jueves, 7 de noviembre de 2024
Actualidad de santa Isabel de la Trinidad
Aunque para muchos sea una desconocida, santa Isabel de la Trinidad (1880-1906), cuya fiesta se celebra el 8 de noviembre, es una de las escritoras místicas más profundas y originales de los últimos siglos.
En sus obras comparte su experiencia de vida y la ilumina con textos del apóstol san Pablo, del evangelista san Juan y de san Juan de la Cruz, principalmente.
Es la autora de la oración trinitaria más extensa recogida en un documento del magisterio oficial de la Iglesia (Catecismo, 260). Fue beatificada en 1984 y canonizada en 2016.
Aparentemente, la vida de esta carmelita descalza muerta con solo 26 años no tiene nada de relevante, ya que no publicó sus escritos en vida, ni fundó ningún convento o congregación.
Sin embargo, su mensaje es de sorprendente actualidad, pues nos enseña el camino de la interioridad, nos introduce en el núcleo de la fe cristiana y nos ayuda a vivir la santidad en la vida cotidiana, cada uno en su propio estado de vida, siendo dóciles a las mociones del Espíritu Santo.
Su propuesta no es solo para los religiosos, sino para todos los cristianos, tal como ella misma afirma en numerosas ocasiones. De hecho, la mayoría de sus escritos se dirigen a seglares (a su madre, a su hermana, a varias amigas).
Mientras ella se preparaba para ingresar en el monasterio, escribe así a una amiga que se disponía a contraer matrimonio: «Él [Jesús] ha elegido para nosotras dos caminos diferentes, pero la meta tiene que ser la misma. Sí, seamos completamente suyas, amémosle mucho» (Cta 36).
Siendo ya monja, escribe en otra carta: «“Solo una cosa es necesaria. María ha elegido la mejor parte y nadie se la quitará” (Lc 10,42). Esta mejor parte, que parece que es privilegio mío en mi querida soledad del Carmelo, Dios la ofrece a todos los bautizados. Y se la ofrece a usted, querida señora, en medio de sus preocupaciones e inquietudes de madre» (Cta 129).
Esta es la certeza que Isabel nos transmite: que Dios llama a todos a su amistad, que él ofrece a todos su amor y pide a todos por igual una respuesta amorosa, independientemente del propio estado de vida o de la vocación concreta a la que nos llame.
Para una compañera que había intentado ser carmelita descalza pero se había dado cuenta de que ese no era su camino y estaba confusa, reflexiona de esta manera: «Lo que puedo decirte, hermana querida, es que nuestro maestro te ama, te ama mucho y quiere que seas suya. Siente celos divinos de tu alma, celos de Esposo. Guárdale en tu corazón “solo y apartado”; que el amor sea tu convento; llévale contigo a todas partes y así encontrarás la soledad incluso en medio de las multitudes» (Cta 293).
En distintas ocasiones repite que el bautismo es el principio de la dignidad de todos los cristianos, independientemente de cuál sea su vocación específica. De hecho, el bautismo nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Cuando tomamos conciencia de esta realidad, brota en nosotros la alegría y el agradecimiento: «El bautismo te hizo hija por adopción y te marcó con el sello de la Santísima Trinidad. […] Si vives arraigada en Jesucristo y firme en tu fe, vivirás dando gracias. ¡El amor de los hijos de Dios! Yo me pregunto cómo un alma que ha sondeado el amor que Dios siente “por ella” en su corazón no vive siempre alegre, aun en medio de cualquier sufrimiento» (Nuestra vocación 9 y 12).
Comentando un texto de san Pablo (Rom 8,29ss), Isabel dice que todos hemos sido creados para ser miembros de la familia de Dios, lo que ha comenzado a hacerse realidad en el bautismo, después hemos sido justificados con los otros sacramentos y un día participaremos de su gloria: «Sí, fuimos suyas por el bautismo […], después nos justificó con sus sacramentos […]. Finalmente, Dios quiere glorificarnos» (El cielo 27). Esto es para todos, «sea cual sea nuestro género de vida o el hábito que vistamos» (El cielo 24).
A la luz de las enseñanzas de la Sagrada Escritura, en sus escritos insiste en que todos los bautizados hemos sido «injertados en Cristo», «revestidos de Cristo», por lo que todos estamos «llamados a ser imagen de Cristo», a parecernos a él, a vivir de su misma vida, a ser «una humanidad suplementaria» en la que él pueda hacerse presente para prolongar su presencia entre los hombres. Unidos a Cristo y guiados por el Espíritu Santo podemos vivir como verdaderos hijos de Dios Padre, acogiendo en nuestras vidas su amor misericordioso y convirtiéndonos en «alabanza de su gloria». En estas frases resume su vocación como carmelita descalza y la de todos los bautizados, cada uno en su propio estado.
Su propuesta brota de una afirmación de san Pablo que a ella le gustaba repetir: «Dios nos ha predestinado a ser hijos adoptivos para alabanza de su gloria» (Ef 1,12).
Este texto es el cimiento sobre el que construye su espiritualidad. Isabel afirma que, porque Dios nos ha predestinado desde toda la eternidad para hacernos miembros de su familia, para hacernos partícipes de su vida y de su felicidad, todos estamos llamados a vivir en intimidad con él, pregustando la vida eterna, anticipando el cielo sobre la tierra: «El Señor nos permite vivir en su intimidad ya en esta tierra, y en cierto modo comenzamos aquí nuestra eternidad viviendo en comunión con las tres Personas divinas» (Cta 223).
Sor Isabel vivió su vocación específica de ser «alabanza de gloria de la Trinidad». ¿Qué significa esto? Ella misma nos lo explica: «Una alabanza de gloria es un alma que mora en Dios y que le ama con amor puro y desinteresado, sin buscarse a sí misma en las dulzuras de ese amor; que le ama independientemente de todos sus dones y aunque no hubiese recibido nada de él» (El cielo 41).
Isabel tiene claro que Dios es comunión de amor, recibido y entregado. Esto se revela especialmente en Cristo, que no vivió para sí, sino para amar a los demás hasta el extremo (cf. Jn 13,1). Como hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gén 1,27), la plenitud de la vida humana solo puede alcanzarse cuando se vive un amor total y gratuito, «puro y desinteresado», participando así de la vida de la Santísima Trinidad, anticipando sobre la tierra lo que será nuestra vida en el cielo.
En sus numerosas cartas y en sus otros escritos invita a todos a unirse a ella, convencida de que su misión es revelar esta llamada a todos. Incluso presiente que esa será su ocupación también después de su muerte: «Creo que en el cielo mi misión consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse con Dios mediante un sentimiento sumamente simple y amoroso, y en mantenerlas en ese gran silencio interior que le permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él» (Cta 335).
Tomo este texto de mi libro: Santa Isabel de la Trinidad, vida y mensaje, editorial Monte Carmelo, Burgos, 2016. La editorial Monte Carmelo tiene distribuidores en todo el mundo por lo que, si alguien está interesado en el libro, basta con que dé estos datos en cualquier librería religiosa y ellos se lo hacen llegar. Tienen la reseña de la editorial en este enlace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario