Cada año, el primer domingo de Cuaresma recordamos el retiro de Jesús en el desierto y las tentaciones. Igualmente cada año, el segundo domingo de Cuaresma recordamos la transfiguración de Jesús. Cambia el evangelista del que tomamos el texto y las otras lecturas, pero siempre profundizamos en estos argumentos en los dos primeros domingos de Cuaresma. ¿Por qué?
Por un sencillo motivo: la escena de las tentaciones nos recuerda que nuestra realidad humana está sometida a dificultades, contradicciones y sufrimientos; mientras que la escena de la transfiguración nos recuerda que la última palabra en nuestras vidas no la pueden tener esas limitaciones, porque estamos destinados a transfigurarnos con Cristo, a revestirnos de luz, a llenarnos de la vida de Dios.
Las tentaciones nos hablan de nuestra realidad histórica, de nuestra experiencia cotidiana. La transfiguración nos indica la meta de nuestro caminar. Si perseveramos con Cristo y superamos con él las tentaciones, también nosotros seremos glorificados y viviremos la vida de Dios para siempre.
Pero la transfiguración es solo un anticipo de la gloria futura. No es un estado permanente. Tenemos que descender del Tabor y seguir caminando, esforzándonos cada día por vencer al tentador y parecernos a Cristo. Que él nos acompañe en nuestro caminar. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario