sábado, 19 de noviembre de 2016

El inicio de la vida espiritual según san Juan de la Cruz


En la anotación que precede a la primera canción del Cántico espiritual se recoge la experiencia que marca el inicio de todo verdadero proceso de conversión cristiana, y que consiste en «caer en la cuenta».

«Caer en la cuenta» significa tomar conciencia, asumir vitalmente que el cristianismo no es en primer lugar un conjunto de doctrinas que aprender, de ritos que celebrar, ni de normas morales que cumplir, sino el encuentro con el amor incomprensible de un Dios que nos ha creado por amor, que nos ha redimido por amor y que nos ha rodeado de mil manifestaciones de su amor, antes incluso de nuestro nacimiento. 

En definitiva, se trata de descubrir la buena noticia de que Dios es siempre «el principal amante» (C 31,2) en sus relaciones con el hombre:

     «Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer […]; conociendo la gran deuda que debe a Dios en haberla criado solamente para sí (por lo cual le debe el servicio de toda su vida) y en haberla redimido solamente por sí mismo (por lo cual le debe todo el resto y la correspondencia del amor de su voluntad) y otros mil beneficios en que se conoce obligada a Dios desde antes que naciese…» (C 1,1)

Una fe meramente intelectual podría limitarse a creer que Dios existe y que lo que nos ha revelado es verdadero. Pero eso no es suficiente. 

Se necesita una fe cordial (del corazón), que consiste en confiar en este Dios que se ha manifestado en Jesucristo, el cual me ha amado «hasta el extremo» (cf. Jn 13,1), hasta entregarse «por mí» (cf. Gál 2,20). 

Solo cuando el hombre repara en estas cosas puede dar una respuesta personal que san Juan de la Cruz resume en el verbo «salir», tal como vemos al inicio de la Noche oscura («En una noche oscura […] salí sin ser notada») y al inicio del Cántico espiritual («¿Adónde te escondiste, Amado? […] Salí tras ti clamando»).

«Caer en la cuenta» no significa comprender totalmente el misterio del amor de Dios, que se ha revelado en Cristo, (algo, obviamente, imposible) ni tener claro todo lo que hay que hacer para servirle. Es solo el punto de partida de un proceso que dura la vida entera. 

San Juan de la Cruz afirma que hay que seguir profundizando siempre en esta experiencia original: 

      «Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas, les quedó todo lo más por decir y aun por entender, y así hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término» (C 37,4).

Será especialmente en el matrimonio espiritual donde el Esposo hará comprender a la esposa, de una manera nueva, vivencial, «sus maravillosos secretos […], principalmente los dulces misterios de su encarnación y los modos y maneras de la redención humana» (C 23,1). 

Allí descubrirá que toda la historia de la salvación tiene que ver con ella personalmente, que la misma encarnación de Cristo y su muerte y resurrección se han realizado «por ella» y, aunque no hubiera nadie más sobre la tierra, habrían tenido lugar igualmente. Y que esto lo ha hecho gratuitamente, sin ningún mérito suyo. 

De momento, basta con intuir algo para ponerse en camino.

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