viernes, 30 de enero de 2015

Encarna recuerda su viaje a Cuba (segunda parte)


Ayer hablé de la semana que pasé en el Carmelo de Matanzas. Hoy les quiero compartir lo que viví los días siguientes en el Carmelo de La Habana:


Comenzábamos cada mañana con la oración de Laudes, antes de clarear el día. Aparte de los otros momentos de oración, comidas y descanso, el resto de la jornada lo dedicábamos a visitar enfermos y feligreses en sus casas, a participar en reuniones con un grupo de la tercera edad, conocer el dispensario, ropero, biblioteca y otras realidades llevadas por voluntarios de la parroquia del Carmen. 


También tuvimos ocasión de visitar algunos centros asistenciales: una casa para embarazadas con riesgo atendida por religiosas, dos geriátricos servidos por las hermanitas de los ancianos desamparados de santa Teresa Jornet, uno por las carmelitas misioneras del beato Francisco Palau, y una leprosería que atienden las hijas de la caridad de san Vicente de Paúl. 

¡Que calidad de atención!, ¡qué abismo entre el centro geriátrico del gobierno en Matanzas (del que hablé ayer) y el aseo personal, limpieza, olor y detalles en los centros atendidos por las religiosas! ¡Cómo se evidencia dónde está el amor a Dios y al prójimo con respeto a la dignidad de la persona!

No puedo olvidar nuestras tres visitas a las madres carmelitas descalzas, que nos recibieron con tan gratísima acogida.

También participamos en el encuentro y conferencia que impartió el P. Eduardo sobre “Teresa y la familia” dentro del programa del año jubilar en Cuba con motivo del V centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. 

Visitamos varias iglesias: la catedral, la de los PP. dominicos, recientemente restaurada con fondos llegados de España (en la que asistimos a un hermoso concierto de Navidad), la de los PP. jesuitas (que tienen un centro de enseñanza teológica), la de la Merced, atendida por los PP. paúles, la del Espíritu Santo, la de la Concepción, y otras que constituyen un rico patrimonio, tesoro vivo de la fe sembrada hace siglos en la isla.

No quiero olvidar nuestra visita al cementerio de La Habana, declarado patrimonio de la humanidad, y la eucaristía que el P. Eduardo celebró en la amplia y bonita capilla octogonal del mismo.

Viajé con mucha ilusión, con el deseo de dejarme sorprender con lo que me encontrara. Y quedé realmente sorprendida, especialmente por tanta miseria y sufrimiento. La gente se ha acostumbrado a sobrevivir en un estilo de vida acomodado a la “nada” y te manifiestan su angustia solo cuando en privado te plantean sus problemas y su deseo de salir, de ir a trabajar fuera, donde sea, como sea… 

Doy gracias a Dios, que me permitió encontrar una gente tan buena, que no tiene nada y lo da todo. Los cubanos regalan sus sonrisas, abrazos, lágrimas... ¡todo! 

¡Cuánto une nuestra religión! Y si hay “dolor” e “injusticia”, todavía más. Que la situación cambie es una tarea tan urgente como apasionante. No se puede esperar más, ya no hay más tiempo. Hay que lanzar un grito en defensa de la dignidad de las personas. Con inquietud en la mente y en el corazón, deseo que la isla deje de ser una prisión y se convierta en un lugar más habitable.

Termino confiando en que la esperanza de la que hablan los medios de comunicación sobre la reanudación de relaciones entre EE.UU. y Cuba se vaya haciendo realidad. Así se lo pido a la Virgen de la Caridad del Cobre, Madre de Cuba y Mediadora, para que empuje a que los tiempos se acorten, el bloqueo finalice y las buenas gentes de allí amanezcan a una vida más libre, digna y humana.

Encarnación Pérez Martínez. Cuenca, enero de 2015.

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