miércoles, 20 de mayo de 2015
Santa Teresa de Jesús y los laicos
Les ofrezco algunos párrafos de la conferencia que Myrna Torbay, miembro del Carmelo seglar, (la primera a nuestra izquierda en la foto) dio a los frailes carmelitas descalzos reunidos en el capítulo general en Ávila el 16 de mayo de 2015. El título de la ponencia es: "De la colaboración de los laicos con Santa Teresa de Jesús a la colaboración de los laicos de la OCDS con la Orden".
La Santa se relacionó con laicos de diversas realidades sociales y oficios. Ya desde el libro de la Vida comienzan a aparecer algunos incondicionalmente vinculados a ella y su proyecto, como Dª Guiomar de Ulloa, o D. Francisco de Salcedo, quienes formaban parte del grupo de los cinco que se amaban en Cristo, y que solían juntarse para desengañarse unos a otros, conocerse mejor, enmendarse y contentar más a Dios (V 16,7).
Un sinfín de laicos aparecen en el libro de las Fundaciones. No son beatos ni terciarios, sino más bien gente “del mundo”: nobles, mercaderes, notarios, artesanos, estudiantes, criados, y servidores, todos colaborando con su proyecto fundacional, aportando bienes materiales, y pequeños y grandes servicios de toda índole. Muchos de ellos con un gran talante espiritual, como Antonio Gaytán, Beatriz de Beamonte. y Alonso de Ávila.
Donde mejor se muestra la relación de Teresa con los laicos es en su epistolario, pues de las 468 cartas que se conservan, 135 están destinadas a 42 laicos (un 29% de las cartas); y aunque a simple vista no parece una cifra significativa, no nos permite deducir que su relación con los laicos haya sido poca, si consideramos el hecho de que difícilmente los familiares de los laicos conservarían esas cartas a lo largo de los años y de generación en generación, como lo hicieren los conventos, diócesis, o sus propios familiares.
Tras leer y analizar con detenimiento cada una de estas cartas, rápidamente saltan a la vista una serie de elementos comunes a todas ellas, que describiré brevemente a continuación:
1. Teresa necesita a los laicos: Ante todo, desde la primera hasta la última carta que escribe a los laicos, Teresa pide algo, pide ayuda y colaboración de todo tipo, no solo material sino también moral y espiritual, para que su proyecto, o mejor dicho el proyecto de Dios, o el de ambos, siga adelante en medio de las dificultades y realidades del día a día. La Santa “pide” a los laicos.
Pide mediación en las licencias para fundar sus conventos, pide patronatos para sus nuevas fundaciones, además de casas y terrenos; pide que intercedan para la fundación de la nueva provincia, y por las injusticias que se cometen con sus frailes; pide alimentos (C 47, Martín Dávila Maldonado Bocalán, 1 febrero 1573), limosna, información (C 32, Diego Ortiz, 29 marzo 1571), pide intermediación para que lleguen sus cartas, pide trabajo y ayuda para sus familiares, pide a los padres que dejen a sus hijas entrar en sus conventos (C 26, Diego de San Pedro de Palma, 15 julio1570)…; pide que le escriban (C 13, Francisco de Salcedo, septiembre 1568; C 85, Antonio Gaytán, 10 julio 1575), pide consuelo, pide ver a los que quiere, y también que no la olviden (C 77, Ana Enríquez, 23 diciembre 1574, “vuestra merced no me olvide, por amor del Señor, que siempre tengo necesidad”), pide atención para sus monjas y frailes, y que les den consejos y les acompañen, pide que se confiesen, les pide libertad interior, y pide mucho a Dios por cada uno de ellos (as), su santo amor y temor (C 17, Diego Ortiz, 9 enero 1569), luz y entendimiento, salud y gracia, sosiego para servirle mejor, pide a Dios que les pague las mercedes que le hacen, y que les haga muy santos (C 77, Ana Enríquez, 23 diciembre 1574 )…
Curiosamente a todos sus laicos pide oraciones para ella y sus monjas; cito algunos ejemplos: “En las oraciones de la señora doña Francisca Ramírez me encomiendo mucho” (C 33, Roque de Huerta, 27 mayo 1571); “y a ese caballero yerno de vuestra merced, en cuyas oraciones me encomiendo mucho y en las de vuestra merced… Todas se encomiendan en las oraciones de vuestra merced” (C 18, Alonso Álvarez Ramírez, 19 febrero 1569), “En las oraciones de su merced me encomiendo” (C 21, Simón Ruiz, 18 octubre 1569 ), a D. Pedro Juan de Casademonte (C 373, febrero 1581), Dña. Luisa de la Cerda (C 16, 13 diciembre 1568)…
Teresa se encomienda a las oraciones de los laicos en una época en el que el interés por ellos era casi exclusivamente proporcional a sus bienes materiales; y en este sentido Teresa abre a los laicos la puerta de la oración y de la santidad, de la amistad y comunión con Dios a través de su Hijo Jesucristo, amistad basada en el amor y en el trato personal, amistad que “da derecho” a interceder por otros, amistad que santifica, transforma, convierte, plenifica, y que estaba reservada para unos pocos privilegiados, y por supuesto consagrados.
