martes, 8 de diciembre de 2015

fiesta de la Inmaculada


Hoy se celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra. Les propongo un precioso texto de Georges Bernanos, tomado de su obra Diario de un cura rural, en el que reflexiona sobre la sencillez de María, tan grande que ni ella misma se dio cuenta de lo extraordinaria que era su persona y su misión.


La santa Virgen es nuestra madre ¿comprendes? Es la madre del género humano, la nueva Eva, pero es, al mismo tiempo su hija. El mundo antiguo y doloroso, el mundo anterior a la gracia, la acunó largo tiempo en su corazón desolado –siglos y más siglos– en la espera oscura, incomprensible de una «virgen-madre». Durante siglos y siglos protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabía...

Piensa bien en lo que ocurrió: La Virgen Santa no tuvo triunfos, ni milagros. Su Hijo no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado...

¡Qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que Ella no pudo ver reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre Santo –¡oh, soledad sagrada!– Los antiguos demonios familiares del hombre contemplan desde lejos a esta criatura maravillosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada.

La Virgen es la inocencia. Su mirada es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia. Ella es más joven que el pecado, más joven que la raza de la que ella es originaria y, aunque Madre por la gracia, Madre de las gracias, es la más joven del género humano, la benjamina de la humanidad.

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