miércoles, 28 de septiembre de 2016

La auto-aceptación en santa Teresita del Niño Jesús


Seguimos preparándonos para la fiesta de santa Teresa de Lisieux, que se celebra el 1 de octubre. También es conocida como santa Teresita, la "Florecita" y con otros títulos. Hoy hablaremos de la importancia que tiene la auto-aceptación en la vida y enseñanzas de santa Teresita.

Teresa de Ávila (madre espiritual del Carmelo descalzo, por lo tanto también de Teresa de Lisieux) afirmaba que «la humildad es andar en verdad». Para ella, humildad, honestidad, amor a la verdad y conocimiento de sí son palabras sinónimas que invitan a la naturalidad, a la sencillez, a no aparentar delante de los otros, llegando a afirmar que «es gran alivio andar con claridad». 

Teresa de Lisieux tuvo que recorrer un largo camino para conocerse realmente, para romper con la imagen que sus hermanas y ella misma se habían hecho, para aceptarse con sus debilidades y ser feliz amándolas.

La pequeña Teresa inicia la Historia de un alma reflexionando sobre el misterio de las vocaciones en la Iglesia y se pregunta: «¿Por qué Dios no trata a todos por igual? ¿Acaso ama a unos más que a otros?». 

Encontró la respuesta en la armonía de la naturaleza: las flores son distintas entre sí, pero todas son hermosas. En el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús, sucede lo mismo: cada persona es distinta de las demás, con sus virtudes y sus defectos, y Dios la ama con un amor único e irrepetible. Nadie tiene que compararse con otras personas ni tiene que parecerse a ellas. Cada uno debe reconciliarse con su propia historia, aceptarse a sí mismo y desarrollar sus propias capacidades, su propia identidad, ser él mismo o ella misma, no la fotocopia de otros. 

Estamos ante las primeras páginas de sus escritos, pero son el resultado de un largo proceso de búsqueda y de maduración.

Para Teresa no fue fácil aceptar e integrar las limitaciones de su historia personal. Tuvo que asumir las heridas psicológicas de su infancia, el contexto opresivo de su familia y del ambiente religioso que frecuentó, su hipersensibilidad enfermiza y su incapacidad para alcanzar la perfección tal como la había soñado.

Cuando descubrió experiencialmente que Dios es padre y madre, que ama a los injustos y pecadores (cf. Lc 6,35), que envió a su Hijo para buscar la oveja perdida (cf. Lc 19,10), que no lo mandó para condenar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17), su vida cambió definitivamente. 

Comprendió que podía estar en su presencia como hija y desaparecieron sus temores por no ser suficientemente buena, por no responder a las expectativas de los otros.

En cierto momento escribió: «Se siente una paz tan grande al saberse absolutamente pobre y al no contar más que con Dios». También se atreve a escribir: «Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma es que amo mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia». 

No solo acepta resignada su debilidad; termina por asumirla gozosamente, por amarla, sabiendo que no es ella la que tiene que salvarse a sí misma. La salvación es algo tan precioso que solo se puede recibir como un regalo inmerecido. Para ella, este fue el inicio de su liberación interior, de su madurez espiritual, de su paz tan profunda.

La Historia de un alma comienza con una reflexión sobre la autoaceptación, que surge del saber que cada persona es preciosa para Dios y que él la acepta y ama con un amor único e irrepetible. 

El libro termina con una confesión de confianza en este principio: «Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él. Es cierto que Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado mi alma del pecado mortal. Pero no es esa la razón de que yo me eleve a él por la confianza y el amor».

Ella sabía que era pequeña y débil, pero no tenía envidia de las almas grandes y fuertes. Al contrario, se alegraba de ser tan frágil, porque así se manifestaba en ella la misericordia de Dios con más claridad. Este es de punto de llegada de su camino de maduración, que comenzó con «la gracia de Navidad», cuando contaba catorce años.

Su hermana mayor, sabiendo que Teresita estaba a punto de morir, le pidió una carta de despedida, en la que le contara su camino de infancia espiritual. Santa Teresita escribió para ella el manuscrito «b», que es la parte central de la Historia de un alma

Sor María escribió a su hermanita una carta de respuesta, diciendo que la admiraba, pero que ella era tan pobre que nunca podría vivir con esa perfección. Santa Teresita respondió a su hermana con una preciosa misiva, el 17 de septiembre de 1896. Esta carta puede servir de clave de lectura de toda la obra teresiana:

«Querida hermana: ¿Cómo puedes preguntarme si tú puedes amar a Dios como yo le amo? Si hubieses entendido la historia de mi pajarillo, no me harías esa pregunta. Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón. A decir verdad, son las riquezas espirituales las que hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande...

Esos deseos son un consuelo que Jesús concede a veces a las almas débiles como la mía (y de estas almas hay muchas); pero cuando no da este consuelo, es una gracia privilegiada. Recuerda que «los mártires sufrieron con alegría y el Rey de los mártires sufrió con tristeza». Sí, Jesús dijo: «Padre, aparta de mí este cáliz». Hermana querida, ¿cómo puedes decir, después de esto, que mis deseos son la señal de mi amor...? No, yo sé muy bien que no es esto, en modo alguno, lo que le agrada a Dios en mi pobre alma. Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no va a ser también el tuyo...?

¿No estás dispuesta a sufrir todo lo que Dios quiera? Yo sé muy bien que sí. Pues entonces, si deseas sentir alegría o atractivo por el sufrimiento, es tu propio consuelo lo que buscas, pues cuando se ama una cosa desaparece el dolor. Te aseguro que si fuésemos las dos juntas al martirio con las disposiciones que hoy tenemos, tú tendrías un gran mérito y yo no tendría ninguno, a menos que Jesús tuviese a bien cambiar mis disposiciones.

Hermana querida, comprende a tu hijita, por favor. Comprende que para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de este Amor consumidor y transformante... Con el solo deseo de ser víctima ya basta; pero es necesario aceptar ser siempre pobres y sin fuerzas, y eso es precisamente lo difícil, pues «al verdadero pobre de espíritu ¿quién lo encontrará? Hay que buscarle muy lejos», dijo el salmista... No dijo que hay que buscarlo entre las almas grandes, sino «muy lejos», es decir, en la bajeza, en la nada... Mantengámonos, pues, muy lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, deseemos no sentir nada. Entonces seremos pobres de espíritu y Jesús irá a buscarnos, por lejos que nos encontremos, y nos transformará en llamas de amor... ¡Ay, cómo quisiera hacerte comprender lo que yo siento...! La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor... El temor ¿no conduce a la justicia...?

Ya que sabemos el camino, corramos juntas. Sí, siento que Jesús quiere concedernos las mismas gracias a las dos, que quiere darnos gratuitamente su cielo.

Hermanita querida, si no me comprendes, es que eres un alma demasiado grande..., o, mejor, es que yo me explico mal, pues estoy segura de que Dios no te daría el deseo de ser poseída por él, por su Amor misericordioso, si no te tuviera reservada esa gracia... O mejor dicho, ya te la ha concedido, puesto que te has entregado a él, puesto que deseas ser consumida por él, y Dios nunca da deseos que no pueda convertir en realidad... 

¡Cuántas cosas quisiera decirte! Pero Jesús mismo te hará comprender todo lo que yo no acierto a escribir... Te quiero con toda la ternura de mi corazoncito de hija agradecida». Teresa del Niño Jesús.

Teresa se reconoce pequeña y débil, se acepta y se ama tal como es, porque sabe que hay alguien que la acepta y ama sin condiciones. Ella consideró un don precioso que Dios le permitiera conocerse en su verdad más profunda: «La obra más grande que el Todopoderoso ha realizado en mí es el haberme mostrado mi pequeñez y mi impotencia para todo bien». Esto fue liberador y la capacitó para no poner su confianza en sí misma, sino solo en Dios. Así pudo emprender el «caminito» de infancia espiritual.

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