viernes, 9 de octubre de 2020

El humanismo de santa Teresa de Jesús


Santa Teresa de Jesús quería vivir de acuerdo con la enseñanza de san Pablo, que recomienda: «Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable y de honorable; todo cuanto sea virtud o valor, tenedlo en aprecio» (Filp 4,8).

Por eso, cuando puso por escrito los elementos fundamentales que deben caracterizar a las carmelitas descalzas, antes de hablar de la oración o de las prácticas religiosas, consideró que era necesario dejar claro que el verdadero fundamento de la consagración religiosa está en la práctica de las virtudes humanas y evangélicas que favorecen la convivencia: la autenticidad, la sinceridad, la afabilidad, la educación, el agradecimiento, la laboriosidad, la higiene... 

Teresa recomienda especialmente la práctica de tres «virtudes grandes» para poder ser verdaderamente orantes: el amor de unas con otras, el desasimiento de todo lo criado y la humildad, que las abraza a todas y que consiste en «andar en verdad».

Para ella, humildad, honestidad, amor a la verdad y conocimiento de sí son palabras sinónimas que invitan a la naturalidad, a la sencillez, a la «llaneza» (para decirlo con sus palabras), a no aparentar delante de los otros, llegando a afirmar que «es gran alivio andar con claridad». 

Su discípulo Juan de la Cruz dirá que «es insufrible» el apego de algunas personas a las ceremonias complicadas y su falta de sencillez en las cosas de la fe (cf. 3S 43,1).

El amor a la verdad va unido al aprecio por la cultura; por eso, Teresa quiere que sus monjas se formen. 

Es enemiga de «devociones a bobas», por lo que les invita a construir su vida espiritual sobre cimientos sólidos. Para conseguirlo, llama a los mejores predicadores que encuentra para que ofrezcan pláticas a las religiosas en la iglesia y en el locutorio. 

La priora también debe tener cuidado de que la biblioteca conventual disponga de buenos libros, y el horario debe permitir que las hermanas tengan tiempo para la lectura espiritual y para la formación todos los días. 

Pero «las letras» no son un fin en sí mismas, sino un medio para mejor conocer y más amar a Jesucristo. Teresa sabe que puede surgir una soberbia sutil en quienes se creen superiores por tener más estudios o conocimientos. 

Ella insiste en que sus monjas deben ser sencillas en el trato. No deben ser rebuscadas en el hablar ni entrar en discusiones por cuestiones de palabras o de conceptos. Entre las carmelitas descalzas, la cultura no puede entrar en contradicción con la llaneza y la naturalidad.

Teresa invita a que cada religiosa conozca y acepte sus capacidades y limitaciones. Esto las permitirá vivir reconciliadas y en paz, libres de celos y de envidias. 

Por un lado, la verdadera humildad conlleva la aceptación gozosa de nuestras capacidades, asumiendo que las hemos recibido, por lo que no podemos vanagloriarnos de ellas. 

Despreciar los propios dones es una falsa humildad, que puede hacer mucho daño: «No haga caso de unas humildades que hay, […] que les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones. Entendamos bien, bien, como es de verdad, que nos los da Dios sin ningún merecimiento nuestro […]. Creer que no somos capaces de grandes bienes, acobarda el ánimo» (V 10, 4-6).

Por otro lado, la humildad también conlleva la aceptación de nuestras limitaciones. 

Esto nunca debería ir acompañado de sentimientos morbosos de culpabilidad. 

Por el contrario, la aceptación sana de la propia debilidad nos enseña a poner nuestra confianza solo en Dios: «Guardaos, hijas, de unas humildades que pone el demonio con gran inquietud, de la gravedad de pecados pasados, de si merezco acercarme al Sacramento, si me dispuse bien, que no soy para vivir entre buenos. Esas cosas son de estimar cuando vienen con sosiego y regalo y gusto, como las trae consigo el conocimiento propio. Pero si vienen con alboroto e inquietud y apretamiento del alma y no poder sosegar el pensamiento, creed que son tentación y no os tengáis por humildes, que no vienen de ahí» (CE 67,5).

Vivir reconciliados con nosotros mismos y con nuestra historia personal es el fundamento para poder aceptar a los demás tal como son. Teresa insiste en que no debemos perder tiempo en juzgar a los demás (y menos aún en murmurar sobre sus limitaciones). 

Especialmente la priora debe respetar la singularidad de cada hermana y debe asegurarse de que cada una se alimente y reciba según su necesidad, independientemente del cargo y de la edad. 

Particularmente, habrá que atender a las enfermas con la máxima solicitud, llegando a establecer en las Constituciones: «Las enfermas sean curadas con todo amor y regalo y piedad […]. Tengan lienzo [esto es, sábanas finas] y buenos colchones, y sean tratadas con mucha limpieza y caridad». Y añadiendo: «Si es necesario, que falte lo necesario a las sanas para dar capricho a las enfermas». No quiere que las monjas tengas escrúpulos en cuestión de comidas o de horarios cuando están enfermas: «Si necesita comer siempre carne, poco importa que la coma aunque sea cuaresma, que no se va contra la Regla cuando hay necesidad, ni en eso se aprieta. Yo pido a nuestro Señor que les dé virtudes, en especial humildad y amor de unas con otras, que es lo verdaderamente necesario». (Carta a las carmelitas de Soria, 28-12-1581).

Así como pide a las que gozan de buena salud que tengan compasión de las enfermas, pide a las que no están bien que sean comprensivas con las sanas, añadiendo en las Constituciones: «Las enfermas procuren mostrar la perfección que han adquirido cuando gozaban de salud, teniendo paciencia y dando el menos trabajo que puedan, cuando el mal no fuere mucho. Esté obediente a la enfermera, para que se aproveche y salga con ganancia de la enfermedad y edifique a las hermanas». Es importante que todas se traten con paciencia y caridad.

Introduce en la vida de las monjas la novedad de dedicar una hora por la mañana y otra por la tarde a la convivencia intensa y distendida. Es la «recreación», en la que se comparten las alegrías y las contradicciones de la jornada entre poesías, canciones y bromas, mientras se cose o se realizan otras actividades que no exijan demasiada atención. 

Teresa es conocida por sus poemas místicos, pero también conservamos muchos poemillas compuestos por la Santa para estas recreaciones: cantos para celebrar la Navidad, la Circuncisión, la Epifanía o la Semana Santa; o las fiestas de san Andrés, san Hilarión, santa Catalina; o con motivo de algunos acontecimientos comunitarios, como la toma de hábito o la profesión de las hermanas; incluso una para suplicar al Señor ser libradas de una plaga de piojos. 

«Pues nos dais vestido nuevo,
Rey celestial,
librad de la mala gente
este sayal. 

[…] Inquieta este mal ganado
en oración,
el ánimo mal fundado
en devoción;
mas Dios en el corazón
tened igual.
Librad de la mala gente
este sayal…» (P 27).

La alegría de las hermanas será la mejor manifestación de que sus vidas están totalmente centradas en Cristo, que llena sus corazones. Solo la unión con él puede convertirlas en la luz, sal y levadura que el mundo necesita.

Texto tomado de mi libro "De la rueca a la pluma. Enseñanzas de Santa Teresa de Jesús para nuestros días". Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2015. Enlace a la reseña de la editorial aquí.

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