Para ella, la oración no compite con los deberes y responsabilidades de la vida diaria: “No dejaba de ser santo Jacob por entender en sus ganados, ni Abrahán, ni San Joaquín, que, como queremos huir del trabajo, todo nos cansa” dirá a su hermano Lorenzo (carta del 2 enero 1577, C 172), ni con la realidad más íntima de la persona en cuanto afectos y deseos; Marta y María van juntas, y constituyen una unidad.
2. Teresa “sierva” de todos (as): Otro elemento común en todas sus cartas es que se ofrece como sierva de todos(as), y no es solo un decir popular de la época, sino que lo cumple, pues siempre estará dispuesta a acompañar y a servir a quien la necesite, y más aún, siempre estará atenta de las necesidades, sean espirituales o materiales, de los que la rodean.
Así lo expresa a su amigo Francisco de Salcedo, el “caballero santo” (C 13, septiembre 1568), a Diego Ortiz (C 97, 26 diciembre 1975), a su querido amigo Antonio Gaytán (C 75, últimos meses 1574), a Dña. Luisa de la Cerda (C 16, 13 diciembre 1568), por mencionar algunos nombres; y aunque nada tiene de extraño que se lo diga al Rey, en el contexto en que lo escribe se percibe sinceridad: “Indigna sierva y súbdita de vuestra majestad” (C 52, 11 junio 1573). Verdadera e indigna sierva, lo repite una y otra vez a lo largo de sus cartas, para que no quepa ninguna duda.
Es precisamente ese reconocerse pobre y necesitada, indigna y servidora, lo que ha movido su vida. Teresa vive en comunión con Cristo, y actúa en consecuencias; Cristo es su Maestro, pobre y necesitado en Getsemaní… que ha venido a servir y no a que le sirvan…
Ese caer en la cuenta de su condición de “sierva”, sierva de Dios, se convierte en el eje central de su relación con los laicos (y con todos los que le rodean), y me atrevería a afirmar que se convierte en la clave para conectar interiormente con cada uno de ellos… es decir, su propia realidad se convierte en “lugar de encuentro” (encuentro de pobrezas, pobreza vital, existencial…) y mediación de conversión, permitiéndole acoger y orientar con acierto, amor y paciencia, a todos aquellos que, sumidos en sus apegos materiales y sus miserias humanas, buscan su consuelo, e incluso sin reconocerlo, la paz, la plenitud y el consuelo de Dios.
3. Teresa confía en los laicos: Teresa cree y confía en los laicos, sin reparar en que sean cristianos viejos o conversos, y así lo manifiesta en todas sus cartas, confía en la gente de buena voluntad, y también pone en manos de todos ellos su obra fundacional: sus conventos, sus escritos, y su propia vida, sin lo cual probablemente no hubiese prosperado. Menciono tres ejemplos (entre muchos otros) que me parecen que ilustran plenamente esta condición:
A Roque de Huerta le confía sus cartas más personales y confidenciales, especialmente aquellas de su época de confinamiento en Toledo (ver: C 209, 3 - 7 octubre 1577; C 274,1 - fines octubre 1578).
A Dña. Luisa de la Cerda confía el Libro de la Vida, “su alma”, para que se lo haga leer a “aquel santo hombre (Juan de Ávila), para que entendamos su parecer” (C 10,2 - 23 de junio 1568).
Al Rey Felipe II, le confía la fundación de Provincia aparte y llega a tal su confianza, que le sugiere un nombre para la dirección de su Orden (C 86,2-3 - 19 julio 1575).
4. Teresa dialoga con los laicos: Teresa siempre apuesta por el diálogo, además de actuar rápidamente para aclarar cualquier mal entendido, y esto es un elemento muy importante en la vida espiritual.
A Dña. María de Mendoza le dirá: “Si vuestra señoría lo quiere mandar determinadamente, no hay para qué hablar más en ello, que está claro en esa casa y en todas puede vuestra señoría mandar y ha de ser obedecida de mí… [pero] Por descargo de mi conciencia no puedo dejar de decir a vuestra señoría lo que en este caso yo hiciera después de haberlo encomendado al Señor. Dejo aparte, como digo, el quererlo vuestra señoría, que, por no enojarla, a todo me he de disponer y no hablaré en ello más. Sólo suplico a vuestra señoría que lo mire bien… (C 41,4-5 - 1 marzo 1572).
