martes, 3 de marzo de 2015

La ascendencia judía de santa Teresa de Jesús


Asimilada por los hagiógrafos a una ejemplar familia de “cristianos viejos”, la estirpe de Teresa no ha sido definitivamente documentada hasta bien entrado el siglo XX.

Santa Teresa ha permanecido por mucho tiempo secuestrada por "hagiógrafos", empeñados, más que en descubrir la persona y las condiciones humanas de la Santa, en acoplarla al modelo de santidad dominante.

Y aquella santidad exigía expresiones acordes con los estereotipos del momento. Si el querido como santo no respondía a la imagen de la santidad barroca, para eso estaban los hagiógrafos, para transfigurar la realidad. 

En buena parte el hagiografiado no era tanto el santo de la historia cuanto el santo deseado e imaginado, que tenía que estar socialmente predestinado y, por ello, nacer de padres limpios de sangre puesto que los convencionalismos de la sociedad terrena se trasladaban con la mayor naturalidad a las sociedades de lo sobrenatural. Y así se forjó la imagen de la santa deseada.

Hay que decir que santa Teresa contó con hagiógrafos de excepción como fueron fray Luis de León y Francisco de Ribera. A los pocos años de morir la madre Teresa, ambos asientan ya el principio: “fue esta dichosa mujer natural de Ávila, de padres nobles y virtuosos” (fray Luis); “fue nacida por entrambas partes de noble linaje” (Ribera).

La identificación de nobleza con la limpieza de sangre era un presupuesto connaturalizado en aquellas mentalidades y bien patente ya en los propios procesos de beatificación. No es que mintieran los deponentes; es que no podían ni imaginar que hubiera sido de otra manera. 

Decía un testigo de las élites abulenses, don Francisco de Valderrábano, en 1610: “Los padres fueron notorios hijosdalgo, cristianos viejos, libres de toda raza y mancha de moros, judíos y penitenciados por el Santo Oficio, y por tales tenidos y comúnmente reputados. Y ansí demás de lo dicho lo ha oído decir a otras personas graves y ancianas desta ciudad que tienen noticia de las cosas antiguas de ella”.

Y todo quedó listo para ser repetido hasta el siglo XX por la historia erudita, convencida de ser la santa una representante genuina de la dominante “raza hispana”, como lo estaba Gabriel de Jesús en su obra La Santa de la raza (1929-1935). 

En esta tranquila posesión se estaba cuando en 1946 tuvo lugar un descubrimiento sensacional. El historiador Narciso Alonso Cortés publicaba en el Boletín de la Real Academia un artículo sobre un litigio provocado por el padre y tíos paternos de la niña Teresa de Ahumada entre 1519 y 1523. 

Querían probar la posesión de su hidalguía con los privilegios fiscales y la consideración social que de ello se derivaban. Por la Chancillería desfilaron testigos numerosos, que confiesan que eran “hombres de bien, pero tenidos por confesos de parte del dicho su padre”.

A la Audiencia llegó un testimonio de la Inquisición de Toledo. El notario del Santo Oficio certificaba que el día 22 de junio de 1485 el padre de los contendientes, “Joán de Toledo, mercader, dio, presentó e juró ante los señores inquisidores haber hecho e cometido muchos y graves crímenes y delitos de herejía y apostasía contra nuestra sancta fe católica”.

El cúmulo de evidencias no impidió que se librase la ejecutoria de hidalguía.

Durante largo tiempo se disponía solamente de los fragmentos ofrecidos por Alonso Cortés. Porque resultó que los legajos del pleito habían volado del archivo de la Chancillería de Valladolid. Las razones de su desaparición podían sospecharse pero no se revelaron, al igual que no se supo de dónde llegaron cuando reaparecieron en 1986.

Lo cierto es que la madre Teresa, consciente de su linaje, que de muy niña vio cómo se compraba la hidalguía familiar, es una crítica radical de un sistema social en el que tanto pesaba la honra, la limpieza de sangre, incluso como garantía de ortodoxia. 

No se cansará de rechazar frontalmente los “negros puntos de honra”, “la negra honra”, expresiones tan presentes en sus escritos. Se ríe: “porque por maravilla hay honrado en el mundo si es pobre, antes, aunque lo sea en sí, le tienen en poco”; “que pobres nunca son muy honrados”. Desenmascara la mentira social de una honra que procede no solo del linaje sino también de la compra: “Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, yo lo tengo bien visto por experiencia”.

El artícuo ha sido escrito por Teófanes Egido para la edición de marzo de 2015 de la revista Mercurio y aquí se puede leer completo (yo he eliminado varios párrafos para abreviar).

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