayuda a no caer en una esclavitud mucho más sutil que la de Egipto. Una esclavitud de la que no se tiene conciencia, porque es libremente asumida: la esclavitud de los bienes materiales, de los objetos adquiridos con el propio esfuerzo, del deseo perennemente insatisfecho.
El descanso le ayuda a tomar conciencia de que su vida vale más que las cosas, su libertad vale más que sus pertenencias.
El sábado es día de alabanza a aquel que liberó con mano poderosa a los antepasados de la esclavitud de Egipto y sigue liberando al creyente de nuevas esclavitudes. El descanso voluntario le ayuda a deshacerse de la tiranía de los apetitos, a tomar conciencia de lo poco que necesita para ser feliz.
Por otro lado, el que ha sido liberado no debe caer en el pecado de sus opresores: no puede explotar a sus siervos ni a sus animales. Por eso, el precepto sabático se justifica de una manera nueva:
«Durante seis días trabajarás y realizarás todas tus tareas, pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no haréis ningún trabajo ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún otro de tus animales, ni tampoco el extranjero que reside en tus ciudades. Así podrán descansar tu esclavo y tu esclava, como lo haces tú. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor te hizo salir de allí con el poder de su mano y la fuerza de su brazo. Por eso el Señor, tu Dios, te manda celebrar el día sábado» (Dt 5,13-15).
En último término, para el judío piadoso, el descanso sabático supone reconocer que solo Dios es dueño de todas las cosas y que el hombre es un mero colaborador suyo, que recibe todo de las manos del Creador, al que adora con espíritu agradecido.
Tanto la justificación del Éxodo (la obra creadora de Dios) como la del Deuteronomio (la liberación de la esclavitud) enseñan a Israel que su destino último es entrar en el descanso de Dios, en la feliz contemplación de sus obras, en la comunión con él. Esta relación de amor es más importante que el trabajo y que todas las cosas que se puedan conseguir por su medio, ya que la gracia del Señor «vale más que la vida» (Sal 63 [62],4). Por eso, el creyente interrumpe sus actividades y consagra un día a la alabanza.
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