martes, 10 de septiembre de 2024

Tú eres el mesías. Reflexión de von Balthasar


El evangelio del domingo 24 del Tiempo Ordinario, ciclo "b", es una oportunidad para reflexionar sobre la identidad de Jesús y nuestra relación personal con él: ¿Quién es Jesús para la gente?, ¿quién es Jesús para los discípulos?, ¿quién es Jesús para mí?

Ese es el tema que desarrollé en la entrada titulada "¿Quién dice la gente que soy yo?", en la que expliqué este evangelio.

A continuación les propongo un comentario del teólogo Hans Urs von Balthasar:

Ciertamente a la pregunta que Jesús plantea a sus discípulos en el evangelio («Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»), Pedro ha dado una respuesta que no se puede decir que sea incorrecta, pero tampoco del todo correcta: «Tú eres el mesías». Sí, pero no un mesías como Pedro y seguramente la mayoría de los discípulos se lo imaginaban: como un taumaturgo que liberaría a Israel del yugo de los romanos.

Había entonces en Israel una pujante teología de la liberación difundida no solo entre los celotes que combatían activamente a los romanos.

En el mismo momento en que oye por primera vez el título de mesías, Jesús interrumpe su discurso: prohíbe terminantemente a sus discípulos decírselo a nadie; en lugar de esto les anuncia, de nuevo por primera vez, la suerte que correrá el Hijo del hombre: mucho padecimiento, condena a muerte, ejecución y resurrección.

Pedro, que no quiere ni oír hablar de eso, es increpado por Jesús como Satanás, seductor y enemigo.

Jesús desvela aquí la obra decisiva para la que ha sido enviado, una obra que no es para él solo, sino para todo aquel que quiera seguirle en la fe.

Aquí la doctrina de Santiago sobre la fe y las obras adquiere su auténtico sentido. Una fe sin la obra de la pasión no es una fe cristiana. La fe que quiere salvarse y no perderse, perderá todo. Querer salvarse es un egoísmo incompatible con la fe, que es inseparable del amor. Aquí se encuentra el núcleo de la obra tal y como la concibe Santiago, sin la que la fe no es nada: la obra de la plena entrega a Dios o al prójimo. No se discute que esta obra pueda ser dolorosa hasta la muerte para el hombre; en todo caso esta obra contiene ya una muerte en sí: la renuncia al propio yo; y que esta renuncia lleve o no a la muerte corporal en el testimonio de sangre es ciertamente algo secundario.

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