Lo mismo hará con D. Diego Ortiz (C 28, mediados agosto 1570), D. Rodrigo de Moya (C 103, 19 febrero 1576), D. Antonio Gaytán (C 386, 28 de marzo 1581), Dña. Beatriz de Castilla y Mendoza (C 425, 4 diciembre 1581), Dña. Teresa de Láyz (C 460, 6 agosto 1582), y también con su hermana Juana de Ahumada (C 404, 26 agosto 1581, y siguientes), y su hermano Lorenzo, entre otros.
Teresa se expresa, aclara, no se impone, favorece el diálogo, el discernimiento, ilumina la conciencia de sus laicos, y también se deja iluminar por ellos, pero además les anima a seguir su conciencia siempre y cuando no sea regida por las pasiones.
Cuando hay que corregir, corrige, no calla, pero lo hace con sobriedad, sin atentar contra la dignidad de la persona. Dice lo que a su parecer conviene e insta a las personas a desasirse de sí, andar en humildad, en la Verdad de Cristo, para que el alma sea “señora de sí”, alcance la libertad interior, la plenitud, y pueda colaborar plenamente en la construcción del Reino. Así lo dirá a Dña. María de Mendoza (C 19,2 - finales marzo 1569); a Dña. Luisa de la Cerda (C 14, 2 noviembre 1568); o a D. Diego de Sarmiento (C 354,2 - 21 agosto 1580).
5. Teresa consuela y acompaña a los laicos, pero a su vez se deja consolar y acompañar: No puedo dejar de mencionar su libertad para expresar el consuelo que le causan sus amistades (lo repite una y otra vez en sus cartas), y su capacidad de padecer con el que padece, se compadece del que sufre, es fuente de consuelo y fortaleza para los que le rodean, tanto en asuntos del día a día (enfermedades, muertes, necesidades, etc. Léase por ejemplo la carta a Dña. Inés Nieto, esposa del secretario del Duque de Alba C 310, 17 septiembre 1579), como en los asuntos de oración y vida interior .
En cuanto al acompañamiento para la vida es experta, porque se ha dejado acompañar por clérigos, religiosos, por sus monjas, pero también por laicos (C 21, Simón Ruiz, 18 octubre 1569; C 85, Antonio Gaytán, 10 julio 1575; entre otros), incluso viviendo en la plenitud del matrimonio espiritual, pues de sus obras se extrae que es un asunto de toda la vida, y es necesario confrontar permanentemente con el otro, lo que se profesa, se piensa, se dice y se vive, para configurarse progresivamente en Cristo, vivir a imagen y semejanza de Él, intentando trocar con determinación y con la gracia de Dios, el propio cieno de miserias por virtudes (2M).
¿Qué significa esto? Que Teresa a pesar de su plena comunión con Cristo, jamás prescindirá de la mediación de quienes la rodean, y con humildad siempre buscará en los demás la ayuda para desengañarse de sus propias trampas, vivir en Verdad, y contentar más a Dios (V 16,7).
Y digo acompañamiento para la vida, puesto que ella no separa lo espiritual, de lo psico-afectivo, o de lo material. Para ella la persona es una unidad en la que todas las dimensiones están integradas, y así la trata. Además, para favorecer al acompañado, es capaz de reconocer sus límites, y remitirlo a otra persona.
6. Teresa ama: Y es que Teresa ama, y en esa virtud converge su vida, se siente amada, actúa movida por el Amor y las misericordias del Señor, es misericordiosa, irradia amor y lo expresa no sólo en cada uno de sus actos, sino también con palabras. En sus escritos, lo repite una y otra vez, cito un ejemplo:
[Pues]“Para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo …” (4M 1,7).
Es un Amor Evangelizado, liberado de toda concupiscencia y egoísmo, ese amor de donación que lejos de esclavizar fortalece, levanta, anima y potencia la audacia y creatividad de las personas. Teresa es capaz de expresar su amor con libertad, a clérigos, frailes, monjas y laicos: “Nuestro Señor los guarde muchos años y me los deje gozar, que cierto los amo en el Señor” (C 31, Alonso Álvarez Ramírez, 5 febrero 1571); “… que, cierto, le amo tiernamente en el Señor y le encomiendo a Dios (C 97, Diego Ortiz, 26 diciembre 1575); e incluso con plena libertad, le declara su amor al Rey: “que el grande amor que tengo a vuestra majestad me ha hecho atreverme…” (C 208, 18 septiembre 1577).
En resumen, Teresa pide, encomienda y se encomienda, sirve, confía, tiene un trato íntimo y personal, dialoga, educa, se deja interpelar y formar, acompaña en y se deja acompañar, se compadece, consuela y pido consuelo; y en definitiva ama, y la respuesta que suscita en los laicos es consecuencia de su “ser con ellos” y “por ellos”: Conectan con ella, se comprometen con ella, con su proyecto, la reconocen como “autoridad” porque vive según los valores evangélicos que profesa y dinamizan su existencia; esa existencia vital “contagia” porque vive en obsequio de los demás, y porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se le han obsequiado primero, y se le desbordan…
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