jueves, 29 de mayo de 2014

Beata Elías de san Clemente (1901-1927)


Hoy es la fiesta de la beata Elías de san Clemente, de la que hablé y presenté la oración colecta de la misa aquí. Les propongo un texto suyo que recoge el Oficio de Lectura del día:

¡Oh dulce escondimiento!, quiero pasar mis días a tu sombra y consumir así mi existencia, por amor de mi dulce Señor... Algunas veces, pensando en aquellas eternas recompensas, tan desproporcionadas a los triviales sacrificios de esta vida, mi alma queda totalmente sorprendida y, arrebatada de un ardiente anhelo, se lanza hacia Dios, exclamando: 

«¡Oh mi buen Jesús!, quiero llegar a la meta cueste lo que cueste, al puerto de salvación. No me niegues nada, dame sufrimiento. Que este sea el martirio más íntimo de mi pobre corazón, oculto a toda mirada humana: yo te pido una cruz desnuda. Reclinada en ella, quiero pasar mis días en esta vida».

Cuando se sufre con Jesús, el padecer es gozar; me consumo por sufrir amando, fuera de esto no quiero ya nada.

Amado mío, ¿quién podrá separarme de ti jamás? ¿Quién será capaz de romper estas fuertes cadenas que tienen atado mi corazón al tuyo? ¿Tal vez el abandono de las criaturas? Precisamente es esto lo que une el alma a su Creador... ¿Tal vez las tribulaciones, las penas, las cruces? Son a través de estas espinas cuando el canto del alma que te ama es más libre y más ligero. ¿Tal vez la muerte? Pero esta no será sino el principio de la verdadera felicidad para el alma... nada, nada podrá separar, ni tan siquiera por breves instantes, esta alma de ti. Ella fue creada para ti y está fuera de su centro si no vive abandonada en ti.

Mi vida es amor: este néctar suave me rodea, este amor misericordioso me penetra, me purifica, me renueva y siento que me consume. El grito de mi corazón es: «Amor de mi Dios, mi alma busca solamente a ti. Alma mía, sufre y calla; ama y espera; inmólate y esconde tu inmolación bajo una sonrisa, y siempre adelante... quiero pasar mi vida en un profundo silencio para escuchar en lo íntimo del alma la delicada voz de mi dulce Jesús».

Buscaré almas para lanzarlas al mar del Amor Misericordioso: “almas de pecadores, pero sobre todo almas de sacerdotes y religiosos. Con esta finalidad mi existencia se apagará lentamente, consumándose como el aceite de la lámpara que arde junto al Tabernáculo”. 

Siento la vastedad de mi alma, su infinita grandeza, que no basta la inmensidad de este mundo a contenerla: ella ve creada para perderse en ti, Dios mío, porque tú solo eres grande, infinito y por tanto tú solo la puedes hacer plenamente feliz.

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