sábado, 7 de octubre de 2023

Dios es mi amigo, el viñador, el que me cuida de sol a sol. Domingo 27 del tiempo ordinario, ciclo "a"


Por tercer domingo consecutivo el evangelio nos habla de un viñador (que es Dios), de una viña (que es su pueblo) y de unos trabajadores que son invitados a colaborar con él en el cuidado de la viña (que somos cada uno de nosotros).

El evangelio de hace dos domingos (25 del tiempo ordinario, ciclo "a") nos presentaba el reino de los cielos como una viña en la que Dios nos invita a trabajar (a cada uno en un momento concreto de la jornada y con una misión particular). Al final paga a cada uno mucho más de lo que mereció con su trabajo.

El evangelio del domingo pasado (26 del tiempo ordinario, ciclo "a") también presentaba a Dios como propietario de una viña, que invita a sus hijos a trabajar en ella. Uno tiene palabras bonitas, pero no acude al trabajo. El otro protesta, pero va. Y nos advertía de que no bastan solo los buenos deseos, sino que tenemos que manifestar nuestra fe en la vida concreta.

El evangelio de este domingo (27 del tiempo ordinario, ciclo "a") vuelve a hablar de una viña (el pueblo de Dios, Israel, la Iglesia, cada uno de nosotros) y de unos encargados que se niegan a pagar los frutos correspondientes e incluso persiguen a los enviados del propietario.

Es fácil pensar en las autoridades de Israel, que no daban frutos de conversión y persiguieron a los profetas y a Jesús (el Hijo del dueño). También es fácil pensar en las autoridades de la Iglesia o de los estados, que no cumplen bien su función y a los que juzgamos como malísimos.

Lo difícil es aceptar que la parábola habla de mí, de cada uno de nosotros. Yo soy el que tendría que dar frutos de vida eterna, yo soy el que muchas veces no acepto a los enviados de Dios, que se presentan cuando menos los espero, ni al Hijo, que no viene al son de trompetas y sobre las nubes, sino disfrazado de enfermo, anciano, persona con hambre o emigrante. Quizás no lo mato, pero lo ignoro y miro para otro lado.

Señor Jesús, te doy las gracias por tu paciencia infinita conmigo. Aunque muchas veces te rechazo (de manera consciente o inconsciente), no dejas de llamar a mi puerta y de visitarme una y mil veces, suplicándome que te pague el único impuesto que a ti te interesa: el del amor. Tú me has amado primero y solo esperas de mí una respuesta de amor. Dame un corazón semejante al tuyo para que pueda hacerlo bien. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario